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Hola, sí, otra vez yo, la semidiosa que logró controlar toda legión de gigantes, la semidiosa que sobrevivió al Tártaro con su novio y la misma que logra verse estupenda en plena batalla, pero la misma que no logra manejar una vida completamente normal gracias a que todos los dioses quieren que mi novio, Percy, sea su sirviente.

— ¿Qué demonios tienes qué hacer? —pregunté sorprendida ante lo que me acababa de comentar.

Percy y yo estábamos sentados en el jardín de mi casa, observando las plantas bien cuidadas que le daban un ambiente lujoso y fresco a la casa. Cada semana me veía con el chico, después de todo lo que vivimos juntos ya nos resultaba difícil estar más de dos días separados.

Él me contó cómo le había ido en su primer día en el IEA: las clases, los quebraderos de cabeza, la excursión imprevista al fondo del mar. A medida que me contaba, supe que este semestre no sería tan diferente al resto.

— Es ridículo, Percy —bufé—. Nuevamente quieren que seas su cazatesoros a cambio de un pedazo de papel. Bueno, un pedazo de papel que te ayudará a entrar a la universidad, pero no le quita lo absurdo.

— Sí, eso mismo pensé yo. —dijo, podía observar a través de sus ojos color mar que se encontraba muy preocupado ya que una vez más su futuro dependía de los dioses.

— Pero no te preocupes, cielo. Ya se nos ocurrirá algo, hemos estado en peores situaciones. —intenté calmarlo, agarré su calida mano y entrelacé sus dedos con los míos.

Percy plantó un dulce beso en mi frente.

Sí bien, muchos chicos me pretendían —y no es por presumir—, la mayoría me preguntaba qué le había visto a Percy y qué tiene él que ellos no, era una pregunta bastante sencilla de responder. Percy sostuvo todo nuestro peso con una mano al borde una enorme y oscuro acantilado, todo para no dejarme caer y finalmente para caer juntos al Tártaro, el más oscuro y temeroso lugar de la tierra. Él me protegió con su cuerpo y alma ahí abajo, él no solamente ve en mi una cara bonita y mucho menos me subestimó por ser hija de la diosa de la belleza. Él me conoce mejor que nadie, él me ama por quién soy en verdad y me apoya en todo.

—A lo mejor son misiones sin importancia —dijo esperanzado—. Como recoger basura en la autopista un sábado o algo por el estilo. Pero es algo que tengo que hacer yo solo. No quiero arrastrarte a esto.

Arqueé una cena y sonreí de lado ante la ternura que me estaba dando.

—Oye. No me vas a arrastrar a nada. Voy a ayudarte a que termines el instituto y entres en la universidad conmigo. Estamos juntos en esto, somos una pareja y hay que apoyarnos mutuamente, niño bonito.

Percy sonrió, bajo la luz del sol se veía más hermoso que nunca y su piel bronceada hacía que destacara entre su cabello azabache y despeinado. Dioses, pero amaba más cómo me miraba cómo si fuera lo más hermoso del mundo a través de esos ojos tan azules que hacía competencia con el azul del mar.

Sí, Règine Tanaka, la chica rompecorazones, había caído rendida a los pies de Percy Jackson.

— ¿Qué tal estuvo tu examen de admisión en la Escuela de Modas, cariño? —me preguntó interesado en saber.

Entré a la Escuela de Modas de Manhattan. Quiero ser diseñadora de modas, así como mi padre para después poner administrar el negocio de él y poder ser reconocida por eso. Al principio dudé en hacerlo, pero, mi madre,  Afrodita, la diosa del amor, junto con mi media hermana Valentina, me alentaron para que intentara entrar.

Suspiré y dejé caer mi cabeza entre mis manos, aparté mi cabello de la cara.

— ¿Tan pesado fue? —supuso al ver mi comportamiento. Asentí.

— Más de lo que te imaginas. Presenté los bocetos a base de la temática de blanco y negro, me lo criticaron de una manera... positiva, pero les gustó mi idea a la final después de defender mis bocetos así que el miércoles de la semana siguiente me harán recrearlo en físico. —conté.

— ¿Los bocetos no son los que te dije que me recordaban a Cruella Devil?—preguntó, y asentí riéndome.

