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La cámara volvió a temblar. En las paredes aparecieron más grietas. Règine echó un vistazo a las tallas en piedra que había encima de las puertas: las caras ceñudas del Miedo y el Pánico.

—Hermanos míos —dijo Règine—, hijos de Afrodita…, les dedico un sacrificio.

Règine le dio una última mirada a su arco, quien le había salvado en múltiples ocasiones. Sí, le dolía dejarlo pero en ese momento nada más importaba salvar a Annabeth y la esta estatua. Dejó el arco a los pies de Ares.

El arco también fue manchado de sangre inocente en múltiples ocasiones. Règine recuerda el cómo su madre le contó que perteneció a una emperatriz llena de odio, rencor, sedienta de poder y bañó el arco en sangre de inocentes. Con él mató a su esposo y a sus hijos para ella ser la única en el trono y al poder del imperio.
En ese tiempo, el arco de la emperatriz el terror del imperio.

Por más hermoso que sea algo, siempre tendrá un lado oscuro. Por ende, el arco era el sacrificio perfecto para el dios del miedo y el dios del pánico.

—Estoy aterrada —confesó—. Detesto hacer esto. Pero reconozco que es necesario.

Blandió su espada y cortó la cabeza de la estatua de bronce.

—¡No! —chilló Mimas.

Del cuello cercenado de la estatua salieron llamas rugientes. Se arremolinaron en torno a Règine y llenaron la estancia de una tormenta de emociones: odio, sed de sangre y miedo, pero también amor, porque nadie podía enfrentarse a la batalla sin que le importase algo: los compañeros, la familia, el hogar.

Règine extendió los brazos, y los espíritus  la convirtieron en el centro de su torbellino.

Acudiremos a tu llamada, susurraron en su mente. Cuando nos necesites, la destrucción, la devastación y la masacre acudirán, pero solo una vez. Nosotros completaremos tu cura.

Las llamas desaparecieron con el arco, y la estatua encadenada de Ares se deshizo en polvo.

—¡Muchacha insensata! —Mimas arremetió contra ella, seguido de Annabeth—. ¡Los espíritus te han abandonado!

Règine rió negando con la cabeza.

—A lo mejor te han abandonado a ti —dijo Règine.

Mimas levantó el martillo, pero se había olvidado de Annabeth. Ella le clavó la espada en el muslo, y el gigante se tambaleó hacia delante, desequilibrado.
Règine intervino tranquilamente y lo apuñaló en la barriga.

Mimas se dio de bruces contra la puerta más cercana. Se volvió justo cuando el rostro de piedra del Pánico se desprendió de la pared situada encima de él y se cayó antes de darle un beso de una tonelada.

El grito del gigante se interrumpió. Su cuerpo se quedó quieto. A continuación se desintegró en un montón de ceniza de seis metros.

Annabeth miró fijamente a Règine.

—¿Qué ha pasado?

—No estoy segura.

—Règine, has estado increíble, pero esos espíritus en llamas que has soltado…—Annabeth hizo una mueca al ver las tristeza en los ojos de la asiática, miró a los lados y se dio cuenta que le hacía falta su arco—. ¿Ese fue el sacrificio?

—Sí, pero ya no importa. Lo importante era liberar a los dioses y deshacernos de ese gigante.

—Lamento que hayas perdido tu arco, sé lo mucho que amabas el arco...¿Pero de qué nos sirven para encontrar la cura que buscamos?

𝐋𝐄𝐀𝐕𝐈𝐍𝐆 𝐏𝐀𝐑𝐀𝐃𝐈𝐒𝐄, heroes of olympusМесто, где живут истории. Откройте их для себя