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"My rose garden dreams, set on fire by fiends
And all my black beaches (are ruined)
My celluloid scenes are torn at the seams
And I fall to pieces (bitch)
I fall to pieces when I'm with you"

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  Veintiocho de febrero. Por si no ha quedado claro que es el cumpleaños de su madre, Hera ha comprado globos verdosos con los números de la fecha, y debajo de ellos, el número cuarenta y dos, alusión a los años alcanzados por la mujer poseedora del balance justo entre lucir como una belleza apacible, del tipo que sin maquillaje y recién levantada luce espléndida, y sostener un carácter con tinte dominante.

Agnes, ataviada en ropa casual por motivo de que en poco tiempo partirá a una escapada a solas con Ulrich a Vancouver el fin de semana, mantiene el orden de la vestidura de los niños que el hombre deshace solo para hacerle rabiar. Le ha soltado el moño del trajecito de Helios y quitado la tiara de diminutos diamantes a Eroda. Él se defiende argumentando que eso les estorba en su jugarreta de perseguir y ser perseguidos con Hunter y Lulú, cosa que es cierta, pero ella se niega aceptar.

El tenue calor de la chimenea eléctrica al costado de los muebles de exuberante decoración clásica con toques góticos, se acentúa en mis brazos descubiertos. A buena hora se me olvidó recoger el abrigo en el recibidor del apartamento, a veces paso por alto que esta familia se maneja en el frío, y nos la calidez.

Luego de una cena variada que me dejado con el estómago adolorido de tanto que la disfruté, una charla amena sin insultos ni amenazas, pasamos a este lugar en la residencia al que Hera le llama la sala de estar. Adornado por candelabros negros tirando al estilo gótico, un mini bar de estructura negra y peligrosa a la vista de niños corriendo de un sitio a otro que Ulrich y Helsen han asaltado enseguida entramos, estanterías del piso al techo tan alto que jamás podría ver los títulos de los libros en la cima sin uso de escalera combinado a la decoración impoluta de paredes grises y piso blanco, todo apegado a la temática resultado de la extraña pero atrayente combinación gótica y clásica, crean un amplio espacio acogedor, no el más adecuado para niños curiosos, pero uno en el que una adulto con buen gusto adularía al primer, segundo y tercer vistazo.

La voz de una mujer entonando en francés se esparce por la estancia en suaves ondas, apenas audible. Me deleito de la dulce melodía, saboreando el amargo del vino, orgullosa de entender más de tres simples palabras. Risas se oyen diagonal a mí, levanto la mirada a Ulrich, carcajeándose de algo que ha dicho y no he oído por tratar de traducir la canción.

Examino cada rostro, cada mirada azul, café, verde y ámbar. Los hechos de esa noche regresan como una tortura con descanso pero sin fin. El pensamiento de haber perdido más, a cualquiera de estas personas, me tironea dolorosamente el corazón. La sensación de caer en un hoyo profundo y vacío que esa posibilidad me ha traído es reemplaza por la calidez que, por otro lado, el sentimiento de pertenencia me ofrece, y me aferro a él, hasta desvanecer el malestar que yo misma me he causado.

Les quiero, a todos, de una forma u otra, en distintos niveles y formas, pero les quiero y solo pensar en vivir el momento en el que uno me falte, me fractura la mente.

Una caricia en mi pómulo me extrae de la jauría de pensamientos macabra en mi cabeza.

—¿Un divorcio por tus pensamientos?

Eros no me permite dar un respiro, la vista de su mirada destellante me engulle por completo, dejándome sin habla los segundos que se demora en plantar un beso discreto en mi hombro. El diminuto roce de su boca alborota sensaciones en mi estómago, casi sonrío al recordar esa frase que me dijo esa tarde que me confesó su amor, porque sigue siendo tan cierta como certera. No siento mariposas en el estómago, con él, son millones de aleteos los que se apropian de mi cuerpo.

The Right Way #2 Where stories live. Discover now