6 de agosto de 1868: No del mismo modo en el que fueron.

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6 de agosto de 1868: No del mismo modo en el que fueron.

6 de agosto de 1868: No del mismo modo en el que fueron

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Brid hervía de furia. Le agradecía a Joyland por haberla traído de regreso a 1868, pero una parte de ella aun quería estrellarle ese bonito rostro en el suelo.

Bridget balanceaba su daga en los dedos, que lanzaba pequeñas llamas escarlatas. Sus ojos azules, idénticos a los de Demetrie, reflejaban el brillo de sus dedos. La joven estaba agazapada en el sótano, en el salón donde Joyland la había enseñado a utilizar runas y su magia. Miraba alrededor con cierto regocijo.

Ya no necesitaba sus entrenamientos, ya recordaba todo. Sabía a ciencia cierta que runa usar para volar en pedazos el Noctum entero si ella quería. Sabía que palabras profesar para hacer que un hombre ardiera en llamas. Sabía qué símbolos dibujar en qué estrella para traer a los muertos del otro mundo.

Antes ya había estado ahí, en medio de esas cuatro paredes. Antes ya había estado sentada sobre el desordenado escritorio de concreto. En una época lejana, donde los días eran diferentes y las personas también, ella había sido una estudiante en la academia. Ella, junto con Joyland y Demetrie.

En su antigua vida, la que Demetrie había perseguido, ella ya había acariciado con dedos firmes el filo de la daga.

En aquel tiempo, el sótano pertenecía a Joyland, pero no porque fuese mentor de nadie, era porque Bilmah había decidido que Joyland Jedenth necesitaba un espacio donde pudiera explotar. Bridget lo sabía. Joy no era un chico normal. En el pasado, en la vida pasada, Joy había sido su mejor amigo. Había curado sus heridas con torpeza, había cortado su cabello una noche al mes. Le había dado golpes cuando se los merecía y le había confesado sus miedos más profundos. Le había confesado su amor por Demetrie.

Pero eso quedaba ya muy en el pasado.

En el presente, en 1868, Brid solo sentía que colapsaría. No sentía el apoyo de nadie, ni siquiera de sus únicos amigos en el mundo.

Conocía a Joyland lo suficiente para entender por qué el sótano le pertenecía, la razón del por qué la habitación estaba llena de artilugios que parecían juguetes creados para distraer los dedos y los pensamientos más oscuros y afilados.

Joyland no era un ser tranquilo. Se mente volaba, se estrellaba y lo rompía en fragmentos. Brid había presenciado muchas de sus caídas. Lo había abrazado en algunas noches años anteriores, le había dicho que todo resultaría bien y que recitar los números era mejor que dejarse caer.

Así había comenzado todo. Los números y el embrollo. Antes de que Bridget le diera la solución, Joyland solo se debatía entre la violencia a sí mismo y hacia los demonios.

Brid contuvo el aliento.

Joyland no había cambiado mucho, solo un poco. Lo suficiente para sentirse peculiarmente atraída hacia él. Solo un poco. Ni siquiera estaba segura.

REINA DE COPAS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora