25 - El frío del mañana

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La primera semana fue un poco difícil para Olivia. Pero no tanto como se lo había imaginado desde la distancia.

Lo que más le costaban eran las mañanas. Ese momento en el que abría los ojos y tomaba consciencia de que estaba lejos de todos era bastante feo. Tener que levantarse, hacerse el desayuno y no tener que ir al comedor a trabajar... Extrañaba la compañía de sus padres, extrañaba la rutina que había formado. Extrañaba.

Patricia había tomado la costumbre de quedarse estudiando hasta altas horas de la noche así que durante la mañana a Olivia la invadía el silencio.

El resto del día solía ser más llevadero. Hacía el almuerzo junto a su hermana y la acompañaba mientras estudiaba. Una tarde, decidieron salir a recorrer la ciudad y tomar un helado juntas. Las horas pasaron volando entre tanto que había para ver y conocer.

Tadeo tenía una semana libre, así que también intentó acompañarla en esos primeros días. Y eso era lo que Olivia más amaba, poder pasar tiempo con él, poder cenar juntos, dormir y despertarse uno junto al otro.

Para su suerte, Pato parecía llevarse bien con él así que no era problema su presencia en la casa. Incluso agradecía que estuviera así le ahorraba las tareas como lavar los platos o barrer el piso.

Para sorpresa de ambas hermanas, Tadeo parecía tener una obsesión con barrer los pisos.

—Odio sentir mugre bajo los calzados —se excusó él una noche mientras barría antes de cenar.

—Y yo odio respirar polvo —le dijo Pato mientras subrayaba sus apuntes en la mesa del comedor.

—Ya le abro las ventanas, su majestad.

—Gracias sirviente. ¿Y usted cocinera? ¿Cómo va con mi cena?

Tadeo rió mientras Olivia se daba media vuelta para fulminarla con la mirada.

—Me decís una vez mas así y no cocino más.

Pato soltó una carcajada.

—Hasta tú sabes que eso es imposible.

—No me desafíes.

—Ya abrí las ventanas. Cállate Pato que yo si quiero comer la comida de Olivia —le dijo mientras se acercaba a guardar el escobillón y darle un abrazo a la joven.

Patricia suspiró y volvió a concentrarse en los libros mientras Olivia disfrutaba del abrazo de Tadeo.

Esos instantes, hacían que todo malestar por estar lejos pasase a segundo plano. No se podía estar mal mientras los brazos de él la hacían sentir tan segura.

Al día siguiente, antes de almorzar, fueron a visitar a Griselda que había reclamado varias veces la presencia de ambos jóvenes... Aunque más la de Olivia.

Y como no podía ser de otra manera, terminaron quedándose a almorzar ante la insistencia de la mujer.

—He cocinado demasiado —fue la excusa que puso.

Olivia se sintió como en casa por unos segundos. La comida que había preparado la abuela de Tadeo fue exquisita. Cocinaba muy bien, como la mayoría de las abuelas según le habían contado.

Después de almorzar y de ayudarla a lavar todo, se despidieron para ir a dar una vuelta antes de que se hiciera de noche.

—Ahora que ya sabes donde vivo puedes venir a visitarme cuando quieras —le dijo a Olivia cuando la saludó—. Y también puedo ir yo, si quieres. Me gusta mucho salir —le contó con entusiasmo.

—Abuela... —masculló Tadeo.

—Me gustaría mucho —lo interrumpió Olivia—. Cuando quieras.

Una parada en Colonia BasiliaWhere stories live. Discover now