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Después de caer al Tártaro, saltar casi cien metros hasta la Mansión de la Noche debería haber sido rápido.

En cambio, el corazón de Règine parecía ralentizado. Entre un latido y otro, tuvo tiempo de sobra para escribir su propio obituario.

« Règine Tanaka, fallecida a los dieciséis años» .
POM, POM.

POM, POM.
« Fallecida a causa de múltiples heridas sufridas al saltar como una idiota al abismo del Caos y despachurrarse en el suelo del vestíbulo de la mansión de Nix» .

POM, POM.

« Deja a su padre, su hermana y a su padrastro.» .

POM, POM.

« En lugar de flores, por favor, envíen donativos al Campamento Mestizo, suponiendo que Gaia no lo haya destruido ya» .

Sus pies tocaron suelo firme. El dolor le recorrió las piernas, pero avanzó dando traspiés y echó a correr, arrastrando a Percy detrás de ella.

Encima de ellos, en la oscuridad, Nix y sus hijos se peleaban y gritaban:

—¡Ya los tengo! ¡Mi pie! ¡Basta ya!

Règine siguió corriendo. No podía ver de todas formas, así que cerró los ojos. Empleó sus otros sentidos: permaneciendo atenta por si oía el eco de algún espacio abierto, tanteando para percibir corrientes, oliendo en busca del más mínimo aroma de peligro (humo, veneno o hedor de demonio).

Los sonidos de los hijos de Nix se alejaron. Era una buena señal. Percy seguía corriendo a su lado, cogiéndole la mano. Eso también era bueno.

Delante de ellos, a lo lejos, Règine empezó a oír un sonido palpitante, como si los latidos de su corazón resonaran amplificados hasta tal punto que el suelo vibraba bajo sus pies. El sonido le infundió terror, de modo que dedujo que debía de ser el camino a seguir. Corrió hacia él.

A medida que los latidos aumentaban de volumen, empezó a percibir olor a humo y oyó un crepitar de antorchas a derecha e izquierda. Supuso que habría luz, pero una sensación reptante alrededor de su cuello le advirtió que cometería un error abriendo los ojos.

—No mires —le dijo a Percy.

—No tenía pensado hacerlo —contestó él—. Lo notas, ¿verdad? Seguimos en la Mansión de la Noche. No quiero verlo.

Fueran cuales fuesen los horrores que aguardaban en la Mansión de la Noche, no estaban concebidos para los ojos de los mortales. Verlos sería peor que mirar la cara de Medusa. Era preferible correr a oscuras.
Los latidos aumentaron, y las vibraciones recorrieron la espalda de Règine.

Era como si alguien estuviera dando golpes en el fondo del mundo, exigiendo que le dejaran pasar. Notó que las paredes se abrían a cada lado. El aire tenía un olor más fresco… o, como mínimo, no tan sulfuroso. Se oía otro sonido, más próximo que las profundas palpitaciones… un sonido de agua corriente.

A Règine se le aceleró el corazón. Sabía que la salida estaba cerca. Si conseguían salir de la Mansión de la Noche, tal vez pudieran dejar atrás al grupo de demonios.

Empezó a correr más rápido, y habría acabado muerta si Percy no la hubiera detenido.

—¡Règine!

Percy tiró de ella hacia atrás justo cuando su pie tocó el borde de una cavidad. Ella estuvo a punto de precipitarse en quién sabía qué, pero Percy la agarró y la abrazó.

—Tranquila —dijo.

Ella pegó la cara a su camiseta y mantuvo los ojos cerrados con fuerza.
Estaba temblando, pero no solo de miedo. El abrazo de Percy era tan cálido y reconfortante que le entraron ganas de quedarse allí para siempre, a salvo y protegida… pero eso era cerrar los ojos a la realidad. No podía permitirse relajarse. No podía apoyarse en Percy más de lo debido. Él también la necesitaba.

𝐋𝐄𝐀𝐕𝐈𝐍𝐆 𝐏𝐀𝐑𝐀𝐃𝐈𝐒𝐄, heroes of olympusWhere stories live. Discover now