27 - Y el refugio del ayer

57 9 2
                                    

Dicen que los primeros amores dejan una marca imborrable. Él no fue el primero, pero dejó una marca que vive y late hasta el día de hoy.

La voz de Griselda se cortó un poco al final de la frase, pero después de tomar aire continuó hablando.

No sé si Tadeo te ha hablado de mí y de mi vida... Era la hija mayor en una familia de cinco hijos. Una familia muy tradicional que se había mudado del campo a la ciudad apenas se casaron. Yo, al ser la mayor, fui la que más presión recibí. No es que me molestara, pero con el tiempo me fui dando cuenta que por respetar ciertos patrones condené mi vida a un margen de acciones y pensamientos.

Por suerte, eso no me frenó a la hora de decidir qué hacer con mi vida. Fui la primera que decidió estudiar y no depender de un hombre para vivir. En ese entonces, la mayoría de las que queríamos un futuro laboral solíamos guiarnos hacia la enfermería o hacia la docencia. Este último fue mi caso. Desde siempre había sentido esa vocación por enseñar. Fui quien ayudó a todos sus hermanos con las tareas e incluso a algunos de sus compañeros que no tenían quien los guíe.

Mientras estaba en ese camino de tomar la decisión de estudiar, fue cuando el amor golpeó la puerta de mi alma por primera vez. Fue breve, poco perfecto ahora que lo miro de lejos, pero lo suficientemente lindo como para ser el primero.

El estudio me rescató de esa primera ruptura y desde entonces me aferré con uñas y dientes a mi vocación. No había nada que me hiciera más feliz que eso.

Obtuve el título de maestra y a los pocos meses empecé a trabajar en eso que tanto amaba.

Fue en medio de esa hermosa rutina cuando conocí lo que era el amor verdadero, puro, intenso... Y también el dolor desgarrador de un corazón roto.

Una tarde, después de despedirme de mis alumnos y desearles un buen fin de semana, fui a comprar un vestido. Amaba usar vestidos, así como los que usas tú. Había una tienda muy famosa en el centro de Valedai... Creo que aún está en pie, pero funciona como un comedor.

Estaba mirando los vestidos cerca de los vestidores cuando un joven salió de uno, en medias y llamó mi atención.

—Disculpe, señorita. ¿Qué opina? —me dijo mirando su camisa—. Si yo la invito a tomar un café con esta camisa, ¿aceptaría?

Y sinceramente, la camisa era muy fea. No podía mentirle.

—No lo creo.

—¿Y sin ella? —me preguntó mientras comenzaba a desabrochar los botones.

—Atrevido —fue lo único que pude decir y me alejé hacia otro sector.

Compré un vestido del rincón más lejos de los vestidores, pagué y me retiré. No alcancé a hacer cien metros cuando escuché pasos detrás mío.

—Disculpe, señorita.

Era él. Su voz sonaba agitada.

—En serio, disculpe mi atrevimiento. Solo intentaba ser gracioso, le pido perdón.

No frené mis pasos, pero me permití aceptar sus disculpas.

—De todas formas, lo del café era en serio. Mire, me he comprado una camisa menos floreada —me dijo mientras abría la bolsa que traía consigo.

Era una camisa azul oscuro.

—¿Ve? Es mejor. ¿Aceptaría el café?

Hice una mueca. No estaba acostumbrada a aquellas situaciones, menos con un total y completo desconocido.

Una parada en Colonia BasiliaWhere stories live. Discover now