"Utterly Mistaken"

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Dos años antes del quince de abril…



Jamie se sentía libre.

Con Eros lejos, escondido en alguna celda, Jamie afirma que el mayor problema en su vida, es él.

Desconoce en qué momento su desagrado exacerbado por Eros nació, puede que en una noche de fiesta, en las que aquel se divertía y él esperaba que se metiera a una recámara, para que dejara de ser el centro de atención, y así poder él tener un poco.

O puede que desde niño lo haya acumulado.

Quizá era una opción, o las dos, Jamie no lo sabía, y no perdería tiempo pensando en ello, porque tenía mucho, mucho que hacer.

Con Eros fuera del radar, siendo un total misterio su repentina desaparición para sus mal llamados amigos, ¿quién ocupaba su puesto? Jamie.

Jamie se forjó una imagen de chico con secretos que no puede revelar. ¿Dónde está Eros?  Le cuestionaban, Jamie botaba el humo del cigarro y se encogía de hombros ‘no lo sé’. ¿Qué pasó con Eros? la misma respuesta. No lo sé.

A falta de un rubio, lo usurpaba otro.

Las comidas en el colegio eran suyas, toda la atención recaía en él, le pertenecía. ¿Por qué Eros era tan renuente a esto? No era más que un malhumorado, engreído y egoísta de la peor clase, daba por sentado que todo eso le era un designio otorgado a él, solo por eso, ser él.

Jamie jamás experimentó lo excitante era tener que escoger una chica al día, o dos, sin novios o ellos iban incluidos en el paquete. Jamie no se limita, después de una probada de lo que tanto anhelaba, no sabe de límites.

Pero todo aquel desborde de sexo, adrenalina, dinero y drogas, le duró pocos meses, muy pocos. Era tantísimo el éxtasis de pararse en lo él considera, la cima, que no se dio cuenta que dejaba a alguien atrás.

Decir que era estaba bien, era una completa  falacia. Hera jamás había estado tan mal.

Desgastada, hundida en una tristeza y dolor al que no le veía final. Se había mudado a la recámara de su papá, a veces visitaba a su mamá, porque sentía que le arrancaban un pedazo más de corazón cuando se despertaba a media noche, y en medio de su adormecimiento, entraba a la habitación de su hermano, solo para encontrar la cama vacía.

Hera tuvo ayuda, de toda clase, de la más alta. Tenía el apoyo de su familia, papá, mamá, abuela y tío, sabía que cuando los necesitara, correrían a donde sea que ella se encuentre, y cuidarían de ella. Así ha sido siempre. Pero se sentía extrañamente sola.

No tenía amigas, charlaba con algunas chicas en el colegio, pero ninguna le daba la suficiente confianza para ahondar en lo que siente, lo que le atormenta cuando se apagan las luces, cuando se mira al espejo, cuando se restriega la esponja en la ducha.

Para mayor desdicha, a ellas le interesaban más sacarle información sobre Eros y el enigma de su paradero, que recordar donde se hallaba, le trituraba los sentimientos.

Y se alejó del todo.

Una mañana, desayunando con sus padres, les pidió con lágrimas en los ojos y la voz ahogada, que la enviaran lejos, muy lejos de allí, dónde nadie la conociese, ni a ella, ni a su familia.

Ulrich no quería, se negaba a toda costa, ¿qué haría una niña sin sus padres? No, ella tenía que estar con su familia. Agnes, en la otra mano, comprendía a su hija, porque padeció en carne propia, lo que a Hera le aquejaba.

Helsen se haría cargo de ella, era la idea, pero Ulrich conociendo la vida ajetreada de su hermano, se opuso rotundamente. Agnes iría con ella, pero Hera quería alejarse de la rutina que venía conociendo desde que nació, quería algo nuevo, un nuevo comienzo.

Y Franziska, la apoyó.

Hera comenzaría el nuevo año escolar en Nueva York, viviría con su abuela, en un penthouse que su padre costeó, a una cuadra del de Helsen. Tenía todo a su disposición, chofer, chef, mantenimiento y para un despeje de mente, una extensión de la tarjeta de Ulrich, para que se diera sus gustos habituales.

Era cosa de meses, pocos, para que eso ocurriera.

Ella estaba que saltaba en un pie de la alegría. Dejaría su ciudad europea, para vivir la extravagancia de la Gran Manzana. Como una de esas películas de los dos mil, de chicas rubias, inteligentes y rebosantes de estilo.

Encajaba perfectamente, y si no, haría que se acoplen a ella.

Hera comenzaba a florecer, después de tres meses conviviendo con lo que ella percibía como un espectro pernicioso invadiendo cada rincón de su mente, por fin empezaba a dejar el gris atrás, para retomar los colores, así sean solo, los de las flores del jardín.

Jamie tarde cayó en cuenta, que por la avaricia y desenfreno, echó de lado a quien está seguro de amar, y lo hizo en su peor momento. Lo que le hizo abrir los ojos, fue una tarde en la que advirtió a Maxwell acercarse a Hera y a ella, responderle con una sonrisa. Hace meses que no veía una sonrisa en ella.

El entorno de Jamie se nublo, solo enfocaba a Hera, y el imbécil de Maxwell conversando.

No podía permitir que le ganase, no podía dejar que Maxwell tome lo que es suyo, Hera es suya, los une un lazo más allá de lo aceptado, pero un lazo al fin y al cabo.

Esa misma noche, Jamie abandonó las fiestas, las chicas, a sus novios, los litros de alcohol, las pastillas y las tiras de gelatina.

Invitó a Hera a ver una película, ella aceptó de inmediato, Jamie era el recuerdo cercano de su hermano, eran mejores amigos, ¿no es cierto? De una manera lo tendría cerca, a través de Jamie.

Esa idea se le deshizo la primera semana, compartiendo sus cenas con Jamie.

Él era muy distinto Eros, es más, ni siquiera hablaban de él. Jamie le preguntaba sobre ella, como se sentía, que podía hacer por y para ella. La abrazaba, ella se lo permitía, preguntándose cómo es que nunca había conocido esa faceta de él, la de protector, que escucha y entiende.

Siempre estuvo ahí, pero ella nunca lo vio.

Unas semanas más, y Hera reía. Otras más, le dejaba ocupar su cama si se quedaba rendido luego de una película. Dos meses, y en una ronda de carcajadas mientras comían helado de pistacho, Jamie no pudo resistirse más, olvidando quién es, lo que ella representa en su vida, la besó.

A Hera la sorprendió gratamente. Ella le siguió.

Se cumplieron tres meses, Hera viajaría a Nueva York en la semana posterior, una de las innumerables noches de risa, cuentos, recuerdos y besos, Hera le ganó la guerra al temor, y Jamie, con besos y caricias prohibidas, le ayudó.

Era incorrecto, pero no le importaba, nadie lo sabía, Jörg se llevó el secreto a la tumba, él seguiría siendo nada más que el hijo de la sirvienta.

Jamie estaba completamente equivocado.

The Right Way #2 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora