EXTRA I: Error.

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Eros



    Cerré la puerta de la oficina, extraje el celular del bolsillo del saco y caminé hacia el elevador. Exhalé un suspiro, percibiendo el cambio de la corriente de aire.

La presión ciñendo mi cabeza flaqueó cuando el descenso inició. Con cada respiro desaparecían las cifras, cláusulas de contratos y números que absorbieron mi paciencia y mañana. Estaba hasta los cojones de revisar minuciosamente la pila de carpetas que dejaba encerrada.

Detallé mi aspecto en el espejo, acomodé el mechón de cabello fuera de sitio, noté el desajuste en el cuello de mi camisa blanca y de esa manera lo dejé. Navegué en la pantalla de inicio del celular, pulsé sobre la conversación con Sol y tecleé un breve aviso.

"Pasaré por ti en veinte minutos."

Años atrás Sol decidió aplazar el día de San Valentín dos días, en sus palabras, el dieciséis significaba para ella más que un tonto día comercial. Mi Sol vociferó el decreto con ahínco y confianza, resultaría convincente para cualquiera, pero conociendo su devoción a los detalles ínfimos y la terquedad que la describe, dejar pasar la estúpida celebración sería un delito punible.

El reloj ensortijado en mi muñeca marcaba las seis con cinco de la tarde. Era probable que quisiera pasar por casa a ducharse y cambiarse de ropa antes de dirigirnos al restaurante, era lo usual y tomando en consideración la hora y media que invertía en elogiar su porte y presencia, las horas calzaban sin colisionar con la reservación.

"¡Deja de poner puntos al final de las oraciones por favor! Me da pánico, o sé si me escribe mi novio o la parca"

Una sonrisa genuina se materializó en mi semblante. Su seca sátira, bromas y jocosas ironías florecían después de meses de sequía a través de las fisuras que el agresivo y demoledor duelo ocasionaron en ella, en mí, en todos.

Aún había noches donde despertaba en medio de un torrente de lágrimas, acechada por una culpa que comprendía, que no mitigaba, que quemaba. Aún tropezaba con ella en el vestier con los ojos inflamados y rojos y todavía me conseguía en la terraza con el gato acostado en mi regazo y un cigarro entre los labios.

Las puertas del elevador se abrieron, al salir, tecleé una rápida respuesta.

"Se llama tener ortografía. Aprende un poco, te hace falta."

Apareció enseguida el aviso que preparaba una respuesta. La pantalla se llenó de emoticones y un mensaje.

"Me caes mal. Sube a la oficina por favor, veinte expedientes necesitan de tus musculosos brazos"

Solo por el arte de provocarla...

"."

Recibí una lluvia de emoticones más, con la sonrisa contagiosa estirándome los labios, me adentré en el carro y emprendí camino al bufete.


—Buenas tardes, señor Eros, ¿cómo le va?—la recepcionista me saluda con su habitual sonrisa cordial y, para mi mayor impresión, me tiende un pobre ramo de tulipanes naranjas—. Acaban de despachar estas flores para Sol, ¿prefiere entregarlas usted mismo?

Me restregó la punta de la nariz con aquella cuestión, clamando por un ápice de educación y modales, recibí el espantoso y deforme detalle.

Escruté el borde de los pétalos arrugados y las hojas estropeadas, no existía posibilidad que eso tuviese mi nombre, la clásica intención de enviarle flores a su trabajo y a casa todas las semanas era enardecer el brillo emotivo en sus bonitos ojos, esto no causaba más que tristeza y desapego.

The Right Way #2 Where stories live. Discover now