14 de agosto de 1868: Cementerio de almas viejas.

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Lápidas. Fue lo primero que vio cuando abrió los ojos. Aun tenía los dedos pálidos apretados en las muñecas de Baudelaire cuando sintió de nuevo las piernas y se percató de dónde se encontraba. Ni siquiera lo sabía. Cuando había sujetado a Baudelaire había conjurado su regreso al Noctum, para llevar a la mujer con Bilmah y que todo aquello se acabara de una maldita buena vez, pero no se encontraban precisamente en la academia.

Miró a su alrededor. Solo lápidas. En medio de la noche, los árboles de un viejo cementerio se tragaban la luna y su escasa luz.

Bridget entornó los ojos y encontró a Baudelaire frente a ella. La mujer estaba despeinada y cubierta en tierra.

-Niñita idiota. -bufó con su voz venenosa y Bridget apretó la mandíbula. Sentía la presión de su camisón interior. Había abandonado todas sus prendas, a excepción de ese absurdo camisón de dormir. Por lo que además estaba desarmada. -¿De verdad creíste que lograrías algo salvando a esas niñas?

-Logré salvarlas. -susurró Brid, no demasiado segura. No tenía idea de lo que sucedía con los chicos. Esperaba que se encontraran bien y que estuviesen manejando todo como se debía. -No tiene sentido nada de lo que haces, Baudelaire.

-Lo tendrá. -aseguró la mujer. Mechones de cabello salían en torrente por su alto moño.

-No, porque morirás esta noche. -susurró Bridget, pretendiendo manejar el asunto de que no tenía ni la más remota idea de cómo lograría asesinar a la mujer.

Sus runas.

Claro.

A veces las olvidaba.

-No tienes ni idea niña. -continuó la mujer. Una sonrisa se fue formando en sus labios. Una sonrisa tétrica en donde la luna proyectó sus oscuras sombras desdibujadas. -Yo no soy por quien tienes que preocuparte. Soy...soy un peón en esta guerra venidera.

Bridget contuvo el aliento. Sus pies descalzos estaban sangrando. Piedras y ramas se abrían paso entre su piel. Apretó la mandíbula e intentó contener el dolor.

¿Dolor?

Ni siquiera sabia de donde provenía, pero comenzaba a sentir que el mundo se venía abajo.

Tal vez eso estaba sucediendo.

El mundo se estaba yendo a la mierda.

-¿Qué? -preguntó la bruja de rizos escarlatas. Comenzaba a sentir que el mundo giraba bajo sus pies. Se mantuvo cuerda y erguida, pretendiendo no mostrarse vulnerable, débil y quebradiza para Baudelaire. -¿Qué guerra?

La mujer seguía sonriendo. Bridget la escrutó con la mirada y se dio cuenta de que tampoco estaba armada. Un simple crucifijo temblaba en una de sus manos.

Sus manos temblaban.

Baudelaire tenía miedo, y Bridget sabía por qué. Porque la mujer había pasado los últimos diez años observando a la joven, se había dado cuenta de la amenaza que significaba la chica Jones.

-La guerra entre el bien y el mal. -bufó la mujer y Bridget se movió un poco. Al parecer, la mujer pensó que iba a despellejarla con su daga inexistente, pues blandió el crucifijo y lo mantuvo tembloroso entre su cuerpo y el de Bridget.

La chica frunció la frente. El dolor comenzaba a ser punzante e imparable. Sintió su pierna rozar con algo y encontró una lápida. No leyó nombres, pero fingió hacerlo con el único propósito de utilizarla de apoyo.

Se estaba yendo abajo. Lo sentía.

-¿Y quién mierda es el mal dentro de todo este revoltijo? -preguntó Brid, intentando respirar.

-¡No te muevas maldita bruja! -gritó la mujer, apretando el crucifijo. Bridget le lanzó una mirada asesina.

-Siempre lo supiste, ¿no?

Baudelaire pasó saliva, y aquel desagradable sonido perforó el silencio del cementerio.

Bridget se dobló un poco, intentando mantenerse en pie. El dolor. Lo identificaba. Un abismal dolor en el pecho.

La estaba consumiendo por completo.

-Desde que incendiaste a tus padres lo entendí. Tenías ataques paranoicos por las noches, las pastillas te ayudaban a olvidar. -Bridget sintió los ojos escocerle al recordar todas aquellas mañanas en las que había despertado sin saber siquiera cómo había llegado a la cama. -Eras una psicópata. Y tu hermana te controlaba de maravilla, claro, cuando no andaba por los pasillos fingiendo ser un muchacho. Que aberración de la naturaleza. La descubrí, un día. La vi transformarse en ese chico pelirrojo y entonces no tuve ninguna duda: eran un par de brujas. Debí haberlas asesinado cuando recién llegaron.

-Éramos unas niñas. -no tenía sentido lo que había dicho teniendo en cuenta que a Baudelaire no le importaba en lo más mínimo, no después de haber quemado cientos de niñas pequeñas antes de que Bridget la detuviera.

-Eran unas brujas. ¡Unas malditas brujas! -Baudelaire se acerco un paso. Y luego otro. Y otro más. Llevaba en alto el crucifijo y Bridget intentó vislumbrarlo un poco mejor. Terminaba en punta. Una punta de metal lo suficientemente afilada como para abrirle la garganta.

Y mientras Baudelaire se acercaba, Bridget intentó conjurar alguna runa que la sacara de ahí, alguna runa que la llevara de vuelta con Joyland.

-No te muevas. -gimió Bridget, intentando mantener la cordura. El dolor la envolvía. Y de pronto, sintió que el camisón se le humedecía, y cuando bajó la celeste mirada encontró sangre. Sangre que chisporroteaba por su pecho. Sintió que se ahogaba. Sintió que estaba muriendo. Sus dedos se aferraron a la lápida y la vista comenzó a nublarse.

-Al final, Dios te da tu merecido. -reprendió Baudelaire y se dejó caer contra Bridget, quien ya estaba de rodillas en el suelo, cubierta por sangre y dolor.

Pero Baudelaire nunca llegó, porque algo rasgó el aire y detuvo el tiempo.

Bridget respiró entrecortadamente y soltó un gemido cuando la directora del orfanato cayó frente a ella con un golpe seco. La luz de la luna le dio de lleno en el rostro y Bridget descubrió que había una daga incrustada en su cuello. Una daga de cuarzo que reflejaba la luz nocturna. Que comenzaba a incrementar.

El día comenzaba a cernirse sobre ella, y la luz de la mañana llenó el cuerpo muerto de la mujer cuando Bridget tomó la daga por el mango y la sacó con un crujido.

En un doloroso movimiento limpió la hoja y encontró una inscripción. La misma inscripción que tenían todas las dagas demoniacas.

Pero había algo diferente.

Solo eran iniciales.

O.J.

Bridget sintió que el aire se esfumaba de la faz de la tierra, que la abandonaba y la lanzaba a un abismo sin final. La sangre de su cuerpo siguió chisporroteando, saliendo, y sus dedos temblorosos y pálidos por el dolor se llenaron con su vida.

Cayó al suelo, con la espalda estrellándose entre hojas y ramas secas.

Lo último que vio antes de cerrar los ojos fue la lápida.

La lápida que debió encontrar antes de caer al abismo.

"Deméter Wrondelle"

13 de octubre de 1725 - 13 de octubre de 1740

REINA DE COPAS ©Where stories live. Discover now