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Percy.

Los dos semidioses lograron avanzar varios metros con una distancia prudente de las empousai para así evitar ser descubiertos.

Echaron a andar procurando evitar las entradas de las cuevas, pegados a la orilla del río.

Estaban rodeando una de las espirales cuando un movimiento fugaz llamó la atención de Percy: algo que corría entre las rocas a su derecha.

¿Los estaba siguiendo un monstruo? Tal vez solo era un malo cualquiera que se dirigía a las Puertas de la Muerte.
De repente se acordó de por qué habían empezado a seguir esa ruta y se paró en seco.

—Las empousai —dijo, y agarró a Règine del brazo—. ¿Dónde están?

Règine echó un vistazo dando una vuelta completa, sus ojos negro con rosado —Percy debía de admitir que era algo bastante atractivo y peculiar—, brillaron de alarma.

Tal vez el reptil de la cueva también había atrapado a las vampiras. Si las empousai seguían delante de ellos, deberían haberlas visto en la llanura.

A menos que estuvieran escondidas... Percy sacó su espada demasiado tarde.
Las empousai salieron de entre las rocas a su alrededor; había cinco formando un círculo. Una trampa perfecta.
Kelli avanzó cojeando con sus piernas desiguales. Su cabello en llamas ardía sobre sus hombros como una cascada del Flegetonte en miniatura. Su andrajoso conjunto de animadora estaba salpicado de manchas de color marrón óxido, y Percy supo con certeza que no eran de ketchup. La criatura le clavó sus brillantes ojos rojos y enseñó los colmillos.

—Percy Jackson —dijocon un arrullo—. ¡Genial! ¡Ni siquiera tendré que volver al mundo de losmortales para acabar contigo!




Percy se acordaba de lo peligrosa que había resultado Kelli la última vez que habían luchado en el laberinto

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Percy se acordaba de lo peligrosa que había resultado Kelli la última vez que habían luchado en el laberinto. A pesar de sus piernas desiguales, podía moverse rápido cuando quería. Había esquivado sus estocadas y le habría devorado la cara si Règine no la hubiera apuñalado con una flecha por detrás.

Esa vez contaba con cuatro amigas.

—¡Y te acompaña una nueva amiga! —Kelli siseó de alegría—. Oh, sí, reconozco ese olor donde sea...¡Una hija de Afrodita!

Kelli se tocó el esternón, por donde había salido la punta de la flecha cuando Règine se lo había clavado por la espalda.

—¿Qué pasa, hija de Afrodita? ¿No tienes una arma? ¿Nada más te defenderás con un estúpido espejo? —dijo observando el espejo que sostenía Règine en su mano derecha, su nueva amiga gruñó ante la suposición de la empousai.

Algo que aprendió de la asiática es que odiaba que la subestimaran y, que las apariencias engañan.

Percy trató de pensar, pero una radiante luz lo cegó y cuando recuperó la vista un hermoso arco dorado se posaba sobre la mano izquierda de su amiga, con la otra mano tensaba el hilo con una flecha entre sus dedos dispuesta a dispararle a Kelli...Pero ninguno de los dos se encontraba en buen estado para la batalla. Sus enemigas los superaban en número. No tenían adónde huir. Ni iban a recibir ayuda.

Por un momento Percy consideró llamar a la Señora O'Leary, la perra infernal que podía viajar a través de las sombras. Pero, aunque lo hubiera oído, ¿podría llegar al Tártaro? Allí iban los monstruos cuando morían. Si la hacía ir allí podría matarla o devolverla a su estado natural como un monstruo feroz. No... no podía hacerle eso a su perra.

Así que no contaban con ninguna ayuda. Luchar era una opción arriesgada.

—Bueno... —empezó a decir Percy—, supongo que te preguntarás qué hacemos en el Tártaro.

Kelli se rió con disimulo.

—La verdad es que no. Solo quiero mataros.

Ahí habría acabado todo, pero Règine intervino.

—Qué lástima —dijo—. Porque no tienes ni idea de lo que está pasando en el mundo de los mortales.

Las otras empousai daban vueltas y permanecían atentas, esperando a que Kelli les hiciera una señal para atacar, pero la animadora se limitó a gruñir y se agachó para situarse fuera del alcance de la flecha de Règine.

—Sabemos suficiente —dijo Kelli—. Gaia ha hablado.

—Os aguarda una gran derrota —Règine parecía tan segura que hasta Percy se quedó impresionado. Probablemente ella esté usando el embrujahabla pero de manera discreta—. Esta asegura que os lleva a la victoria.

Miente. La última vez que Kelli estuvo en el mundo de los mortales se encargó de que mi amigo Luke Castellan permaneciera fiel a Cronos. Al final, Luke lo rechazó. Dio la vida para expulsar a Cronos. Los titanes perdieron porque Kelli fracasó. Y ahora quiere llevaros a otro desastre.

Las otras empousai murmuraron y se movieron con paso vacilante.

—¡Basta! ¿No ven que está usando el embrujahabla en ustedes, inútiles?!

Las uñas de Kelli crecieron y se convirtieron en unas largas garras negras.

Lanzó una mirada asesina a Règine, como si se la imaginara cortada en pedacitos, pero la chica se la devolvió con una sonrisa de burla.

Percy estaba convencido de que Kelli se había enamorado de Luke Castellan.
Luke producía ese efecto en las chicas —hasta en las vampiras con patas de burro—, por lo que Percy no estaba seguro de que sacar su nombre a colación fuera buena idea.

—Esta chica miente —dijo Kelli—. ¡Los titanes perdieron! ¡Muy bien! ¡Pero formaba parte del plan para despertar a Gaia! ¡Ahora la Madre Tierra y sus gigantes destruirán el mundo de los mortales y nos daremos una comilona con los semidioses!

Las otras vampiras rechinaron los dientes enloquecidas por la emoción.
Percy había estado en mitad de un banco de tiburones con el agua llena de sangre, pero no había sido ni de lejos tan peligroso como hallarse frente a unas empousai listas para comer.

𝐋𝐄𝐀𝐕𝐈𝐍𝐆 𝐏𝐀𝐑𝐀𝐃𝐈𝐒𝐄, heroes of olympusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora