14 de agosto de 1868: Te dije que no la dejaras caer.

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Joyland salió corriendo de entre los matorrales y Klaus lo siguió. Dem quiso gritarle que se detuviera, que no tenía caso, pues Brid no estaba ahí. Se había marchado a algún lugar lejos de ellos. Pero no quiso llamar la atención de los hombres que comenzaban a inquietarse ante la falta de su directora de muerte.

Lo único que veía eran los rizos negros de Joyland y los dorados de Klaus meneándose conta el viento, y deseó con toda la fuerza de su corazón ser más grande y poder protegerlos. Pero no podía. Había llegado el momento de dejar actuar a Joy.

Confiaba en él.

Claro que lo hacía.

Era uno de los mejores guerreros en toda la ciudad infernal.

Pero aun así tenía miedo de perderlo.

Los hombres de Baudelaire habían hecho un círculo alrededor de las jóvenes, impidiéndoles correr hacia ninguna posible escapatoria. Demetrie liberó con un movimiento su sable y el filo reflejó los cortos rayos de la luna. La mañana comenzaba a cernirse sobre ellos.

Klaus iba delante de él, y mientras el chico Ednes corría, iba llevándose la mano izquierda hacia su carcaj con flechas. Dem vio cómo tomaba una flecha y la posicionaba justo en el centro de su arco de acero negro. Dem sintió una opresión en el pecho al recordar.

Al recordar lo que Joyland decía en sus cartas acerca de su nuevo amigo Daemon Ednes. En una de ellas recordaba vagamente que Joy había mencionado la increíble habilidad del niño para con el arco.

Dem intentó concentrarse en los hombres y en cómo mierda acabarían con ellos. Eran cientos...contra tres demonios.

Pero eran tres demonios despiadados.

Y a pesar de que Demetrie Fliends fluyera con la tranquilidad del universo, era bien cierto que a la hora de pelear fluía con la sangre.

Cuando llegó junto a Joyland y Klaus, los hombres aun no se habían percatado de su presencia.

-Vas a matarnos a todos, imbécil. -gritó Dem por encima del estruendo de las jóvenes. Joy se giró a él y le sonrió con esa calma que circundaba al pelinegro.

-Moriremos por Bridget, entonces. Y eso será suficiente.

-Yo no voy a morir. -bufó Klaus, y fue entonces cuando sus dedos firmes soltaron la cuerda y la flecha salió disparada.

Con la lluvia de sangre que trajo consigo arrastró la batalla que amanecía. Los arrastró a ellos al borde del abismo y la adrenalina los tomó con dedos inquietos. Unos pocos hombres se apartaron del tumulto y liberaron espadas de hierro viejo. Fue Joy quien soltó una risita y pensó en lo fácil que sería acabar con ellos. Mientras el pelinegro avanzaba, encontró en el camino la ropa de Bridget y entonces sus ojos resplandecieron con el reflejo del cristal de su espada.

En un rápido movimiento la tomó entre sus dedos y la blandió como si siempre hubiese sido suya. Sonrió y sintió la mirada de Dem pero no pudo importarle menos.

Eso era lo que significaba el lazo de la muerte. Lo había leído cientos de veces en la biblioteca: "Nuestras unidas almas sentirán el doble y sufrirán como si fuesen una misma, pero serán una sola en cuerpo y alma, en dolor y felicidad, y cuando el exilio nos arrastre al olvido, iremos juntos."

Así que cuando tomó la espada de Bridget y la acunó entre sus dedos, sintió la energía proveniente de la joven acunar su mano. Le dieron la fuerza necesaria para mirar al frente y sentir que todo estaría bien. Y los números, los malditos números, lo abandonaron un momento y fue como gritarle al cielo que todo iba de maravilla. A pesar de tener miedo, a pesar de no sentirse preparado, se lanzó.

REINA DE COPAS ©Where stories live. Discover now