"The Truth That Never Happened"

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Cuatro años antes del quince de abril...

   Los años pasaron, perspectivas cambiaron.

No era de extrañar que Hera se volviese una chica solitaria, siempre lo había sido y ese era el problema: Hera no sabía cómo empezar una conversación, siquiera una amistad.

Para ella era claro que la gente se acercaba con dobles intenciones, era experta en reconocer la cara oculta detrás de la máscara, era un don bien creado desde su aguda intuición.

Chicas entraban y salían de su vida como si ella fuese puerta de transporte público, y eso le hartó, porque ella se jactaba de ser exclusiva en cada aspecto de su vida.

La única chica que permanecía a su lado a la que podía brindarle el título de amiga, era Guida, exactamente por eso, no supo como sentirse cuando a los catorce años, comenzó su noviazgo con Maxwell.

No eran celos lo que sentía, puesto que eso era lo que el chico quería causarle. Lo sabía muy bien, lo conocía aunque él no creyese que fuese así. Desde su cumpleaños número ocho, Maxwell estuvo dolido con ella, porque creyó que su regalo no había valido lo suficiente, y aunque Hera le explicó que su diamante se perdió, él pensó que ella no lo había cuidado, porque no le importó.

Lo tomó como una señal para desprenderse de ella y seguir adelante, pero no lo logró. Hera seguía siendo para él, la flor más bonita del condado, incluso estando con Guida.

Guida para Maxwell fue un respiro que le duró poco, muy poco, y no tuvo nada que ver con la infidelidad de la muchacha, eso no le importó, porque para ser sincero, él también la había estado usando. Le duró poco, porque se dio cuenta que lo que había hecho, le resultó contraproducente.

Por su puesto que su noviazgo le había afectado a Hera, pero no por él, sino por la falta de atención. Y eso a Maxwell le dolió más que la pérdida de su collar.

Y creyó acabadas sus oportunidades, cuando a la ciudad llegó a vivir el nuevo estudiante de intercambio, Dennis, el francés que se pavoneaba por los pasillos del instituto del brazo de Hera. Maxwell los veía de lejos, suspirando con anhelo de ser él el afortunado de tomar el brazo de Hera, pero ya había intentado por años, ya no se veía capaz de siquiera intentarlo de nuevo.

La llegada de Dennis afectó a Maxwell, es cierto, pero no tanto como a Jamie.

Si alguien había sido testigo del cambio de niña a señorita de Hera, ese era Jamie. Él nunca vio a los hermanos como familia, las líneas, por lo menos para él, siempre habían estado marcadas. Lo mejor para Eros, lo de segunda mano, si acaso, para él, y estaba bien, se sentía satisfecho con eso porque no era más que el hijo de la mujer de limpieza. Es más, ostentaba mucho más de lo que su madre pudiese llegar a ofrecerle, lo había tenía muy claro desde niño.

Entre esos gustos que para él solo tenía permitido apreciar y no tener, Hera encabezaba la lista.

Esa noche Eros había estado de cumpleaños, su cumpleaños dieciséis. Habían montado una fiesta privada en una cabaña alquilada a las afueras de la ciudad. Jamie había querido tener algo de diversión adulta, pero pasaba lo mismo de siempre, a nadie le interesaba el amigo pobre, todas querían al chico con aires de malote que parecía una chimenea de tanto cigarro que se llevaba a la boca.

Había tomado su carro, regalo de Jörg Tiedemann, el viejo pervertido, y se largó del lugar.

Nadie le había detenido.

Consiguió su casa en penumbras, se lo esperaba, le había avisado a su madre que pasaría la noche afuera. Entró sin hacer ruido, no quería despertarla, seguro estaba agotada del trabajo en la residencia. Se quitó los zapatos y dejó las llaves en la mesa junto a la puerta. Subió los escalones en puntillas, pero al pisar el segundo piso, voces provenientes de la habitación de su madre le hicieron detenerse.

Jamie se acercó sigiloso, eran más de las dos de la madrugada, ¿con quién podría estar hablando su mamá a esa hora?

La respuesta la tuvo al llegar a la puerta.

—¡Está gobernando tu vida y tú lo permites!—exclama su madre, en su voz evidente la rabia que siente.

—Déjate de estupideces, a mí nadie me dice que hacer.

Jamie queda petrificado al reconocer la voz de Jörg Tiedemann.

—Me prometiste que le darías por primera vez lo que le corresponde, ¡no cumpliste!

—Le di un maldito auto, igual que a Eros.

—A Eros le diste un Bently nuevo de última generación, a mi Jamie un Audi viejo de segunda mano—reclama Lina cada vez más alterada.

Jamie no comprendía, o más bien no quería comprender a qué se debía ese encuentro en ese horario, se negaba a creer que su madre era otra amante más del viejo Tiedemann. Algo le decía que tomara las llaves y regresara en la mañana, pero no podía moverse.

—Tienes que entender que Eros es mi nieto—se excusa Jörg.

—¡Y Jamie tu hijo!

El grito de Lina ensordece a Jamie y le despeja la mente hasta dejársela en blanco. La respiración se torna pesada y un calor le recorre la espina dorsal. Había escuchado mal, eso no era posible, no se parecían en nada. Se le hizo más sencillo culpar a la mezcla de éxtasis y alcohol que entender lo que su madre había dicho, y aún así, siguió escuchando.

—Hemos hablado esto cientos de veces, Lina, sabes que no puedo...

—¡Si puedes, es por esa zorra que tienes por esposa que no lo haces!—grita Lina perdiendo el control—. ¡Me odia y lo sabes, me odia y lo paga con Jamie! ¡Estoy cansada de esto! ¡Si no haces algo, me largo de tu vida para siempre, y tu sabes que cumplo!

Jamie creyó que iba a colapsar ahí mismo, era mucho que procesar, mucho que entender. No se parecía en nada a Jörg, su cabello rubio y ojos verdes habían sido heredados de su madre...

Heredados de su madre.

—Si no me has dejado estos años, ¿qué te hace pensar que lo harás ahora?—replica el hombre en medio de una risa cínica—. Agáchate y termina lo que empezaste, puede que piense en darle algo más apropiado a tu bastardo.

Jamie asumió que su madre había accedido, porque no escuchó palabra más de ella, solo sonidos que le hubiese gustado borrar de su mente de parte de Jörg.

No soportó la presión de la noticia, bajó las escaleras tan rápido que por poco resbala. Ni siquiera se puso los zapatos, tomó de regreso las llaves y salió disparado al auto con el corazón latiendo tan rápido que le cortaba la respiración.

Esa madrugada aparcó a un costado de una carretera solitaria, pensó, analizó, asimiló muchas cosas, recordó otras e hiló otras más. Y aún con todo eso, no se lo creía, no lo sentía como parte de él.

Y pensó en Hera. En pocas cuentas, tenía sentimientos pasionales por su sobrina.

Jamie esperaba un sentimiento de repugnancia ante ese hecho, pero jamás llegó, porque no se lo creyó. Se propuso hablarlo con su madre en cuánto estuviese seguro de que lo que escuchó no fue cosa de un sueño o ilusión, y cuándo ese día arribó, una semana después, el país se paralizaba con una noticia de última hora:

Jörg Tiedemann falleció en un trágico accidente automovilístico. Fallo en los frenos, rezaba el informe. Se estampó con el tronco de un árbol cerca de la residencia.

Y Jamie, mirando a su madre más aterrada que dolida, prefirió guardarse lo que sabía y enterrarlo en el mausoleo de la familia, dentro del ataúd del padre que conoció, pero nunca amó.

The Right Way #2 Where stories live. Discover now