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"White lines, pretty daddy, go skiing
You snort it like a champ, like the winter we're not in"

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El trayecto de vuelta al hotel se redujo a una charla sobre la lectura de cartas. La voz de Troy se adueñó arbitrariamente de ese espacio plano y llano en mi cabeza, donde los pensamientos intrusivos giran y resuenan.

Eros, fiel a su postura escéptica, hizo lo mejor que pudo para reducir el estrago con un sólido argumento: No le regales tu fe a unos pedazos de cartón que te cuentan tu supuesto futuro y no se les ocurre mencionar lo obvio. Cuando le pregunté qué era eso, me respondió, 'parir a mis hijos'.

Mi risa fue tan escandalosa que mi garganta raspó y pudo sellar esa puerta en mi cabeza, fachada de la que nombré, habitación del pánico. Las ideas entran siendo una pequeña incógnita y salen convertidas en causas de insomnio, la ansiedad las cose a fuego medio.

Eros tira la puerta y la penumbra nos engulle. Le percibo tomar dos pasos en seco al frente, me lanzo desesperada al cuello de su camisa para atraerlo hacia a mí, a pesar de que sus manos ya reposaban en mi cuello.

Mi respiro agitado se dispersa a medias con el choque de sus labios contra mi boca, emulando la prisa de mis manos. La colisión envía una corriente ridícula de nervios de amateur columna abajo, como si el mundo de repente cayera de cabeza y mi memoria mezquina borrase los registros del mapa de pecas, fibras y músculos fornidos que le componen de pies a cabeza.

En la oscuridad, su presencia resulta omnisciente en cada pedazo de mí, un toque aquí, se replica más abajo, un toque allá, resuena más acá. Trazo su piel tersa impregnando el resto de mis sentidos, tacto, olfato y audición tan agudos que me desenfocan un instante. Navego a ciegas por los valles de su torso, presiono aquí y allá, reconociendo el sitio de sus lunares, subo más, oprimo allí, en la cicatriz, y si deslizo mínimamente el dedo, taparé con el pulgar el diminuto lunar con silueta de media luna.

No, no me hallo sin sus registros, aquí, hundidos en las penumbras, es donde reconozco que incluso yendo a ciegas, podría detallarlo de pies a cabeza sin fallar ni equivocarme.

Toma mi mentón con rudeza, su pulgar delineando mi labio inferior, incluso en la espesa bruma negra, intuyo el filo desafiante y ardiente de su mirada, advirtiéndome con hacerme estallar al primer toque.

—¿Te gusto montarte en ese toro? ¿Huh?—. ¿Qué la gente te mirara mientras te restregabas ansiosa por ese orgasmo?

Una de sus manos se desliza con delicadeza a mis pechos, atravesando la vía entre ellos. Toma uno entero entre sus dedos, mi piel se eriza y me roba un imperceptible jadeo cuando presiona las huellas alrededor de un pezón.

—Lo hizo, me encantó ser el centro de atención—replico, mi espalda arqueándose con el mordisco que me pega en el cuello—. Sobre todo porque a quien imaginaba que tenía debajo, era a ti.

Su boca sube de vuelta a la mía, el tacto caliente de su lengua punzando la mía, replicando el pulso en mi zona más íntima.

El frío de sus manos desaparece con la magia del contacto de la piel de mi cintura descubierta, la tensión de sus dedos hincados en mis huesos me provoca escalofríos y un leve arqueo de espaldas que mis senos presionados en la solidez de su torso agradecen. Sorbo aire en el segundo que su boca me brinda piedad, con el corazón galopando alterado por el ritmo feroz de su boca, forman un río de sensaciones empozadas en el ardor de mi vientre.

The Right Way #2 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora