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Atravesar una cortina de mocos era casi como si le hubieran quemado el autógrafo de su banda favorita Bangtan. No fue nada divertido para Règine.

Al salir se sentía como si acabara de revolcarse por el orificio de la nariz de un gigante. Afortunadamente, no se le pegó nada de la masa viscosa, pero aun así la piel le hormigueaba del asco.

Percy, Annabeth, Piper y ella se encontraron en un foso frío y húmedo que parecía el sótano de un templo. A su alrededor, un suelo desigual se extendía hasta la oscuridad bajo un techo de piedra bajo. Justo encima de sus cabezas, había un hueco rectangular que daba al cielo. Règine podía ver los bordes de unos muros y la parte superior de unas columnas, pero ningún monstruo… todavía.

La membrana de camuflaje se había cerrado detrás de ellos y se había fundido con el suelo. Piper pegó la cabeza en la tierra. La zona parecía de roca sólida. No podrían irse por donde habían venido.

Annabeth pasó la mano por unas marcas del suelo: una figura irregular con forma de huella de gallo y la longitud de un cuerpo humano. La zona era desigual y de color blanco, como la piel cicatrizada.

—Este es el sitio —dijo—. Percy, estas son las marcas del tridente de Poseidón.

Percy tocó las cicatrices con aire vacilante.

—Debe de haber usado un tridente extragrande.

—Aquí es donde golpeó la tierra —dijo Règine—, donde hizo que apareciera una fuente de agua salada cuando compitió con Atenea por ser el patrón de Atenas.

—Así que aquí es donde empezó su rivalidad —dijo Percy.

—Sí.

Percy abrazó a Annabeth para después separarse, ambos con una sonrisa. Quién diría que los hijos de Poseidon y Atenea, dos rivales desde hace siglos, serían mejores amigos.

—Y aquí termina esa rivalidad. —dijo Percy.

— En fin. Estamos debajo del Erecteón. Es un templo dedicado a Atenea y a Poseidón. El Partenón debería estar en diagonal hacia el sudeste.
Tendremos que rodear el perímetro a escondidas e inutilizar tantas armas de asedio como podamos, y abrir un camino de acceso para el Argo II.

—Estamos a plena luz del día —dijo Règine—. ¿Cómo pasaremos desapercibidos?

Annabeth escrutó el cielo.

—Por eso he ideado un plan con Frank y Hazel. Con suerte… Ah. Mirad.

Una abeja pasó zumbando por arriba. La siguieron docenas de abejas más.
Formaron un enjambre alrededor de una columna y a continuación se acercaron a la abertura del foso.

—Saludad a Frank, chicos —dijo Annabeth.

Règine saludó con la mano. La nube de abejas se marchó zumbando.

—¿Cómo es posible? —dijo Percy—. O sea…, ¿una abeja es un dedo? ¿Dos abejas son sus ojos?

—No lo sé —reconoció Annabeth—. Pero es nuestro intermediario. En cuanto avise a Hazel, ella… —Règine interrumpió.

—Esperen. Antes de continuar hay algo que he querido hacer desde hace un buen tiempo.

Règine atrajo hacia ella a Percy y plantó sus labios sobre los de él. Sintió como si todo a su alrededor desaparecía y que en ningún momento se encontraban, probablemente, apunto de morir en manos de una diosa sádica. Sí, se sintió en las nubes hasta que tuvieron que separarse.

—Ah...eso fue estu...¡Santos dioses!—gritó Percy al ver la imagen del otro.

Annabeth le tapó la boca con la mano.
Un gesto que quedó muy raro, porque de repente cada uno de ellos se había convertido en un gigantesco Nacido de la Tierra con seis brazos.

𝐋𝐄𝐀𝐕𝐈𝐍𝐆 𝐏𝐀𝐑𝐀𝐃𝐈𝐒𝐄, heroes of olympusWhere stories live. Discover now