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            Hace una semana estampo una equis sobre cada día que se va, una tortura a la ansiedad perenne y latente, y es que no comprendo de donde se origina el miedo de tener que informar mi estado, como si no tuviese en las manos cada aspecto de la vida resuelto para recibir tres bebés.

Crecer se vuelve una amenaza cuando el tiempo que escurre entre tus dedos lo sientes perdido.

El viento helado de una mañana de primavera traspasa el grueso y gigante abrigo cubriéndome las rodillas, aunque mantengo la cabeza y orejas protegidas bajo un gorro de lana, el frío inescrupuloso consigue la manera de filtrarse en mi piel y abrazarme los huesos.

El camino de gravilla aún se pinta humedecida por el torrente de lluvia nocturna, se extendió hasta las primeras horas de la mañana, escondiendo el tímido sol detrás de nubes inmensas. El clima es particularmente extraño aquí, el sol es tan suave que no calienta, la única vez que pudo hacerlo, la lluvia brotó como nunca.

Al menos en casa el sistema de calefacción cubre cada rincón. Y en cálculos aproximados, recibiremos los bebés cuando el verano repunte sus temperaturas más altas.

Tendremos los brazos repletos, pero me tranquiliza que podremos ofrecerles calor verdadero.

—Ahí vienen—aviso alterada, como si Eros no compartiese mi campo de visión—. Dios, me orinaré encima de los nervios.

Observamos el auto recorrer los metros restantes, atentos y expectantes. Hera, Hunter y Jäger han arribado hace al menos dos horas, no se detuvieron en la residencia, han venido directo a conocer el espléndido trabajo de Agnes.

El viento sopla y la sensación gélida se escurre por mi columna hasta dispersarse a la raíz de mi cabello. Junto las manos enterradas en los bolsillos del abrigo, ocultando un vientre abultado de más de cuatro meses de embarazo de las miradas de los recién llegados descendiendo del vehículo.

—¡Buenas tardes, somos personas de bien!—grita Hunter con el niño en brazos—. Venimos en son de paz.

Eros resopla con hastío.

—Dime que se quedará en casa de mamá.

Una risa se construye en el fondo de mi garganta.

—No.

Pronto mi corazón se acelera al reconocer el aroma de Hera cuando sus brazos me rodean. Espero tensa con los nervios calcinados su reacción al sentir el bulto, de soslayo veo a Eros saludar a Hunter y a Jäger, pero nada ocurre.

Hera emboca su completa e íntegra atención en detallar con ojos escrutadores la fachada remodelada de la inmensa casa antiquísima, mientras me derrito por dentro como una vela encendida del más puro expectativa.

—Mamá verdaderamente usó toda su artillería pesada aquí, ¿recuerdas, Eros, cuándo nos escapábamos de casa? Veníamos a husmear en las alcobas, no debe quedar nada de esos años—su mano aparta la solapa del abrigo, descubriendo el secreto—. Ay por favor, ¿en qué momento ha crecido tanto? No debes alcanzar la semana dieciséis.

Mi mandíbula toca el piso, la risa ronca de Eros hace eco en la lejanía del bosque.

—No puede ser, ¡todo el mundo lo sabe!

Me provoca estamparle patadas al piso, pocas ocasiones me he sentido tan indignada.

—¡¿Perdona?!—el chillido de Hunter ahuyenta los pájaros posando en la copa de los árboles—. Mi reina, ¿eso es un tumor o un embarazo?

Esa interrogante parece calarle en la ofensa a Eros, quién se cruza de brazos y le atraviesa la cabeza con la mirada.

—¿Tú qué crees?

The Right Way #2 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora