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"And I will never sing again
And you won't work another day
With just one wave it goes away
It will be our swan song"
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Advertencia: mención de trabajo de necropsia, escena en la morgue y altos grados de sentimentalismo. Proceda con cuidado.

¡Está muerta, muerta!

Ese grito inyectado de pavor, altos grados de horror y lástima se repite una vez tras otra, como vivir miles de penas y revivirlas en un bucle pérfido, infinito. Pasado un segundo los murmullos desaparecen, ¿dónde se ocultaron las voces? ¿Dónde hallaron refugio las caras ajenas?

Era de noche, lo recuerdo, el cielo se unía al océano, desdibujando la línea que el sol remarca.

Reafirmo el agarre en el cuello de Sol pendiendo de mis brazos, inconsciente, logro arrodillarme en la arena abrazando su cuerpo laxo contra mi pecho, cientos de piedras pequeñas hincadas en mis rodillas, raspando mi piel.

Millones de reproches, reclamos y exigencias se arremolinan en el fondo de mi garganta, ásperas, despidiendo veneno. En mi paupérrimo intento por vaciarlas, por despejarme y es un roto vocales jadeo lo que raspa mis cuerdas vocales anunciando la venida del llanto agraviante, me doy cuenta que mi voz también desapareció.

Confuso, perdido en el avasallante vaivén de emociones, cierro los ojos y ahogo el grito reverberando desde confines sangrantes y lastimados, besando el rostro de Sol. Su frente, su sien, suaves mejillas, la punta de su nariz, mentón y tersa boca, como un desesperado confiando que la fuerza de unos besos aplacaría la llama ferviente del dolor.

Vagamente registro susurros, pedidos, manos deformes tratan de tocarme, arrebatarme a Sol de los brazos. La estrecho contra mí, percibiendo sus huesos bajo mis dedos, la ciño, como si soltarla significase perder la cordura, eso es verdadera, tan cierto, como el grito turbio de la desconocida acuchillando mi mente de nueva cuenta, exponiendo la herida, devolviendo detalles a un mundo sumido en penumbras.

Las voces vuelven, las figuras reaparecen y la imagen de un par de botas echadas sobre una lona negra me sacude vilmente el corazón.

Coloco un brazo de Sol alrededor de mi cuello, estabilizo su peso presionando su nuca y rodillas en la coyuntura de mis brazos y me pongo de pie, alerta, cada sentido agudizado, con las manos temblando y el juicio cayendo por un vórtice sin retorno.

—¿Qué ocurrió? ¿Qué pasó?—bramo, retrocediendo cuando un sujeto trata de quitármela—. ¡¿Qué carajos le hicieron?! Quítenle esa mierda de la cara, ¡¿cómo pretende que respire?!

Reviso alrededor, buscando una cara completa, ninguna tiene ojos, ni boca, son un masa de piel sin forma.

—Señor, le pide que retroceda, no puede...

—Esa muchacha de ahí es mi amiga, Lucrecia Fernandes, déjeme verla, necesito hablar con ella—las palabras salen de mi boca sin pensar en ellas, lo que pienso y lo que digo pierde enlace.

Doy un paso al frente, se entromete en mi camino.

—Señor, lamento...

—¡Apártese! ¡No tengo tiempo para usted!

—Por favor, necesito que se calme—pide insistente la voz—. No se puede hacer nada, la señorita está...

—Cuidado con lo que dice—le interrumpo, escucharlo significa recibir otra estocada—. Una información errónea le puede costar el trabajo.

The Right Way #2 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora