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Percy.

Los semidioses por poco habían logrado poner a las empousai en contra de Kelli sobre como Hécate ahora estaba del lado del Olimpo y como Kelli hacía caso omiso de ella pero en un momento Kelli atacó a Seraphone por no querer hacerle caso, después de eso intentó atacar a Règine pero la semidiosa disparó la flecha que tenía puesta en su arco desde que las empousai hicieron su presencia, pero Kelli fue más rápida y esquivó la flecha quien terminó encajada en una roca.

Percy saltó y blandió a Contracorriente describiendo un gran arco. Cortó a una de las diablas por la mitad.

Las otras dos empousai se abalanzaron sobre Percy. Una le agarró el brazo con el que sujetaba la espada. Su amiga se subió a su espalda de un salto.

Percy trató de hacerles caso omiso y se dirigió a Règine tambaleándose, decidido a morir defendiéndola si no le quedaba más remedio, pero la chica se estaba defendiendo bastante bien. Rodó por el suelo hacia un lado, esquivó las garras de Kelli seguido de agarrar una de sus flechas y dispararselas hacia Kelli que terminó sobre su brazo izquierdo. Kelli gimió. La asiática sonrió victoriosa ante eso.

Mientras tanto Percy repartía golpes a diestro y siniestro, tratando de quitarse de encima a su empousa autoestopista, pero las garras de la vampira se clavaron más en sus hombros. El peso sobre su espalda desapareció seguido de caer polvo dorado sobre él, había sido Règine quien lo intentaba ayudar al tiempo que intentaba defenderse de Kelli. La segunda empousa le sujetaba el brazo y le impedía usar a Contracorriente.

Con el rabillo del ojo, vio como Kelli se aprovechaba de la distracción de Règine y abalanzaba sobre ella y le arañaba el brazo con sus garras. Règine gritó y se cayó.
Percy fue hacia ella dando traspiés. La vampira que tenía sujetando su brazo le clavó los dientes y haciendo que Contracorriente cayera al suelo. Un agudo dolor recorrió todo su cuerpo.

« Sigue en pie —se dijo—. Tienes que vencerlas» .

Ya no había vuelta de hoja. Su suerte se había acabado. Kelli se cernía sobre Règine que intentaba defenderse de la empousai, paladeando el momento del triunfo. Las otras empousai echaban baba por la boca, lista para saborear otra cosa.

Entonces una sombradescendió enfrente de Percy. Un profundo grito de guerra rugió por encima deellos y resonó a través de las llanuras del Tártaro, y un titán cayó en elcampo de batalla.



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Percy pensó que estaba padeciendo alucinaciones. No era posible que una inmensa figura plateada cayera del cielo, aplastara a Kelli y la redujera a un montón de polvo de monstruo.

Pero eso es exactamente lo que pasó. El titán medía tres metros de altura y tenía el pelo plateado y revuelto como Einstein, unos ojos de plata pura y unos musculosos brazos que sobresalían de un uniforme azul de conserje hecho jirones. Su mano sujetaba una enorme escoba. Por increíble que pareciera, en su placa de identificación ponía: BOB.

Se volvió hacia la empousai restante, que se alzaban por encima de Percy. Fue tan tonta que atacó. Se lanzó con la velocidad de un tigre, pero llevaba las de perder. Del extremo de la escoba de Bob salió una punta de lanza, y el titán la redujo a polvo de un golpe mortal.

—¡BARRE! —el titán sonrió alborozado e hizo un baile de la victoria—.
¡Barre, barre, barre!

Percy se quedó sin habla. No podía creer que les hubiera pasado algo bueno.
La hija de Afrodita parecía igual de conmocionada.

—¿Có-cómo...? —dijo tartamudeando.

—¡Percy me ha llamado! —dijo el conserje alegremente—. Sí, él me ha llamado.

—¿Te ha llamado? Él... Un momento. ¿Eres Bob? ¿El auténtico Bob?

Sí, su nueva amiga ya sabía sobre lo que pasó entre Percy y Bob, y como el primero le dió una nueva identidad tras lanzarlo al río Lete.

El conserje frunció el entrecejo al reparar en la herida en el brazo de Règine.

—¡Ay!

Se acordó de como el titán le había curado una desagradable herida del hombro solo con tocársela. Efectivamente, el conserje acarició el brazo de la asiática y este sanó en el acto.

Bob se rió entre dientes, satisfecho consigo mismo, Règine sonrió sorprendida para después mirar al titán agradecida.

—Muchas gracias, Bob.

El titán se acercó a Percy dando brincos y le curó las heridas sangrantes del cuello y el brazo. El titán tenía unas manos sorprendentemente cálidas y suaves.

—¡Curados! —declaró Bob, con unas arrugas de satisfacción en sus inquietantes ojos plateados—. ¡Soy Bob, el amigo de Percy!

—Esto... sí —logró decir Percy—. Gracias por la ayuda, Bob. Me alegro mucho de volver a verte.

—¡Sí! —convino el conserje—. Bob, ese soy yo. Bob, Bob, Bob —anduvo arrastrando los pies de un lado a otro, visiblemente contento con su nombre—. He venido a ayudar. He oído mi nombre. En el palacio de Hades nadie llama a Bob a menos que haya porquería. Bob, barre estos huesos. Bob, limpia estas almas torturadas. Bob, un zombi ha explotado en el comedor.

Règine lanzó una mirada de desconcierto a Percy, pero él no podía darle ninguna explicación.

—¡Entonces he oído la llamada de mi amigo! —el titán sonrió—. ¡Percy ha dicho: « Bob» !

Agarró a Percy del brazo y lo levantó.

—Es genial —dijo Percy—. En serio. Pero ¿cómo has...?

—Ya hablaremos luego —la expresión de Bob se volvió seria—. Debemos irnos antes de que os encuentren. Ellos se acercan. Sí, ya lo creo.

—¿Ellos? —preguntó Règine acomodando su arco en el carcaj, se veía que no tenía intención alguna de volverlo a transformar en un espejo nuevamente.

Percy oteó el horizonte. No vio ningún monstruo que se acercara; solo el inhóspito terreno baldío.

—Sí —confirmó Bob—. Pero Bob conoce un camino. ¡Vamos, amigos! ¡Nos divertiremos!

𝐋𝐄𝐀𝐕𝐈𝐍𝐆 𝐏𝐀𝐑𝐀𝐃𝐈𝐒𝐄, heroes of olympusWhere stories live. Discover now