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Règine

Bob se echó a Percy sobre los hombros como una bolsa de deporte mientras Bob el Pequeño, el gatito esqueleto, se acurrucaba encima de la espalda de Percy y ronroneaba. Bob avanzaba a paso ligero, incluso para un titán, lo que hacía casi imposible que Règine lo siguiera.

Los pulmones le resollaban. Le habían empezado a salir ampollas en la piel otra vez. Probablemente necesitaba otro trago de agua de fuego, pero habían dejado atrás el río Flegetonte. Tenía el cuerpo tan dolorido y magullado que había olvidado lo que era no sufrir dolor, pero estaba tan centrada en Percy que casi se olvidaba que se encontraba en el Tártaro.

De vez en cuando alcanzaba a Bob y le agarraba la mano a Percy en muestra de apoyo y supiera que aún seguía junto con él, este simplemente la miraba con sus ojos llenos de dolor y agonía.

—¿Falta mucho? —preguntó carraspeando pero eso solo ocasionó más dolor en su garganta.

—Casi demasiado —contestó Bob—. Pero a lo mejor no.

Règine nada más soltó un “Ah” sin entender lo que quiso decir el titán.




Règine nada más soltó un “Ah” sin entender lo que quiso decir el titán

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Las rodillas le ardían y le flaqueaban como unas perchas de alambre dobladas a punto de partirse. Percy gimió y murmuró algo que ella no entendió.

Bob se paró súbitamente.

—Mira.

Más adelante, en la penumbra, el terreno se nivelaba hasta un pantano negro.
Una niebla de color amarillo azufre flotaba en el aire. A pesar de que no había luz del sol, había plantas de verdad: matas de juncos, finos árboles sin hojas, incluso unas cuantas flores de aspecto enfermizo que florecían en la suciedad. Senderos cubiertos de musgo serpenteaban entre burbujeantes pozos de alquitrán. Justo delante de Règine, hundidas en la ciénaga, había pisadas del tamaño de tapas de cubo de basura, con dedos largos y puntiagudos.
Por desgracia, Règine tenía la certeza de que sabía qué las había dejado.

—¿Un drakon? —preguntó agarrando firmemente su arco.

—Sí —Bob le sonrió—. ¡Es una buena noticia!

—Ah… ¿por qué?

—Porque estamos cerca.

Bob se adentró resueltamente en el pantano.

Règine no se sentía cómoda siguiendo a un titán que poco a poco recuperaba su memoria y que en cualquier momento los podría atacar, claramente ellos no podían ganar por lo que uno estaba más allá que acá y otra que estaba perdiendo las fuerza de a poco. Ah, no olvidemos que también están cruzando un pantano perteneciente a un drakon.

Lo único que le quedaba hacer a Règine era implorarle a su madre que todo salga bien y ellos salgan de ese apestoso lugar.

Finalmente la niebla amarilla se apartó y dejó a la vista un claro embarrado parecido a una isla en el fango. El terreno estaba salpicado de árboles enanos y montones de verrugas. En el centro se levantaba una gran choza abovedada construida con huesos y cuero verdoso. En la parte superior había un agujero del que salía humo. La entrada estaba cubierta con cortinas de piel de reptil escamosa y, flanqueando la entrada, dos antorchas hechas con descomunales fémures ardían emitiendo un fulgor de vivo color amarillo.

Sin embargo, lo que a Règine le llamó la atención fue el cráneo de drakon.

A cincuenta metros dentro del claro, aproximadamente a mitad de camino de la choza, un enorme roble sobresalía del suelo en un ángulo de cuarenta y cinco grados. Las fauces de un cráneo de drakon rodeaban el tronco, como si el roble fuera la lengua del monstruo muerto.

—Sí —murmuró Bob—. Es una noticia muy buena.

No había nada en aquel sitio que a Règine le pareciera bien.Antes de que pudiera protestar, Bob el Pequeño arqueó la espalda y siseó.
Detrás de ellos, un enorme rugido resonó a través del pantano: un sonido que Annabeth había oído por última vez en la batalla de Manhattan y una especie causante de la muerte de su hermana.

Se volvió y vio al drakon embistiendo contra ellos.

Se volvió y vio al drakon embistiendo contra ellos

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Règine gruñó al ver que el drakon era fácilmente la criatura más bonita que ella había visto desde que había caído al Tártaro. Su piel estaba cubierta de motas amarillas y verdes, como la luz del sol a través del manto de un bosque. Sus ojos reptiles eran del tono verde mar. Cuando su gorguera de escamas se desplegó alrededor de su cabeza.

Era perfectamente tan largo como un tren de metro. Sus enormes garras se clavaban en el lodo a medida que avanzaba y su cola se agitaba de un lado al otro. El drakon siseaba, escupiendo chorros de veneno verde que humeaba en el suelo cubierto de musgo e incendiaba pozos de alquitrán, y llenaba el aire de aroma a pino fresco y jengibre. Incluso olía bien. Como la mayoría de los drakones, no tenía alas, era más largo y tenía más aspecto de serpiente que de un dragón, y parecía hambriento.

—Bob —dijo Règine—, ¿a qué nos enfrentamos?

—A un drakon meonio —dijo Bob—. De Meonia.

Más información útil. Règine se vio tentada a pegarle por la cabeza a Bob con su arco como lo había hecho un mes atrás con una arpía.

—¿Existe alguna forma de que podamos matarlo?

—¿Nosotros? —dijo Bob—. No.

El drakon rugió como para recalcar ese punto y llenó el aire de más veneno de pino y jengibre, que habría resultado un excelente aroma de ambientador para coche.

—Pon a Percy a salvo —dijo Règine—. Yo lo distraeré.

Colocó una flecha sobre su arco y le apuntó al drakon. La hija de Afrodita se encontraba muerta del miedo pero no podía dejar morir a Percy mientras tuviera fuerzas para mantenerse en pie.

—No hace falta —dijo Bob—. En cualquier momento…

—¡GRRRRRR!

Règine se volvió cuando el gigante salió de su choza.

Medía unos seis metros de altura —la estatura habitual de un gigante— y tenía la parte superior del cuerpo de un humanoide y unas patas reptiles con escamas, como un dinosaurio bípedo. No tenía armas. En lugar de armadura, llevaba una camisa cosida con pieles de oveja y cuero con manchas verdes. Su piel era rojo cereza; su barba y su cabello eran de color herrumbre, trenzado con matas de hierba, hojas y flores del pantano.

Lanzó un grito desafiante, pero afortunadamente no estaba mirando a Règine. Se apartó a tiempo antes del que el gigante se dirigiera como un huracán hacia el drakon.



















꒰ significado del
“más allá que acá”
Lo que coloquialmente
se  expresa con
"estar en las últimas".꒱

꒰ El nombre de Règine
se pronuncia “Regin”
lo que se significa en
francés como “reina” ꒱

𝐋𝐄𝐀𝐕𝐈𝐍𝐆 𝐏𝐀𝐑𝐀𝐃𝐈𝐒𝐄, heroes of olympusDär berättelser lever. Upptäck nu