35 - El después del adiós

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Cuando la pantalla se puso en negro, Olivia quedó atrapada en ese microsegundo anterior... cuando todavía veía su rostro. ¿Sería la última vez que lo vería así de cerca? ¿Volverían a hablar?

Miles de pensamientos se agrupaban en su cabeza con el único objetivo de hacer que las lágrimas y el dolor aumentaran. En esos momentos, el no saber si volvería a escuchar su voz, a sentir sus abrazos y sus besos la destruían por completo. Haber tomado aquella decisión, amándolo y sabiendo que juntos eran una historia bonita arruinada por la distancia, fue lo más difícil que había hecho en su vida. Mucho más difícil que cualquier decisión que hubiera tomado antes, incluso la de irse a vivir a Valedai.

Cada partecita de su nueva vida allí estaría rodeada por el recuerdo de Tadeo. Después de todo, había sido él quien la había empujado a seguir sus sueños.

Lo extrañaría. Eso estaba claro.

Lo extrañaba en ese momento. Extrañaba todo lo que tenían y que ya no existía. Extrañaba hasta su forma de caminar y la manera en que ponía su boca justo antes de lanzar una carcajada.

El dolor en el pecho fue tan grande en ese instante que pensó que podía morir por eso.

Se arrojó a la cama y hundió su cabeza en la almohada para ahogar un grito. Odiaba su presente. Odiaba estar lejos de su casa, odiaba tener que seguir con su vida adulta en unas pocas horas, odiaba no poder ir a la playa y esconderse en su pequeño refugio de paz. Odiaba al destino por haberlo enviado tan lejos, justo a él que parecía tener toda la esencia de ser el amor de sus días. Odiaba los minutos después del adiós y empezaba a odiar el pensar que quizás se había equivocado.

Cuando se dignó a salir de la habitación, fue directamente al baño para intentar recuperar su imagen. Aunque después de darse una ducha y mirarse al espejo, notó que sus ojos hablaban por sí solos: estaba destruida por dentro.

Volvió a la habitación y se cambió. Revisó su celular para ver si tenía algún mensaje de Frida y efectivamente allí estaba, confirmándole la hora en que podía ir a su casa.

Ese día habían acordado juntarse a practicar una receta que se les complicaba a ambas. Y Olivia no supo qué tan buena idea había sido hacer planes sabiendo que tendría una conversación previa con Tadeo.

Buscó su mochila en modo automático y decidió salir sin desayunar. Tenía el estómago cerrado.

En el camino hacia la puerta de la casa, vio que en el comedor estaban Igor y Pato hablando y riendo. Se limitó a mascullar un buen día y a avisar que saldría a casa de Frida.

—Vuelvo a la noche.

Sin esperar respuesta, salió.

Y la vida que había allí fuera la golpeó de lleno. ¿Cómo era posible que el mundo continuara girando? ¿Cómo era posible que afuera hubiera tanta luz cuando su interior se sentía ahogado en oscuridad?

Intentando no pensar demasiado y acelerando el paso, como si pudiera huir del dolor que sentía, fue hacia la parada del autobús. Para su suerte, encontró un asiento libre para esperar... Pero la espera parecía empujarla más hacia la tristeza. Sentía que necesitaba hacer cosas para no pensar demasiado, para no sentir demasiado.

Se puso de pie y comenzó a caminar unos pocos pasos, ida y vuelta. No fue suficiente, así que sacó sus auriculares y puso la radio. Estaba sonando una canción de rock que hablaba sobre la vida y las aventuras, no parecía peligrosa para su estado emocional así que dejó allí.

El autobús llegó a los pocos minutos, subió y se dirigió hacia un asiento del fondo, sus favoritos.

Recostó su cabeza en el respaldar y clavó su mirada en el exterior. Al menos aquello la distraería.

Una parada en Colonia BasiliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora