"Play Along"

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Ocho meses antes del quince de abril…

 

Esa noche, Jamie se sentía explotar de la rabia calcinante y el resentimiento más oscuro.

Manejó por horas, no sabía a dónde, hundía el acelerador descargando la ira en la palanca. Recorrió kilómetros tras kilómetros, poco fue consciente que arribó a los límites del país. No lo pensó, los cruzó sin darle sentido u orden al cataclismo derrumbando paredes de juicio y razón en su mente.

Jamie conocía aquella ciudad casi tanto como Múnich, montones de sus compañeros compartían nacionalidad, pasan de una frontera a otra todas las semanas. No le costó decidirse que hacer para aplacar sus sentimientos voraces, para tratar de olvidar las punzantes palabras del maldito desgraciado de Ulrich Tiedemann, exigiéndole lo que Jamie sabía, jamás podría hacer.

Entró a un bar escondido en un rincón lejos del centro, allí donde de noche las penumbras se tragan la luna y quedas a la deriva de tu instinto. Estacionó en la entrada, empujó la puerta y se movió a la última mesa, la más lejana del bombillo, pero para su pésima suerte, ya estaba ocupada.

Bertha ocupaba una de las dos sillas, bebiendo su tarro de cerveza manchado en el borde de labial rojo, tan rojo como los ojos irritados del fluir de lágrimas espesas.

Jamie no se sorprendió de conseguirla allí, y ella al darse cuenta de su presencia, tampoco.

El rubio no pidió permiso, sacó la silla y se sentó frente a ella, golpeando la madera para pedir un tarro idéntico al de la mujer de radiante piel morena que lo observaba con una carcajada atrapada en los ojos.

—¿Ya te echaron como la basura que eres?—le cuestionó, jactándose de eso—. Porque se han tardado, Jamie, se han tardado…

—No, Bertha, no soy una puta como tú.

La mujer se levantó de un salto tembloroso, su mirada cristalina no le causó más que risa al muchacho.

—Puedo ser una puta a tus ojos, Jamie, a los de quién sea. Pero prefiero ser vista como eso, que como un sabueso estercolero como tú.

Jamie rechistó, ondeando una mano para que vuelva a sentarse. Aquella no era más que una sufrida que se ha quedado sin lujos y ha tenido que volver al arrabal que la vio nacer.

Respira por la herida, justo como él.

Ella vuelve al asiento, bebiendo a tragos el resto de la bebida.

Jamie recibe su litro de la cerveza más barata, la que más le gusta. No habla, traga sumido en el silencio, Hera, Hera siempre en su cabeza, Hera vestida de rosa, Hera con lazos, Hera desnuda, Hera, Hera, Hera…

—Siempre supe que te darían una patada en ese culo flaco tuyo.

Jamie la mira, enojado por interrumpir su placentera imaginación.

—No me dieron ninguna patada como a ti, de hecho, me han dado una buena parte de su fortuna, ¿sabes por qué?

—¿Te diste cuenta que eres familia?

Esa respuesta descoló al de ojos verdes.

Bertha se suelta a reír, era un completo imbécil, faltaba prestar especial atención y deducir la razón de que Jamie siga metido en esa casa, recibiendo pilas y pilas de lujo. Ningún hijo de la servidumbre más que él recibo ese trato, ninguno.

—Por favor, Jamie, te creí más inteligente—se mofa ella, levantando un brazo para pedir una recarga—. Te descubrieron cogiéndote a tu sobrina, a la maldita imbécil de Hera, no me cabe dudas, te vi esa noche escabulléndote en su alcoba. Qué asco.

The Right Way #2 Where stories live. Discover now