"Moonchild"

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La noche del quince de abril…


    Era la tercera vez que vomitaba en la noche.

Lavarse los dientes y volverse a maquillar, le tenían los labios resecos, rotos. Le dolían, le ardía la boca por eso, más que por recordar cada beso, cada caricia. Los recuerdos no le dolían, para nada, le repugnaba.

Hera vuelve a devolver lo poco que ha podido meterse en el estómago en un día entero, arrodilla frente al váter, temblando a causa de los escalofríos.

La palabra ’tío’ resonaba en su cabeza como golpes de martillos, tío. Cuando su mente la forma, la imagen de Helsen aparece, su tío, el único que amaba y apreciaba, pero cuando su boca la pronuncia, la boca que arde, le quema, cuando recuerda que eso es Jamie, el chico de quién está enamorada.

Y lo repite. Tío, familia, sangre, y llora sin consuelo, sola, echada sobre el frío piso, temblando de asco y rabia porque sin quererlo, mezcla caras asociadas al mismo término. De besar a Jamie, besa a Helsen y ahí regresa la quinta ola de náuseas.

Se sentía repulsiva, un saco de carne impúdico que toco de forma lasciva a su misma sangre. Era una atrocidad, una aberración y ella era parte de eso.

¿Por qué no se lo dijeron? Ella tiene la respuesta: porque la creen una patética y debilucha mocosa que no puede con el dolor de un corazón roto.

Pero Hera puede, más que ellos, Hera puede soportar más que todos ellos juntos. Ha superado demonios inmensos, del quíntuple de su, que la pisaban y mantenía doblegada a sus temores.

Hera venció el asco por sus huesos, su piel ocupada, irrumpida en contra de su voluntad de la manera más baja y humillante. Lo padeció, lo sintió en carne propia y lo derrotó, ¿por qué un maldito corazón roto les parecía una hazaña?

No la conocen lo suficiente, eso dolía más que saberse engañada por un imbécil.

Se infunde fuerzas y se pone de pie. Estaba harta de tocar el suelo, se prometió que nunca más la tirarían abajo, esto era el momento para demostrarlo.

 Se cepilló hasta que las encías le dolieron, y volvió a maquillar sobre la herida del labio que brotaba gotas minúsculas de sangre.

Fue en busca de su abuela, le pediría que le preste alguna de sus joyas, las que usaría se quedaron olvidadas en casa de sus papás, y no sabía si las quería de vuelta, el ochenta por ciento de ellas, fueron regalo de Ulrich, y de él no quería saber nada.

Sube al último piso y dobla al pasillo donde solo hay dos habitaciones, la de su abuela y la de su closet, pero antes de abrir la puerta, el ruido de siseos iracundos le hicieron detenerse.

—Si dejaran de esconderla de mí, podríamos llevar la fiesta en paz, pero se empeñan, en joderme la vida. Hera es mayor de edad, puede decidir con quién estar.

Era la voz de Jamie. Hera sintió escalofríos, se tuvo que tapar la boca para no echarse a llorar. Oye unos pasos, el sonido de cristal contra cristal, quizá su abuela se servía una copa de vino.

—Yo no sé si lo que tengo que hacer, es abrirte la cabeza para escribirte en ese podrido cerebro que tienes, ¡qué a mi nieta jamás te vas a acercar nunca más!—exclama una furiosa Franziska—. Se lo dije a tu madre el día que naciste, a mi familia no entras. Deja de poner todos tus esfuerzos en ello, porque yo no amenazo en vano, pregúntale a la zorra de Lena que ocurrió la última vez que quiso volver a intentarlo.

Hera quiso entrar y enfrentarlo, gritarle todo lo que hervía dentro de ella, pero la continuación de Jamie le hizo detenerse.

—¿No ha pensando que sí hubiese permitido que Jörg me diera el apellida, esto no estaría pasando?

The Right Way #2 Where stories live. Discover now