6 de agosto de 1868: Antigua habitación.

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6 de agosto de 1868: Antigua habitación.

6 de agosto de 1868: Antigua habitación

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Bridget abrió la puerta. El sonido de las bisagras rechinando le llegó a los oídos y la hizo viajar a un momento, a un lugar donde aquel sonido era tan suyo, a un tiempo donde había pertenecido a algo tanto como sus propios latidos.

El aroma de viejos libros penetró sus fosas nasales. Bilmah le había entregado las llaves de su antigua habitación y los sirvientes de la academia había ordenado todo para ella.

Diecisiete años de abandono no eran poca cosa, pero el arduo trabajo de los hombres y mujeres que servían al Noctum no había permitido que se notara en ningún rincón.

Estaba tal cual lo había dejado en lo que se refería a sus objetos. Las paredes tenían el mismo tapiz azul cielo con flores de plata que brillaban contra la luz del candelabro. Este pendía del techo, ramificándose en las puntas con bombillas pequeñas incrustadas. Su cama estaba en el centro de la habitación, con pesado cortinaje adosando el perímetro en colores escarlatas. Miró alrededor, con una sonrisa. Sabía por qué todo el dormitorio olía a libros viejos: las paredes estaban repletas de viejos y polvorosos volúmenes amarillentos. Dio gracias a Lucifer por que los libros no hubiesen sufrido los cambios del clima, del agua y de la humedad. Incluso del sol, aunque no hubiera sido posible, pues el pesado cortinaje de las ventanas no dejaba entrar ni siquiera la luz de las estrellas, que colgaban inmóviles sobre su cabeza.

Se dejó caer sobre las mantas y su espalda acarició la superficie esponjosa de las telas. Sonrió, porque había pasado tanto tiempo anhelando aquella privacidad que se sentía en el paraíso. Desde que sus padres murieron, la privacidad se había convertido en algo inalcanzable para la chica. En el orfanato, pasó los últimos diez años durmiendo con otras quince chicas, y con Deméter.

Sus azules ojos cual estrellado cielo nocturno, sus pecas naranjas cubriendo la superficie de su pálida piel, sus rizos escarlatas rozando su cintura. La recordaba perfectamente. Porque la veía en sí misma al mirarse en el espejo, porque la veía reflejada en los ojos de Demetrie. Porque si entrecerraba los ojos y lo deseaba, podía ver el cambiante rostro del chico estrujarse hasta convertirse en Deméter.

Había jugado con sus sentimientos, con su inquebrantable vacío al anhelar una familia. Demetrie se la había dado. Le había otorgado el privilegio de tener una hermana. Pero todo había sido una farsa. Y eso era imposible de perdonar.

Aun así, debía reconocer que si Demetrie no hubiera interferido, hubiese pasado los últimos diez años vagando en la soledad del orfanato, de la pérdida, sin saber muy bien qué demonios hacer o qué esperar.

Demetrie, aunque fingía ser la persona que mas había amado en el mundo, había sido su soporte. La había abrazado en aquellas lejanas noches repletas de malos sueños. Le había limpiado las manos y le había curado las heridas. Había tomado el papel de una hermana mayor lo mejor que había podido.

REINA DE COPAS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora