16 de julio de 2015: La batalla de las torres.

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La ciudad angelical, antes hermosa, estaba cubierta de fuego. Cenizas caían sobre sus cabezas como nieve. Como una tormenta real. El suelo de tierra estaba cubierto de ella, de cenizas de cuerpos, de ángeles y de demonios. Las puertas del Santuario estaban resquebrajadas y tiritaban sobre los postigos. Y todo el mundo temblaba desde los cimientos.

Pero Joyland no. Joyland Jedenth, con sus rizos negros cubiertos de tierra gris, miraba a la nada con un vacío inconfundible en los ojos.

Todo estaba mal. La destrucción había asolado el lugar. Los gritos llegaban a sus oídos y se perdían en el aire. El rugir de las espadas, el llanto de los heridos. La sangre corría por entre sus pies, aun a pesar de estar a una distancia considerable, internado en el bosque, viendo la escena bajo un árbol que lo cubría de la luz de la luna.

Porque veía la escena sin ver, solo buscaba a una persona. La persona que se robaba sus sueños y lo internaba en un mundo de pesadillas al caer la noche.

—¿Qué haces aquí Jedenth? Esta no es tu posición—bramó una delicada voz a su espalda. Joy cerró los ojos e intentó calmarse. Sus manos comenzaron a temblar, y fue extraño, porque los números lo abandonaron.

Y entonces se giró.

Y la encontró a ella.

A Megan.

Su Megan.

Llevaba el cabello escarlata sujeto en un par de trenzas. Llevaba su alfanje chorreante de sangre negra y licor. Podía olerlo. Eso calmaba a la chica en batalla.

Llevaba una falda de cuero ciñendo sus caderas y una camisa de lana con olanes apretaba su cuerpo. Y toda ella estaba cubierta de fuego, ceniza y sangre. Sangre roja. Sangre de ángel. Sangre de ella.

Joy contuvo el aliento y tragó saliva.

—Meg. —susurró y la joven lo miró un momento. Sus mejillas estaban rojizas: síntoma extra del subidón de adrenalina que causaba la batalla. —Vámonos. Por favor. Vámonos de aquí.

Pero Megan Emitch frunció la frente y el brillo en los ojos de Joy desapareció.

—No puedo abandonarlos...son mi familia. Mi hermana está luchando, allá.

Joy negó efusivamente con la cabeza.

—Podemos hacerlo. Iré por tu hermana, iré por Maddie, pero por favor, vete de aquí.

—Joy. —susurró ella, acercándose a él. Joy dejó caer sus hombros y las lagrimas resbalaron por sus mejillas. Meg barrió estas con sus pulgares y sonrió como mejor pudo, con el único propósito de que Joy se tranquilizara un poco—Estaré bien. Puedes confiar en mi.

Joy negó de nuevo y sus labios comenzaron a temblar. Y las lagrimas corrían y le era imposible respirar con normalidad.

—Por favor. —su voz pendía de un hilo que le rogaba a su amada parar. Parar de una maldita vez.

—Te amo, ¿Sí?

Y entonces él se rompió.

—Entonces ven conmigo...Meg...por Dios...Ven conmigo.

—No puedo hacerlo. Lo sabes. —susurró ella. Sus verdes ojos cristalizados por el sentimiento que compartía con el chico que le había robado el aliento y el corazón y la vida. Y la muerte.

—¡Maldita sea! Megan, por favor, ven conmigo. —pero Megan lo hizo guardar silencio con sus labios. Y Joy se perdió en ellos. En esa sensación que lo tiraba al vacío. Que jalaba sus entrañas. Sus dedos temblorosos se encajaron entre los cabellos de la chica y la apretó contra su rostro, profundizando en las sensaciones de sus labios. Y lloró todo cuanto pudo, con el afán de dejarla ir.

Y eso fue exactamente lo que hizo.

Porque Megan se apartó de él y caminó hacia la muerte.

—Te amo. —susurró él, con la ceniza cubriendo sus lágrimas. 

REINA DE COPAS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora