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"They say the world was built for two
Only worth living if somebody is loving you
And, baby, now you do"

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            Vomitaría. Ensuciaría el bonito y fastuoso piso escogido por Agnes y mancharía el trabajo del equipo de limpieza con los restos del almuerzo y batido, porque tengo una estaca atravesada en la garganta forjada de nervios y decorada con la punzante ansiedad.

Bajo la falda del vestido con una mano repeliendo la brisa fresca y ajusto al gato sobre el brazo con la otra, prestando atención al tenue sonido de la melodía, excedida por el murmullo de las voces y el choque del cristal.

La última vez que todos estuvimos en el mismo lugar, a excepción de Ulrich, la situación era tensa. Las tres veces que Agnes, mamá y papá en Múnich, se comunicaron era a través de mí. La tensión de tenerme herida en un país ajeno con una familia desconocida, lastimaba más que las incisiones. Era una situación penosa para todos, los ánimos de charlar eran reducidos a la nada.

Eros empuja la puerta a medio abrir con el brazo del que cuelga la mochila con la comida y cama de Acordeón, instándome a entrar primero. El estómago me da un vuelco.

—Ve tú primero—le digo, recostando el mentón encima de la cabeza pequeña del gato que se remueve para que me aparte.

Eros suspira, torciendo los ojos al cielo.

—¿Escuchas la música? Están en el patio, nadie te va a saltar a la yugular.

—Puede ser una maniobra de despiste para...—termina de abrir la puerta de un empujón con el pie y en un parpadeo me eleva del suelo, enroscando el brazo a mi cintura—. ¡Casi le trueno los huesos al animal!

El pobre animalito chilla del susto y salta de mis brazos al suelo, echando a correr a la primera puerta abierta que reconoce, la del patio.

Siento un tirón en el pecho cuando los primeros ecos de la voz de papá me alcanzan. Las palmas de mis manos transpiran y presiento un calambre hacinarse en la parte trasera de las rodillas con cada paso que Eros transita, con mi peso suspendido de un brazo.

No se oyen gritos, ni acusaciones, ni vajilla estrellándose contra el suelo, la fiesta sobrevive en paz.

Mis sandalias tocan el suelo frente a la puerta abierta de par en par. Eros deja la mochila en suelo, asoma media cara antes de salir.

—¿Qué hacen?—pregunto, pellizcándome los dedos.

—Recreando la última cena.

—Tomemos el papel de Judas.

Su mano atrapa mi muñeca, devuelve la media vuelta que di sobre mis talones y sin mediar palabra, me arrastra afuera.

El viento me pone a volar el cabello en todas direcciones, impidiéndome ver más allá de la reja de mechones.

—Buenas noches—enuncia Eros, con tono de mofa y descaro—. Parece que llevan la fiesta por lo alto sin la protagonista.

Termino de atajar el cabello y lo meto dentro del saco de Eros, el peso de la tela gruesa lo mantiene escondido.

La tensión escala a mi cabeza, un pitido agudo me aturde los segundos que me toma revisar las rosas, peonías y girasoles colgando de cabeza del techo, encima de la mesa rectangular, decorada con un candelabro dorado en el centro, botellas de vino, una vacía, otra a medio beber y una torta azul cielo con margaritas hechas de crema.

The Right Way #2 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora