"Misbehaved"

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12 años antes del 15 de abril.


      Maximiliam odiaba a Eros. No, no le 'caía mal', él de verdad, de verdad lo odiaba.

No entendía lo que las niñas le veían. Tenía panza, nunca saludaba ni daba los buenos días y para colmo, era más malhumorado que un perro con rabia. El catorce de febrero del año pasado, regresó a casa con la mochila llena de cartas con corazones y dulces, como el de ese año, ¿y él? Una, de la niña fea de la otra sección.

Odiaba que fuese el centro de atención sin intentarlo, no hacía nada, no se esforzaba por sobresalir y aún así, lo conseguía. Debe ser por su salón de videojuegos, su piscina el triple de grande que la de su casa, y su cancha de fútbol privada, pero nunca estaba solo, aunque ni hablara.

Pero Maximiliam lo que más odiaba, era que su hermano gemelo, era parte de ese séquito.

Maxwell consideraba a Eros su amigo, iba a su casa todas las semanas y volvía con historias de lo genial que Eros era, lo divertida que es su abuela, y lo preciosa que es su hermana, Hera, la niña de trenzas rubiecitas y ojos como el cielo en verano.

Aunque ella nunca le prestaba atención.

Esa tarde Maximiliam aceptó la invitación de su hermano a jugar a casa de Eros, quién sabe y el del problema era él. Ya había estado antes en esa casa por su cumpleaños y el de su hermana, pero nunca un día de escuela.

Los recibió Lina, nana de Eros, su hermana y mamá del pobretón de Jamie, la sombra de Eros. Les dieron galletas de chispas de chocolate y jugo de naranja, y los llevo directo a la habitación de videojuegos. Ahí estaban los dos rubios frente a la pantalla tan grande como la de un cine, en una competencia de autos.

Jamie los saludó con un movimiento de la cabeza, en cambio Eros pasó de ellos como si no valieran ni eso. A Maximiliam le ofendió muchísimo, pero se le pasó pronto cuando Jamie le extendió un mando.

Maxwell por el contrario, se quedo a un lado observándoles jugar. Todos decían que de los gemelos, él era el bobo, pero no era así, Maxwell, de hecho, es muy listo, mucho más que su hermano. Él no odiaba a Eros, pero tampoco le caía bien, pero todos sabían que si querías acercarte a su hermana, tenías que pasar por encima de él.

Y eso, es lo que lleva a Maxwell a su casa. No los videojuegos, la piscina o la cancha. Hera.

Cuando se aseguró que los tres estuviesen inmersos en la pantalla, Maxwell saca de la mochila una rosa y sale del salón a buscar a quién llama de cariño, su florecilla.

No tarda en encontrarla, pues ella tenía su propio salón de juego al costado del de Eros, aunque ella ya tenía un castillo afuera, pero Hera prefería escuchar el ruido de su hermano y Jamie jugando, así no se sentía tan sola.

La encuentra sentada en la alfombra vistiendo a sus muñecas, casualmente, ella lleva un vestido rosa pomposo como el del juguete. Hera oye la puerta abrirse, levanta la cara sabiendo de antemano quién es, y sonríe un segundo, porque no quiere que él sepa que es feliz al verlo.

Maxwell entra y va directo a ella.

—Para ti—le dice, ofreciéndole la flor.

La niña hace un mohín desdeñoso, sin dejar de peinar el cabello de la muñeca.

—Muchas flores y ningún diamante rosa—contesta, enarcando las cejas—. Déjala allí, luego la pondré en agua.

Maxwell acepta sin rechistar, feliz de que esta vez no la rechazara.

—Te compraré un diamante rosa del tamaño de mi pulgar, ya lo verás, estoy reuniendo mi mesada—le notifica, arrodillándose cerca de ella—. Quizá le diga a mi padre que me ayude, si me regalas un beso.

Se había arriesgado, pero él en serio quería un beso de Hera. Ella le mira ofendida, con los labios entreabiertos.

—No diamantes, no besos—replica, sin quitarle la vista a los juguetes.

Maxwell no se daría por vencido tan fácil.

—Uno en la mejilla, no pido más.

Hera se hacía la molesta, pero en el fondo, si quería darle un beso, nunca había dado uno y Maxwell no era nada feo, de hecho, sus ojos azules le gustaban casi tanto como los suyos. Así que abandona la muñeca y voltea hacia él, arqueando una ceja.

—Solo uno, y no se lo tienes que decir a nadie—le advierte, pero Maxwell estaba tan eufórico que solo asentía sin escuchar del todo.

Como en un cuento de hadas, Hera frunce los labios y le da un dulce beso inocente, apenas un roce, en los labios.

Y Maxwell casi se desmaya ahí mismo.

Y Jamie, que había salido a buscar a Maxwell y escuchó su voz desde el salón de Hera, también.

El chiquillo de ojos verdes se llenó de rabia, tanta rabia por tal atrevimiento, que corrió hacia dónde estaba Eros y le grito:

—¡Maxwell besó a tu hermana!

El grito fue tan fuerte, que Hera y Maxwell lo escucharon. Ambos se pusieron de pie rápidamente, pero no alcanzaron a fabricar una mentira porque Eros ya entraba en la recámara hecho una furia.

—¡Mentiroso!—le grita Hera a Jamie, y él se pone peor.

—¡No miento, mira, le trajo esa flor!—grita él, apuntando a la rosa en el suelo.

Eso y el sonrojo de Maxwell fue prueba suficiente para Eros, sin meditarlo más, se acercó a Maxwell y le estampó los nudillos en el pómulo dejándole la marca roja. Podría tener ocho años, pero pegaba duro, muy duro.

Maximiliam quién vio todo el espectáculo, empuja a Eros en defensa de su hermano, y Eros cuya rabia no se aplacaba, repitió el golpe en él.

—¡Se largan de mi casa, ya mismo!—grita, manteniendo la puerta abierta. Los niños estupefactos, se dirigen hasta allá—. No te quiero cerca de mi hermana, o toda la cara te la voy a dejar así, roja como esa flor que trajiste.

Maxwell más dolido por los gritos de Eros que por el golpe, voltea a ver a Hera una vez más antes de salir, y la imagen de ella a punto de llorar le rompe el corazón. Maximiliam lo toma del brazo y saca a tropezones de ahí, enojado por haber aceptado esa salida.

Hera, furiosa con su hermano, le grita que no quiere que le hable más antes de correr a encerrarse en su habitación.

Eros y Jamie se quedan a solas en el salón rosa, allí, Eros suelta una risa y le pasa a Jamie por un lado, empujándole del hombro para quitarle de en medio.

—Tan chismoso, como la inútil de tu mamá.

Y eso a Jamie le cayó mal, casi tanto, como ver los labios de Hera sobre los de Maxwell.

The Right Way #2 Where stories live. Discover now