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Capítulo diecisiete [PARTE 4/6]: Los secretos de los Riox.

ADRIEN RIOX.

Solté un gran suspiro cansado.

La conversación que había tenido con Ader en mi despacho me había consumido, hablar  con ese muchacho era como dirigirse a una estatua, mi muchacho era tenaz, consistente. Se tenía que hacer todo lo que a él le pareciera correcto, y por lo visto, todo lo que decía Abel era correcto para él.

Y ahora, todo lo que hacía o decía Phoenix, era una bendición milagrosa lanzada del cielo para él.

Me reí. Y es que hasta un punto, entiendo a mi
hijo más de lo que él cree. Enamorarse de una Mountbatten siempre había sido la maldición de los hombres de nuestra familia.

Una maldición sucia, inevitable y siniestra.

Mis hijos estaban llenos de oscuridad perpetuada, de un sádico crecer con una alma oscura. Y me intrigaba, mucho, demasiado. Porque cuando era joven y me enamoré de las tres personalidades de mi esposa, y ella se enamoró de mi oscuridad oculta, supe que lo que guardábamos iba a crear un monstruo mucho peor.

Pero no. En cambio, creó cuatro bestias donadas que salían a cazar en la oscuridad. Sedientos de una sangre que no bebían, de rasgar pieles que no usarían, y romper huesos que no guardarían.

Más de vivir la adrenalina y guardar el recuerdo de lo dulce que se siente al arrancar una vida, de tener su último suspiro en tus manos, de oscurecer el alma y el ser más y más, con cada incauto al que le prohibían el respirar.

Estaba orgulloso, calladamente orgulloso. Porque mientras yo me había centrado en callar mis deseos más oscuros, ellos lo dejaban salir en el tiempo correcto, y con las personas correctas.

No había criado monstruos sin razón, más bien bestias inteligentes, audaces y fuertes.

Cassandra se encontraba durmiendo, y no me preocupaba por los chicos a que les estaba dando su espacio para que lograran lo que buscaban, por lo que iba en camino a una cabaña que tenía comprada con el apellido de mi madre, una que no entraba en las propiedades Riox. Algo solamente mío.

Para venir aquí tenía que deshacerme de mis guardaespaldas, incluso de mis choferes. Este lugar era mi secreto más preciado.

Bajé del auto aparcado en la orilla de la solitaria calle y sin ápice de duda, me adentré a la oscuridad del bosque escalofriante.

Quince minutos de caminata después, ahí estaba. La cabaña de tres pisos hacia abajo, camuflada como una simple choza abandonada. Tenía la misma tecnología moderna creada por Abel, Oxy, la que tuve que comprarle anónimamente desde una computadora en el sur de Africa.

Al entrar a la choza cayéndose en pedazos, cerré la puerta y luego miré directo al pequeño cuadro negro en la pared.

Reconocimiento de voz.

Oxy, actívate.

—Bienvenido, señor Locke.

Señor Locke. Sonreí. El apellido de mi madre siempre me había gustado, incluso más que el de mi padre. Riox. Sin duda alguna aquel era un apellido que cargaba demasiado. Mucha oscuridad, mucha dinero, y sobre todo, muchísima sangre.

—Llévame al último piso, Oxy. —Pedí, con suma educación. No podía ocultar que estaba más que orgulloso del invento de mi hijo menor.

—Abriendo compuerta. —La voz robótica avisó justo cuando unas escaleras de dos metros llevaban a lo que era un simple ascensor que transportaba a los tres pisos bajo tierra de la cabaña.

Aquí, en el último piso, guardaba mi más grande secreto.

Guardaba a la única mujer que había conseguido tocar mi alma y hacerla suya.

En el sótano, escondida de los ojos de todos aquellos que también luchaban por ella hoy en día, tenía viviendo como la reina que era a Phoebe Kavazcova.

Mi...mi...Mi mujer. Mía.

Y solo esperaba su si, para convertirla en mi legítima segunda esposa.

Y nadie me iba a detener.

Phoenix. © [DL #2]Where stories live. Discover now