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Règine estaba por quedarse dormida pero sintió un fuerte impacto causando que sus sentidos se alertaran. La tapa de la vasija había desaparecido causando que la luz del exterior y el oxígeno entrara a todo dar, salió del lugar como pudo, pues sus fuerzas habían desaparecido y la misma fuerza que usaba para trepar el puño de Zeus lo usaba para mantenerse en pie.

Cayó al suelo pero en vez de sentir el duro piso rocoso sintió fue algo huesudo pero blando bajo ella seguido de un gemido de dolor. Se llevó la sorpresa y el alivio que había aterrizado sobre el chico que buscaba con tanto desespero.

—Lo...lo siento. —se disculpó. Se tiró a un lado, vio al otro lado del lugar y divisó tres figuras dos masculinas y una femenina.

Su vista era borrosa y escuchaba las voces a lo lejos por lo que no sabía de quiénes se trataban.

Despierta. —escuchó una voz en su cabeza pero la ignoró, en esos momentos no deseaba más que dormir y tener un banquete de comida frente suyo.

Alguien comenzó arrastrarla hacia otro lado de donde había caído, quería pegarle un putazo a quien le estuviera haciendo eso y gritarle que la dejara dormir, pero le costaba así que solamente fue un pensamiento.

A lo lejos escuchaba estruendos y espadas chocando. Alguien le sacudió y rogaba que se levantara y no lo logró hasta después de sentir su mejilla doler ¿quién demonios se osaba a pegarme esa cachetada?

Abrió los ojos de golpe encontrando dos rostros demacrados, los reconoció ; eran Nico y Piper, su medio hermana. La asiática estaba por protestar por aquella cachetada pero varios sacos de arena comenzaron a llover a nuestro alrededor. Rápidamente la morena intentó resguardarlos pero uno de los sacos le dió en el hombro y la abatió.

—¡Piper! —gritó Jason.

Se ehó a correr hacia ella, olvidándose por completo de Oto, quien apuntó con su lanza por la espalda.

—¡Cuidado! —gritó Percy.

Règine se sorprendió de verlo ahí después de tantos meses de desaparecido se encontraba ahí, en aquella cueva oscura luchando por sus vidas juntos con dos chicos más. Pero bueno, debía de admitir que Percy era de coco duro.

Jason era rápido de reflejos. Cuando Oto arrojó la lanza, rodó por el suelo. La punta pasó por encima de él, y el rubio agitó la mano e invocó una ráfaga de viento que cambió la dirección de la lanza. El proyectil voló a través de la sala y perforó el costado de Efialtes cuando se estaba poniendo en pie.

—¡Oto! —Efialtes se desplomó del tablero de control, aferrando la lanza al tiempo que empezaba a convertirse en polvo de monstruo—. ¿Quieres hacer el favor de no matarme?

—¡No ha sido culpa mía!

Oto apenas había terminado de hablar cuando el artilugio lanzamisiles de Percy expulsó el último disparo con la bengala. La abrasadora bola mortal de color rosa (naturalmente, tenía que ser rosa) impactó en el techo encima de Oto y estalló en una bonita lluvia de luz. Chispas de colores saltaron grácilmente alrededor del gigante. A continuación, una sección del techo de unos tres metros se hundió y lo aplastó.

El rubio corrió al lado de Piper. Ella lanzó un grito cuando le tocó el brazo. Tenía el hombro torcido en una extraña posición, pero murmuró:

—Estoy bien.

Nico se incorporó junto a Règine, mirando a su alrededor desconcertado, como si acabara de darse cuenta de que se había perdido una batalla. Evidentemente después de que la asiática despertara, él volvió a caer inconsciente, era como: "Ya te despertaste, ahora es mi turno de dormir. Intenta no matarnos, porfa"

Desgraciadamente, los gigantes no habían muerto. Efialtes estaba recobrando la forma; su cabeza y sus hombros se elevaban del montón de polvo. Liberó sus brazos de un tirón y lanzó una mirada asesina a Percy.
Al otro lado de la sala, el montón de escombros se movió, y Oto apareció.
Tenía la cabeza ligeramente hundida. Todos los petardos de su pelo habían explotado, y las mechas echaban humo. Sus leotardos estaban hechos jirones, la única forma posible de que le favorecieran todavía menos.

—¡Percy! —gritó el rubio—. ¡Los mandos!

Percy se puso en movimiento. Encontró de nuevo a Contracorriente en su bolsillo, destapó la espada y se abalanzó sobre el tablero de control. Dio un fuerte espadazo en la parte superior de la mesa y decapitó los mandos en medio de una lluvia de chispas de bronce.

—¡No! —dijo Efialtes gimiendo—. ¡Habéis arruinado el espectáculo!

Percy se volvió demasiado despacio. Efialtes blandió su lanza como si fuera un bate y le golpeó en el pecho. El chico cayó de rodillas, con el estómago convertido en lava del dolor.

Jason corrió a su lado, pero Oto fue a por él moviéndose con pesadez. Percy consiguió levantarse y se encontró junto al rubio. En el estrado, Piper seguía en el suelo, incapaz de ponerse en pie. Nico apenas estaba consciente y Règine no contaba con la suficiente fuerza como para ayudarlos, de cosa y lograba estar consciente.

Los gigantes estaban curándose, fortaleciéndose por momentos, a diferencia de Percy.

Efialtes sonrió como pidiendo disculpas.

—¿Cansado, Percy Jackson? Te he dicho que no podéis matarnos, así que supongo que estamos en un punto muerto. Un momento... ¡no es verdad!
¡Porque nosotros sí que podemos mataros a vosotros!

—Es la primera cosa sensata que dices en todo el día, hermano —gruñó Oto, recogiendo su lanza caída.

Los gigantes apuntaron con sus lanzas, dispuestos a convertir a Percy y al otro en kebab de semidiós.

—No nos rendiremos —gruñó Jason—. Os cortaremos en pedazos como Júpiter hizo con Saturno.

—Eso es —dijo Percy—. Estáis muertos. Me da igual si tenemos a un dios de nuestra parte o no.

—Pues es una lástima —dijo una voz nueva.

A su derecha, otra plataforma descendió del techo. Apoyado despreocupadamente en un bastón con una piña en el extremo, había un hombre con una camiseta de campamento morada, unos pantalones cortos color caqui y unas sandalias con calcetines blancos. Levantó su sombrero de ala ancha, y sus ojos emitieron un brillo morado.

—No me gustaría pensar que he hecho un viaje especial para nada.

𝐋𝐄𝐀𝐕𝐈𝐍𝐆 𝐏𝐀𝐑𝐀𝐃𝐈𝐒𝐄, heroes of olympusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora