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Siguieron descendiendo, avanzando paso a paso. A Règine le escocían los ojos del sudor. Los brazos le temblaban. Pero, para gran asombro suyo, llegaron al fondo del acantilado.

Cuando alcanzaron el suelo, Percy tropezó. Règine lo atrapó. Le sorprendió lo caliente que el chico tenía la piel. Le habían salido forúnculos en la cara, de modo que parecía un enfermo de viruela.

Evidentemente Percy se incomodó un poco, pues nunca se esperó ser atrapado por una chica y menos una que parecía que no podría levantar ni una hoja de un árbol o se desmoronaría pero, ese día, Percy se dió cuenta que las apariencia engañan.

—Gracias. —dijo Percy para después carraspear y recuperando su compostura —Solo hasta el río. Podemos conseguirlo.

Avanzaron tambaleándose por encima de resbaladizos salientes de cristal, rodearon enormes cantos rodados y evitaron estalagmitas que los habrían empalado si se hubieran resbalado lo más mínimo. Su ropa andrajosa echaba humo a causa del calor del río, pero siguieron adelante hasta que cayeron de rodillas en la ribera del Flegetonte.

—Tenemos que beber. —dijo Percy

Règine se balanceó, con los ojos entrecerrados, sentía que todo le daba vueltas. Tardó tres segundos en contestar.

—Eh... ¿beber fuego?

—El Flegetonte corre desde el reino de Hades hasta el Tártaro. El río se usa para castigar a los malvados. Pero en algunas leyendas... también lo llaman el río de Curación.

—¿Algunas leyendas?

—El Flegetonte mantiene a los malvados intactos para que puedan soportar las torturas de los Campos de Castigo. Creo... que sería el equivalente del néctar de ambrosía en el inframundo.

Percy hizo una mueca cuando el río lo salpicó de cenizas que se arremolinaron alrededor de su cara.

—Pero es fuego. ¿Cómo podemos...?

—Así.

Percy se inclinó juntando sus manos como un cuenco, agarró un poco del río dispuesto a beberlo pero sus ojos se volvieron blancos y se desplomó en el suelo. Règine corrió hacia él.

—¡Percy!

Se arriesgó y junto sus manos agarrando un poco del río para después dárselo de beber al pelinegro. No reaccionó. Agarró nuevamente y se lo dió, esta vez Percy escupió y tosió.

— Uf —dijo—. Picante y asqueroso. Es tu turno.

—Si me muero, te juro que mi alma te perseguirá por toda la eternidad. —Percy rió.

—Ya, no te morirás. Te lo prometo.

La chica hizo lo mismo que con Percy, juntó sus manos como un cuenco y bebió del río: fue como tragarse un batido de guindilla picante. Sus senos nasales se llenaron de fuego líquido. La boca le sabía como si se la estuvieran friendo en abundante aceite. Sus ojos derramaron lágrimas hirvientes y todos los poros de su rostro reventaron. Se desplomó, asfixiándose entre arcadas, mientras su cuerpo entero se sacudía violentamente.

—¡Règine!

Percy la agarró por los brazos e impidió por los pelos que cayera al río.
Las convulsiones pasaron. Respiró ruidosamente y logró incorporarse. Se encontraba muy débil y sentía náuseas, pero le resultó más fácil respirar la siguiente vez que lo intentó. Las ampollas de sus brazos estaban empezando a desaparecer.

—"No te morirás. Te lo prometo." —imitó la voz del chico.

— Pero no te moriste, ¿o sí? —dijo el chico cruzándose de brazos.

—No, pero un poco más y ya veía a Caronte.

El chico rió para después volverse y mirar el Tartaro. Su atractiva sonrisa se borró poco a poco.

— Sabes... Nunca pensé... Bueno, no estoy seguro de lo que pensaba. Creía que a lo mejor el Tártaro era un espacio vacío, un pozo sin fondo. Pero este sitio es real.

Règine recordó el paisaje que había visto mientras caían: una serie de mesetas que descendían cada vez más en la oscuridad.

—No lo hemos visto todo —advirtió ella—. Esta podría ser solo la primera parte del abismo, como los escalones de la entrada.

—El felpudo —murmuró Percy.

Los dos alzaron la vista a las nubes color sangre que se mezclaban entre la bruma gris. Era imposible que tuvieran las fuerzas para volver a trepar por el acantilado, aunque quisieran. Entonces solo tenían dos opciones: recorrer las orillas del Flegetonte río arriba o río abajo.

—Encontraremos una salida —dijo Règine—. Las Puertas de la Muerte.

Recordó lo que Percy había dicho justo antes de que cayeran al Tártaro. Había hecho prometer a Nico di Angelo que llevaría el Argo II a Epiro, al lado mortal de las Puertas de la Muerte.

« Os veremos allí» , había dicho Percy.

Esa idea resultaba todavía más disparatada que beber fuego. ¿Cómo podrían ellos dos deambular a través del Tártaro y encontrar las Puertas de la Muerte?
Apenas habían sido capaces de andar cien metros a trompicones en ese sitio venenoso sin morirse.

—Tenemos que hacerlo —le dijo a Percy—. No solo por nosotros. Por todos a los que queremos. Las puertas deben cerrarse por los dos lados, o los monstruos seguirán cruzándolas. Y las fuerzas de Gaia invadirán el mundo.

—Bueno —respiró hondo el chico—. Si nos quedamos cerca del río, tendremos una forma de curarnos. Si vamos río abajo...

Los ojos de Percy se clavaron en algo situado detrás de ella. Règine se dio la vuelta al mismo tiempo que una enorme forma oscura se precipitaba sobre ella: una monstruosa masa que gruñía, dotada de unas patas largas y delgadas con púas y unos ojos brillantes.

A Règine le dio tiempo a pensar: « Aracne» . Pero estaba paralizada de lo horrible que era, ya comprendía a los hijos de Atenea del porqué le tenían tanto miedo.

Entonces oyó el ruido familiar del bolígrafo de Percy al transformarse en espada. Su hoja pasó por encima de su cabeza describiendo un reluciente arco de bronce. Un horrible gemido resonó a través del cañón.

—¿Estás bien? —preguntó colocando sus manos sobre los hombros de la chica.

—Era la cosa más horrible que he visto en toda mi vida...y sí que necesita urgente un baño, Ugh... olía espantoso.

Ella tampoco debía de oler muy agradable pero Aracne por poco y le quema los pelos de la nariz. Percy rió, él debía de admitir que esa chica era como un arcoíris en medio de una tormenta.

𝐋𝐄𝐀𝐕𝐈𝐍𝐆 𝐏𝐀𝐑𝐀𝐃𝐈𝐒𝐄, heroes of olympusWhere stories live. Discover now