⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀018.

2.1K 308 0
                                    

Después de penetrar en el frente tormentoso, anduvieron con paso lento durante lo que le parecieron horas. Contaban con la luz que desprendía la hoja de bronce celestial de Percy y con Bob, que brillaba débilmente en la oscuridad, como una especie de chiflado ángel conserje.
Règine solo podía ver aproximadamente un metro y medio por delante de ella.

La niebla era tan densa que era casi imposible de ver por dónde ibas, aparte de que salían rocas de la nada. Aparecían fosos a sus pies, y Règine no se cayó por los pelos. Unos rugidos monstruosos resonaban en la penumbra, pero Règine no sabía de dónde venían. Lo único de lo que estaba segura era de que el terreno seguía descendiendo.

La única dirección permitida en el Tártaro parecía ser hacia abajo. Cada vez que la semidiosa desandaba un solo paso, sentía cansancio y pesadez, como si la gravedad aumentara para desanimarla. Suponiendo que todo el foso fuera el cuerpo de Tártaro, Règine tenía el mal presentimiento de que estaban bajando por su garganta.
Estaba tan obsesionada con la idea que no se fijó en el saliente hasta que fue demasiado tarde.

—¡Cuidado! —gritó Percy.

Intentó agarrarle el brazo, pero ella ya se había caído. Afortunadamente, solo era una pequeña depresión. La mayor parte estaba ocupada por la ampolla de un monstruo. Cayó en blando sobre una superficie caliente y elástica, y estaba dando gracias a su suerte... cuando abrió los ojos y se encontró mirando a través de una brillante membrana dorada una cara mucho más grande.

Règine estaba por gritar pero rápidamente se cubrió la boca con una mano y ahogó el gritó, y cayó del montículo de lado. El corazón le palpitaba en el pecho.
Percy la ayudó a levantarse.

—¿Estás bien?

Ella no se atrevía a contestar. Si abría la boca, podría gritar, y eso podría llamar la atención de algún monstruo que se encontrara cerca y no estaban en buenas condiciones de luchar.

Pero dioses del Olimpo... Acurrucado dentro de la burbuja membranosa que tenía delante, había un titán completamente formado, con una armadura dorada y la piel del color de un centavo pulido. Tenía los ojos cerrados, pero su expresión era tan ceñuda que parecía a punto de lanzar un espeluznante grito de guerra. A pesar de la ampolla, Règine podía percibir el calor que irradiaba de su cuerpo.

—Hiperión —dijo Percy—. Odio a ese tío.

Durante la batalla de Manhattan, Percy había luchado contra ese titán en el principal estanque de Central Park: agua contra fuego. Había sido la primera vez que Percy había invocado un huracán, algo que era imposible de olvidar.

En esa guerra perdió a muchos de sus hermanos y amigos, entre esos su mejor amiga, Silena.

—Creía que Grover lo había convertido en un arce.

—Sí —convino Percy—. Tal vez el arce se murió, y él acabó aquí.

Règine recordó las explosiones que Hiperión había provocado y a cuántos sátiros y ninfas había destruido antes de que Percy y Grover lo detuvieran.

Estaba a punto de proponer que reventaran la burbuja de Hiperión cuando él despertó. Parecía listo para salir en cualquier momento y ponerse a quemarlo todo a su paso. Entonces miró a Bob. El titán plateado estaba examinando a Hiperión con el entrecejo fruncido debido a la concentración, tal vez reconociéndose en él. Sus caras se parecían tanto... Règine reprimió un juramento. Claro que se parecían. Hiperión era su hermano. Hiperión era el señor de los titanes del este. Jápeto, Bob, era el señor del oeste. Si le quitabas a Bob la escoba y la ropa de conserje, le ponías una armadura y le cortabas el pelo, le cambiabas la combinación de colores de plateado a dorado, Jápeto habría sido casi imposible de distinguir de Hiperión.

—Bob —dijo—, debemos irnos.

—Oro, no plata —murmuró Bob—. Pero se parece a mí.

—Bob —dijo Percy—. Oye, colega, ven aquí.

El titán se volvió de mala gana.

—¿Soy tu amigo? —preguntó Percy.

—Sí —Bob parecía peligrosamente indeciso—. Somos amigos.

—Sabes que algunos monstruos son buenos —dijo Percy—. Y otros son malos.

—Hum —dijo Bob—. Por ejemplo... las fantasmas guapas que sirven a Perséfone son buenas. Los zombis que explotan son malos.

—Exacto —dijo Percy—. Y algunos mortales son buenos y otros son malos. Pues lo mismo pasa con los titanes.

—Titanes...

Bob se alzaba por encima de ellos, mirándolos ceñudo. No había duda de que el hijo de Poseidón acabó de cometer un gran error.

—Eso es lo que tú eres —dijo Règine tratando de no cagarla—. Bob el titán. Eres bueno. Eres estupendo, de hecho. Pero algunos titanes no lo son. Este de aquí, Hiperión, es malo como la tiña. Intentó matar a Percy... intentó matar a mucha gente.

Bob parpadeó con sus ojos plateados.

—Pero parece... su cara es tan...

—Se parece a ti —convino Percy—. Es un titán, como tú. Pero no es bueno como tú.

—Bob es bueno —sus dedos apretaron el mango de la escoba—. Sí. Siempre hay al menos uno bueno: monstruos, titanes, gigantes...

—Ah... —Percy hizo una mueca—. Bueno, en el caso de los gigantes no estoy seguro.

—Oh, sí.

Bob asintió con la cabeza con seriedad.
La semidiosa tenía la sensación de que habían estado demasiado tiempo en ese sitio. Sus perseguidores estarían acercándose.

—Debemos irnos —los apremió—. ¿Qué hacemos con...?

—Te toca, Bob —dijo Percy—. Hiperión es de tu raza. Podríamos dejarlo en paz, pero si se despierta...

La lanza-escoba de Bob se puso a barrer. Si hubiera estado apuntando a Règine o a Percy, los habría partido por la mitad. En cambio, Bob atravesó la ampolla monstruosa, que estalló en un géiser de caliente lodo dorado.

—Hiperión es un titán malo —anunció Bob con expresión adusta—. Ya no puede hacer daño a mis amigos. Tendrá que regenerarse en otra parte del Tártaro. Con suerte, le llevará mucho tiempo.

Los ojos del titán parecían más brillantes de lo normal, como si estuvieran a punto de derramar lágrimas de mercurio.

—Gracias, Bob —dijo Règine con una sonrisa que parecía más una mueca.

𝐋𝐄𝐀𝐕𝐈𝐍𝐆 𝐏𝐀𝐑𝐀𝐃𝐈𝐒𝐄, heroes of olympusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora