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"I could have died right there

Cause he was right besides me"

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Hera

 

 

 

            Nunca le temí al invierno, al frío que quema, al viento abofeteándote las mejillas, ni al crujir del hielo cubriendo la laguna congelada bajo tus pies. Era la princesa del hielo, decía mamá, la niña que prefería jugar afuera en la nieve, que bajo el calor del sol del verano.

Llegué a despreciar la brisa fresca, porque me advertía, que eso que construí en el invierno, la primavera me lo quitaría.

Esta noche jugaba a la inversa, la ciudad se halla bajo el mandato del otoño, el ligero otoño norteamericano, pero que mi cuerpo, abrazado por el amor de Hunter, tomaba como si ese hielo que nunca tuvo una fisura bajo mi peso, cedía entero y me hundía en el agua gélida.

Tiemblo de nervios, de ansiedad, de frío, de terror. Una patada en el vientre me avisa que no soy solo yo quien lo percibe, para brindarle un hogar cálido, me abrazo con fuerza, sorbiendo las lágrimas.

—¿Se encuentra bien?—pregunta el hombre de barba abundante y piel morena.

Sus harapos desprenden el olor agrio de la marihuana, pero recibo su voz tildada de preocupación como un reconfortante apretón en las manos.

—Lo estoy—contestó, luego de carraspear y desviar la vista a la carretera detrás.

Siento su mirada perspicaz sobre mí un segundo, aunque trato de mantener mi rostro en blanco, debo fallar, pues no le luce nada convencido cuando le volteo a mirar.

Palpo mis pechos hinchados y percibo el duro relieve del diamante. Cambio las finas compresas en mis pezones resecos por unas limpias, las enrollo y lanzo a la bolsa de basura colgando detrás de su asiento.

Me acuesto boca arriba cuando sube la velocidad y la intensidad catastrófica de mis sentidos me suben la cena al esófago. Me tapo la boca, trabajando la respiración, recordando los pasos, uno por uno, no podría fallar, no podía saltarme uno.

Cierro los ojos imaginando un prado extenso, repleto de pasto y flores que mágicamente sobreviven invictas al frío. Se levantan vivas, con pétalos frondosos y colores nítidos, como puntos de vida dispersos sobre la muerte, ahí estaba yo, tocándoles con cariño, aferrándome a ellos.

Pasamos el ruido del tránsito, las luces de los rascacielos, las sirenas de las patrullas viajando en dirección contraria, cuando alcanzamos el silencio de la noche, mi corazón reducía su ritmo, al descender del cacharro, más de una hora después.

No me despedí, no pude dirigirle ni una mirada porque le rogaría que me lleve de vuelta a casa, hogar tambaleante por causas nuestras pero de conductas ajenas.

Afuera del hotel un grupo de mujeres ofreciendo sus servicios por precios ofensivos, me lanzaban miradas de burla y se reían entre ellas al notar mi vestimenta al pasarles por un costado y caminar a pasos decisivos a la habitación que el sujeto me susurró.

Debo verme como un estropajo, como una especie de cordero asustado que trata de imponerse a los dientes del caníbal, todo un espectáculo sádico.

Miro alrededor lo menos posible, asimilar el lugar de tan poca categoría y de pinta de matadero, no me brindaba ningún alivio.

The Right Way #2 Where stories live. Discover now