El sábado pasado Percy vino a visitarme, entró a mi estudio de trabajo donde me encontró como una lunática; despeinada, en pijama y ojerosa. Con el estudio lleno de bocetos descartado, tazas de cafés por todos lados, pero, encantada porque finalmente había hecho el diseño perfecto, pero Percy llegó dijo que le recordaba a Cruella Devil y casi hago que se golpeé a si mismo porque me ofendí.

— A ti...—Percy balbuceó al hablar, pero se armó de valor y me preguntó: —. ¿A ti te ha visitado algún monstruo o un dios?

Dudé en responderle. Si le decía que sí, Percy se preocuparía y querría estar conmigo a todos lados y podría descuidarse de la nueva misión que tiene, pero si le decía que no, él sabría que mentiría.

— No tienes nada qué preocuparte, Percy. Sabes que sé cuidarme sola, ya es hora de que te dediques también a ti —intenté tranquilizarlo —. Creo que ya es hora que vayamos a tu casa, no quiero que Sally se enoje conmigo por llegar tarde a su cena especial.

Me levanté del césped para después extenderle la mano a Percy, quién no dudó en aceptarla pero en el proceso tiró fuerte de mí haciéndome caer encima de él.

— Gracias por todo, Règine. Sé que no soy mucho en decirlo, pero soy afortunado de tenerte a mi lado. Te amo. —confesó haciendo que mi corazón tuviera taquicardia, plantó un dulce y seduciente beso en mis labios.

Sentí como todo a mí alrededor cobrara vida una vez más, siempre que me besaba hacía causaba esa sensación en mí, incluso mi poder en la flora se descontrolaba y hacía que varias flores nacieran a nuestro entorno, curiosamente todas salían mezcladas entre el rosado y el azul.


— Hola Sally. —saludé sonriente una vez que la pelicastaña nos abrió la puerta de su casa.

— ¡Ay, Règine! ¡Cuánto tiempo sin verte! —exclamó la madre, recibiendome con su característico abrazo maternal —. Adelante chicos, ya Annabeth y Grover se encuentran aquí.

Me acerqué a Annabeth casi que corriendo, al vernos nos fundimos en un agradable abrazo. En nuestras aventuras pasadas y ante el sacrificio que había hecho por la hija de Atenea, nos unimos como si fuéramos amigas de toda la vida. Trazando las falsas creencias de que la belleza y la sabiduría no pueden ser una sola.

Por supuesto también saludé a Grover, pero fui interrumpida al observar la bolsa llenas de fresas rojas, mi favorita.

— ¡Qué maravillosas se ven! —elogié al ver el rojo intenso que tenían.

— Son la última cosecha del verano. —respondió Grover con melancolía.

Grover nos dedicó a Percy y a mí una sonrisa triste, como si estuviese rumiando que ése también había sido nuestro último verano en el campamento. Cuando los semidioses terminamos la secundaria, si es que vivimos hasta entonces, la mayoría pasamos al mundo normal. Se considera que ya somos lo bastante fuertes para defendernos por nosotros mismos, y los monstruos suelen dejarnos en paz porque ya no somos unos blancos tan fáciles. Al menos, ésa es la teoría...

—Ahora tenemos que prepararnos para la temporada de las calabazas —dijo suspirando—. Que no se me malinterprete. Me encantan las calabazas de adorno, pero no están tan buenas.

Sally le dio unas palmaditas en el hombro.

—Nos aseguraremos de que esa fruta no se echa a perder.

La olla arrocera sonó justo cuando Paul apagó el fuego de la cocina y removió por última vez el humeante wok.

—¿Quién tiene hambre?

Todo sabe mejor cuando comes con tus seres queridos. Me acuerdo de todas las comidas que mis amigos y yo compartimos a bordo del Argo II, aunque generalmente zampábamos comida basura entre batallas a vida o muerte. Ahora, en casa de Percy, rodeada de personas que se habían ganado un lugar en mi corazón, la comida sabía mil veces mejor.




𝐋𝐄𝐀𝐕𝐈𝐍𝐆 𝐏𝐀𝐑𝐀𝐃𝐈𝐒𝐄, heroes of olympusΌπου ζουν οι ιστορίες. Ανακάλυψε τώρα