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            —Herrera primero, luego Tiedemann. Quien tiene el útero ocupado soy yo, no escucharé objeciones.

El aroma a tomate y queso se mezcla con el perfume de Eros, inundando de cabo a rabo el comedor una mezcolanza extrañísima a olfatos ajenos, al mío pronuncia el sentimiento de hogar.

Nira escabulle la cabeza desde la cocina y se despide con un rápido gesto de la mano, regreso el gesto, recordando las dos horas de la tarde que invirtió en perfeccionar el desastre de acento que tengo. He recibido más miradas de desconcierto en estas semanas que en mi vida entera.

Eros niega con fervor, pasando el bocado de pasta chorreando de salsa. Los dientes se me mancharán de rojo de tantas noches que hemos cenado lo mismo. No quiero nada más que pasta, salsa de tomate y ajo. Mucho ajo.

—No, no estoy nada de acuerdo.

Alejo el plano con los restos de comida, presintiendo la acidez invadirme el paladar. Hemos tenido pedazos de esta conversación a lo largo de la semana. Piénsalo, me decía, piénsalo tú, le respondía.

De esta noche no puede pasar, el domingo los pasadizos decorados con flores serán los únicos invitados a la ceremonia. Sencilla, privada, un momento nuestro, sin nadie más que los testigos y el juez de paz.

Mamá, Agnes y Hera se han sentido tan ofendidas que poco les faltaba para echarse a llorar y a lanzar puñetazos al aire, pero es nuestro momento idílico, no de ellas, lo viviremos como nos de la gana. Podrán gastar la energía en arreglos, tocado, manteles e invitaciones en el evento que promete acabar con la fortuna de la familia: la boda de Hera y Maxwell.

—La primera vez fue así, estabas feliz con el arreglo—argumento, colocando las manos abiertas encima del vientre—. Arreglo en el que por cierto, no participé.

—Tú lo has dicho, no participaste, ¿por qué querrías repetir el patrón?—puntualiza—. Tiedemann-Herrera es el indicado.

—Sol Tiedemann-Herrera no suena bien.

—Eros Herrera-Tiedemann no es una jodida eufonía—se cruza de brazos, engrosando las venas de sus brazos.

Suspiro exasperada, señalando la evidente protuberancia bajo mis pechos.

—Ellas serán alemanas, dame la ganancia de que sus nombres suenen latinos—casi me oigo rogar, él sopla una risa no porta nada de gracia.

—Es lo mismo, Sol, es solo un apellido, no me lo hagas complejo.

Mis cejas se disparan hacia la línea del cabello.

—Exacto, es solo un apellido, ¿por qué no cedes y ya está? Lo hiciste conmigo.

—Es distinto, Sol. Son mis hijas.

Más que enojarme su renitencia me ofende, me provoca hacer una pataleta como una niña. Nunca me dice que no, jamás lo hace, en este debate caigo en cuenta que en temas legales se cierra por completo a sus opciones.

Es tan injusto. Todo se resolviese tan fácil si en este país se hiciera uso de los dos apellidos, no tendríamos tanta traba en escoger, pero si queremos que las niñas tengan el de ambos tenemos que unirlos, un apellido es lo que estipula la ley y ni él querría dejar a sus hijas sin el suyo y yo jamás permitiría tal infamia.

Tendremos que unirlos, como él ha pedido aquella vez, asumí erróneamente que el orden sería el mismo, casi me caigo de la cama cuando me ha llevado la contraria.

—Y las mías también, joder, no me hagas enfadar—digo, la queja rozando el agotamiento—. Hagamos algo, dejemos que Acordeón decida.

Deja el vaso de jugo a medio beber en la mesa. Desconcierto y diversión le surcan la mirada, aliviando las facciones tensas, debido a la discusión que parece no tener fin.

The Right Way #2 Where stories live. Discover now