EXTRA II: Hallacas y Glüwein.

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Mérida, Venezuela.


Las celebraciones decembrinas para los Tiedemann-Herrera jamás eran iguales. Diferente locación, ambiente, a veces vino blanco, otras, tinto. Sin embargo, las fechas convergían en la misma marea de opiniones: en que continente desembarcaría el batallón.

Bien lo dijo Adler Tiedemann sobre la tumba de su hermano: un hijo es era un legado, el segundo un plan de contingencia, el tercero un error de cálculos.

Los Tiedemann permanecían en familias pequeñas, padre, madre y el necesario engendro. Se evitaban masacres incitadas por dinero y poder, como la historia relataba.

Sin embargo, a Ulrich Tiedemann no le placía que le dijesen que hacer.

Primero fue uno, luego otra, a ella le siguieron dos más. El primero tuvo tres, esa segundo uno. Gloria a Lucifer que Helios prefería la compañía masculina y Eroda, pues, nadie sabía que pasaba con ella, podría estar ocupada fundando su propio imperio en tierras lejanas y nadie se enteraría, hasta que las tropas de la adusta mujer invadieran las praderas.

Efecto mariposa. La simpleza de una acción desencadena una sucesión de hechos astronómicos.

Ulrich Tiedemann decidió una noche engendrar un hijo, por consecuencia, la época navideña tenía que enfrentarse a la población que su familia jamás evidenció.

Este año iremos a los Alpes franceses, tenemos una propiedad olvidada allí,  había sugerido Agnes, su compañero miró el techo con resignación y le contestó: en esa casa entramos tú, cinco fantasmas y yo.

Esa noche, Hera le comentó a su esposo que prefería visitar los Alpes suizos, estaba harta de contemplar el mismo abismo oscuro que la residencia en Francia ofrecía. Maxwell estuvo de acuerdo, cualquier otro pedazo en el mundo vendría bien siempre que fuese lejos de ese país. Aspen era el lugar.

Sol usualmente era feliz con tenerlos a todos juntos, era un evento imposible el resto del año. En esa ocasión le dijo a su esposo el pensamiento que merodeaba su cabeza. Nunca pasé un diciembre en Mérida, ¿si recuerdas lo bello que es?  El próximo año podríamos pasar por allá, se los diré la noche de la cena. Pese a que acostumbraban a veranear en Margarita o esconderse del mundo en el viejo apartamento de sus padres en Bellas Artes o en la bonita quinta en la Colonia Tovar que Eros le regaló por su décimo aniversario, las navidades tomaban lugar en tierras lejanas. Es tiempo de llevar a la gente a mi terreno, y, antes de apagar la lámpara en la mesa de noche, añadió: podemos contratar a alguien que se disfrace del bicho ese con cuernos y pelo para que reparta hallacas, es como juntar la navidad y las comparsas, dos por uno.

Eros no esperó la decisión de los demás, si es lo que Sol quería, lo tendría. Las semanas siguientes abordó al resto de la familia con un email repleto de lineamientos e indicaciones precisas y detallas. Él simplemente esperó que siguieran el itinerario que su anciana pero eficiente asistente ordenó.

Extrañamente nadie se opuso o emitió quejas. O puede que sí, pero fueron descartadas tan pronto ingresaron a la bandeja.

Los primeros en arribar en el aeropuerto internacional en la ciudad de Cúcuta, fueron los Tiedemann-Herrera, quienes abordaron directamente la avioneta que los llevaría a la finca con vistas privilegiadas a las montañas de puntas blancas.

Los demás estarían sanos y salvos en la residencia privada que alquilaron para ellos, a media hora de distancia, unidos por una carretera que la maleza reclamó.

La tranquilidad se terminó, había dicho Eros, con la visita de Isis y Francisco, y los siguientes en aterrizar fueron Helsen, su esposa Catherine, Helga y Hans, el niño de once años de edad, cuya existencia recordaban cuando lo veían llegar.

The Right Way #2 Where stories live. Discover now