11 de agosto de 1868: Sueños premonitorios sobre un antiguo tejado.

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Caminaba y caminaba, y entre más avanzaba menos veía, pues la oscuridad engullía todo a su paso. ¿Ella era la oscuridad? ¿O la oscuridad era provocada por algo más grande que ella? Sus ojos ardían con lágrimas de adrenalina, pero ya no sentía. El dolor se había esfumado. Por su sangre corría fuego y goteaba sobre la tierra removida por miles de caminantes armados. Alzó los ojos. Un camino. Un sendero. Un sendero en penumbra. Y lo encontró, de nuevo. Los rojos cabellos de Demetrie estaban bañados en sangre, la luz de una luna negra caía sobre su cuerpo inerte, muerto. Bridget se acercó, lentamente. Por cada poro de su ser brotaba sangre, borboteaba sobre su piel. Apretó la mandíbula. Sus ojos miraban más allá de ella, al cielo oscuro y ennegrecido por el humo de miles de hogueras.

—Te dije que no la dejaras caer—susurró una voz a su espalda. La conocía a la perfección. Era la misma voz que se había burlado de ella en cientos de ocasiones distintas, la misma voz que había ahogado con un beso callado. Se giró, pretendiendo encontrar a Joyland, pero no fue así. Tras ella, del otro lado del sendero ennegrecido, había una cumbre. Una cumbre por la que resbalaba sangre escarlata que brillaba contrala luz oscura. Bridget se alejó de Demetrie y siguió la voz de Joy, que repetía la misma frase una y otra vez, como un disco que se ha atrofiado. —Te dije que no la dejaras caer. —Bridegt subió por la cumbre, humedeciendo sus descalzos pies con sangre hirviendo. Ahogó una mueca y siguió subiendo. Y estaba ahí. Joyland Jedenth. Su Joy. Sobre una gran mesa de piedra, en la cima de la cumbre. Llevaba los cabellos revueltos y húmedos, no se lograba distinguir si era sangre o algo más...tenía los ojos cerrados y sus labios se movían, murmuraba cosas sin sentido. Brid se acercó lentamente, con los ojos hirviendo. No comprendía nada.

Una espada cruzaba el pecho de Joyland y se encajaba en las profundidades de la piedra que sostenía su moribundo cuerpo. Una espada de cristal. Su espada de cristal.

Bridget se dejó caer junto a él, quedando con los labios cerca de su mejilla pálida. Y Joy seguía moviendo los labios.

Pero ella no lograba escuchar lo que decía, así que acercó su oído a los labios del joven.

—Te dije que no la dejaras caer.



—¿Han visto a Brid? —preguntó Joy, enfundándose su daga en el cinturón de armas. Donna y Danno lo miraron un momento.

—Ayer, solamente—respondió Danno, encogiéndose de hombros. Tenía a su hermana en las piernas y acariciaba su pelaje con cariño. —Hablamos sobre ti.

Joy se giró a mirarla, con la confusión engullendo sus negros ojos. Joy juntó las cejas y apartó con delicadeza los paliduchos dedos del mango del arma.

—¿Sobre qué?

Danno soltó un suspiro. Sus plateados cabellos se menearon cuando bajó la cabeza y miró a Donna, quien meneaba la cola con aparente emoción.

—Sobre el día en qué murió.

Joy apretó la mandíbula. Aquel día llevaba el cabello desordenado y los ojos recubiertos de vieja pintura oscura. La noche anterior no había tenido ganas de limpiarse el rostro. Pequeñas líneas se formaron sobre su frente cuando la frunció.

—¿Qué le dijiste?

Danno alzó el rostro y lo miró con ese impasible rostro. Como si no le importara. Como si supiera a ciencia cierta que había hecho lo correcto.

—Que te rompió el corazón.

Joy cerró los ojos y contuvo el aliento. No quería enfadarse, pero en ese momento olvidó la naturaleza de Danno y se alzó de la cama, alejándose de ella. Olvidó que en los gatos no había secreto que valiese la pena guardar. Se acercó a la puerta, pero antes de salir se giró hacia ella, con los ojos hirviendo en furia y un tembloroso dedo la apuntó.

REINA DE COPAS ©Where stories live. Discover now