14 de agosto de 1868: Volkswagen.

30 22 0
                                    

Sentado sobre sus piernas, en la soledad de la biblioteca, miraba el mapa con aburrimiento. Klaus llevaba la última hora rebuscando entre libros algo entretenido de lo que adueñarse por las siguientes noches, pero no había encontrado nada interesante.

Sin embargo, la biblioteca misma era lo que lograba capturar su atención por completo. Sus ojos verdosos estaban perdidos en la profundidad del techo abovedado, donde los libros más antiguos se extendían hasta perderse. Pero había algo singular en todo ello: cada lomo de cada libro tenía una piedra de cristal en distintos colores que reflejaban la luz del candelabro. Desde violetas hasta celestes, dorados, verdes y rojizos. Era como ver las estrellas en una noche despejada de cielo profundo.

Klaus había pasado los últimos minutos perdido en la monstruosidad que representaba aquella construcción para sus inacostumbrados ojos. Pero fue entonces, cuando el conocido sonido del tic tac lo sacó de su ensimismamiento y se obligó a mirar el mapa que descansaba en sus piernas.

El punto de sangre que había residido días enteros en el día 13 de octubre de 1850 de pronto comenzó a moverse, avanzando por los 60s y los 70s hasta posarse con una descomunal delicadeza sobre 1868...sobre el 13 de agosto de 1868.

Klaus se levantó de golpe, con el corazón encogido y frunció el ceño. Necesitaba encontrar a los otros y decirles que Baudelaire había llegado.





En lo único en lo que era capaz de pensar era en que alguien desconocido y ajeno a él había conjurado su alma. Ni siquiera tenía idea de con qué fin había sido, pero algo dentro de él sentía que no era nada bueno. Nada bueno podía provenir de alguien que conjuraba almas ajenas.

Y había pensado en algo, un plan. Pero esta vez no dejaría que sus amigos se entrometieran en sus asuntos, por lo que puso seguro a la puerta de su habitación y se dejó caer en el centro de ella, entre las tres camas: la suya, la de Jedenth y la de Ednes.

Sintió un pinchazo en el pecho al recordar que semanas antes aquella cama había pertenecido a Jones, pero se obligó a apartar esos pensamientos de sí y a ponerse a trabajar.

Minutos antes había pulido y afilado su daga, por lo que estaba lista para usarse. En el reflejo de la hoja de oro alcanzó a percibir su nombre: Fliends, con letras perfectas. Sus ojos celestes se reflejaron en la superficie y contuvo el aliento.

Sería la primera vez que lo haría, pues nunca lo había intentado.

Si bien era cierto que en algún momento de su vida el Noctum le había enseñado a hacer aquel ritual, hacerlo solo y por su cuenta era muy distinto a hacerlo en un ambiente controlado y vigilado por adultos capaces y expertos. Sin embargo, también era cierto que un demonio jamás se graduaba del Noctum, la academia era más bien un aquelarre que se mantenía en los confines del mundo y de la eternidad, por lo que sus estudiantes estudiarían siempre, hasta el fin del tiempo mismo.

Fue por ese pensamiento que tanto él como sus amigos tenían muy en claro que perderse clases o implementar brujería nunca vista no afectaría al Noctum ni a ellos mismos en lo más mínimo.

Así que se arrodilló en el suelo de piedra fría y depositó con delicadeza el filo de la daga contra este. Dejó caer el libro abierto en la página de rastreo sobre sus rodillas y frunció la frente, prestando toda la atención que podía a las runas. Contuvo el aliento cuando comenzó a deslizar el filo de la daga de Fliends e intentó no temblar ni perder el control.

Comenzó con un par de círculos que se extendían y se enredaban como lazos entre el polvo de la piedra. El sonido del hierro rasgando la fina capa del mármol penetró sus oídos, hizo una mueca, pero no paró. Normalmente, no le gustaba para nada hacer rituales, porque era un pésimo brujo de copas.

REINA DE COPAS ©Where stories live. Discover now