Capítulo 39.

20 2 6
                                    

Valeria cerró el libro de golpe, como si aquellas palabras fueran a escapar y manifestarse ante ella de haberlo dejado más tiempo abierto. Se llevó la mano a la cara, secándose las lágrimas con rabia. Tratando de ahogar sollozos en vano, guardó el diario y dejó caer el bolso en el suelo, para luego cubrirse la cara con ambas manos y dejar que todo saliera a trompicones. En una mezcla de maldiciones, llanto y lágrimas, se sintió hirviendo. La luz que entraba por la ventana a sus espaldas disminuyó, y la sombra que proyectaba aquella luz se propagó por el lugar. 

Rabia, dolor, y preguntas la desbordaban. ¿Ella era un Fysind? ¿Su madre era un Fysind? ¿Ramur había asesinado a todos los Fysind? ¿Cómo los habían asesinado a todos? ¿Por qué? ¿Solo existían aquellos con sus habilidades, o habían más? ¿Por qué ella? Ella no había deseado nacer. Ella no había deseado aquél poder, por más maravilloso que pudiera parecer. ¿La perseguirían a ella también? ¡Claro que lo harían! ¿Por qué no lo harían? ¿Sabría alguien de la existencia de su madre? ¿Qué era Tenebra? 

Tenebra... 

Aquella palabra le resonó en la mente como miles de campanadas, que la alertaban del peligro que podía atraer. Abrió los ojos, y se encontró en la sala de estar bañada de sombras. La luz era una pequeña mancha que entraba por las ventanas, y Valeria empezó a desesperarse. ¿Cómo podía revertir todo aquello? ¿Qué debía hacer para que parase? 

Lo único que se le ocurrió fue levantarse y cerrar las cortinas, así al menos algunas sombras estarían justificadas. Con la respiración agitada y lágrimas aún rodando por sus mejillas, buscó una manera de traer luz al lugar, pero no había ni una chimenea, ni un caldero, ni nada para encender allí. Mordiéndose el labio, dio una vuelta sobre sí, desesperada. Dejó salir un sollozo. Si Ada llegaba a verla, se daría cuenta. Se dejó caer en el suelo, de rodillas, y se abrazó a sí misma, tratando de detenerse. Exigiéndose que lo arreglase. Falló miserablemente. 

La puerta se abrió, y el velo de oscuridad se partió por un momento. El destello era incandescente. Luz dorada y, Valeria podría haber jurado, luz plateada. Ambas mezcladas en armonía. Y la silueta de Ada, con un rostro lleno de preocupación, opacaba la luz. La puerta se cerró, y Ada se dejó caer frente a ella, rodeándola con ambos brazos, dejando que la chica llorase todo lo necesario. 

-¡Perdón!-Dijo Valeria, ocultando su rostro en el abrazo de la mujer. Ada le acarició el cabello en silencio. 

-Está bien, niña...-Fue lo único que murmuró, mientras la acunaba y apretaba contra sí. Valeria, sintiendo el suelo frío bajo sus piernas y el calor y aroma de Ada en el rostro, la abrazó fuertemente, deseando que jamás se fuera. Deseando que ella se quedara allí para ser su ancla. Aquella que la devolviera sobre sus pies cuando todo iba cuesta abajo. Pero no podía obligarla a serlo. No podía hacer que esa mujer fuera lo que ella necesitaba. No podía hacerle tanto daño. 

-¡No quiero! ¡No quería! ¡Desearía no haber nacido!-Sollozó, casi en un grito. Sintió el agarre de Ada en sus hombros repentinamente, y se aterrorizó al pensar que la alejaría y no la aceptaría nuevamente. Pero la mujer la sostuvo ante ella, mirándola a los ojos. 

-No puedes hacer eso. Nunca digas eso otra vez, ¿Me escuchas?-Dijo con una voz dura pero dulce. Valeria, aún sollozando, trató de verla a los ojos en busca de una luz allí que la dejara tranquilizarse. 

-Pero... Estoy cansada de pelear... Y parece que esta pelea nunca acabará...-Murmuró, y bajó la mirada hacia sus manos blancas y temblorosas, que colgaban sobre su regazo. Ada tomó su mentón, y lo levantó. 

-Nunca bajes el mentón, niña. Nunca bajes la cabeza. Si vas a llorar, hazlo con la cabeza en alto. Porque tú te mereces ser escuchada.-No supo qué clase de expresión tenía ella en el rostro, pero se dio cuenta de que tenía la boca abierta al notar la decisión en la voz de la mujer. 

El Despertar de la Sombra I. SueñoWhere stories live. Discover now