⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀017.

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Si los sueños de los semidioses como tal eran horribles en el plano terrenal, nunca se imaginó que en el Tartaro eran aún más horribles.

Se encontraba nuevamente en el vasija de bronce pero ya no había tanto oxígeno en él, sus pulmones comenzaron a arderle y su cabeza a doler, su vista se volvió borrosa y sintió como sangre salía de su nariz y oídos. Sus nudillos también estaban llenos de su sangre y ardían por intentar romper la vasija y gritar para pedir ayuda pero no lo había logrado, ya no quedaba oxígeno.

Las lágrimas no tardaron en salir, no podía creer que había vuelto a ese maldito lugar. Justo cuando creyó que había muerto la vasija estalló en mil pedazos. El oxígeno llegó a sus pulmones que la obligaron a toser, escuchaba gritos a lo lejos pero veía todo borroso y una vez que la recuperó quedó sorprendida y asustada por todo lo que veía a su alrededor.

El campamento se encontraba destruido y llenó de sangre y fuego.

Habían romanos y griegos muertos a su alrededor, algunos no tenían cabezas y los que tenían estaba aplastada y se lograba ver con facilidad sus sesos, a lo lejos logró ver a sus amigos y hermanos en el suelo, muertos con heridas de alta gravedad. Se levantó del suelo temblorosa y sollozando, nada más ella se encontraba con vida.

El suelo comenzó a temblar para después ver cómo frente suyo un lodo comenzaba agarrar figura femenina, todo se calmó y aquella extraña figura abrió los ojos y una sonrisa se formó.

— Oh, mi querida Règine, mira lo que ha causado.

—¿Quién demonios eres? —preguntó Règine intentando ocultar su voz trémula.

La voz de aquella cosa era profunda y causaba escalofríos a su vez, impostada.

— Soy la creadora del todo, la diosa primordial, la madre de los titanes, la —Règine la interrumpió.

— No es por ser maleducada, pero no le veo la necesidad de decirme sus miles de títulos... ¿Sabe? Siempre es bueno ir al grano, le ahorra el tiempo a los demás.

La cosa soltó una especie de gruñido pero sonaba más bien a una gargara.

— No, espere, ya sé quién es. Es la que ha intentado destruir el mundo y la que abrió las puertas de la muerte, secuestró al dios de la muerte y la causa por la que estamos en una misión suicida. Gaia.

La diosa rió entre dientes.

— Que niña más maleducada...—murmuró Gaia—. He conocido escorias como tú pero, debo de admitir, que eres un gran peón de los dioses.

— Te equivocas, no soy peón de nadie. —Gaia rió.

— Muy pronto sabrás a lo que me refiero —la diosa la miró con desprecio pero a su vez con diversión—. Ay pequeña, cada vez más estoy despertando y el mundo que conoces llegará a su fin y, lo que ves ahora, se volverá realidad.

El suelo comenzó a temblar para después romperse como si siempre se hubiese encontrado sobre un vidrio, sintió como si estuviera cayendo nuevamente al Tartaro pero, esta vez, se encontraba sola.

— Hey hey, ¿estás bien?

Lo primero que vió, al despertar, fueron unos preciosos ojos tan azulados que parecía que estuviera viendo el mismo mar.

Los ojos de Percy reflejaban preocupación y cansancio. La chica miró a su alrededor y aún seguía en el Tártaro, en el santuario de Hermes pero se sorprendió al ver que también estaba en los brazos de Percy, no pudo evitar incomodarse y ruborizarse.

—Sí, solamente fue una pesadilla.

La chica se acomodó saliendo de los brazos de Percy para después acomodarse el cabello que se encontraba todo desastroso.

—¿Ya me toca hacer guardia? —preguntó la chica.

— No, ni siquiera quiero dormir, estoy demasiado exaltado. Mira.

Bob el titán estaba sentado con las piernas cruzadas al lado del altar, masticando alegremente un trozo de pizza.
Règine frunció el ceño extrañado ante lo que veía.

—¿Es eso... pepperoni?

—Ofrendas dejadas en el altar —dijo Percy—. Sacrificios a Hermes del mundo de los mortales, supongo. Aparecieron en una nube de humo. Tenemos medio perrito caliente, uvas, un plato de rosbif y una bolsa de M&Ms.

—¡Los M&Ms para Bob! —dijo Bob alegremente—. Si os parece bien.

Règine formó una pequeña sonrisa entre sus labios por lo tierno que le parecía el titán. Percy le llevó el plato de rosbif, y ella se lo zampó. En su vida había probado algo tan rico. La carne seguía caliente, con la misma cobertura dulce y sabrosa que la de la barbacoa del Campamento Mestizo.

—Lo sé —dijo Percy, descifrando su expresión—. Creo que es del Campamento Mestizo.

A Règine la embargó la nostalgia. En cada comida, los campistas quemaban una parte de su comida para rendir homenaje a sus padres divinos, pero Règine nunca había pensado adónde iba a parar la comida cuando se quemaba. Tal vez las ofrendas volvían a aparecer en los altares de los dioses en el Olimpo... o incluso allí, en medio del Tártaro.

—M&Ms —dijo Règine—. Connor Stoll siempre quemaba una bolsa por su padre en la cena.

—Eh, es una buena noticia. Comida de casa, ¿no?

Ella asintió con la cabeza. Terminaron de comer en silencio.
Bob masticó los últimos M&Ms.

—Debemos irnos. Llegarán dentro de unos minutos.

—¿Unos minutos?

Règine volvió a transformar su espejo en un dorado arco.

—Sí..., bueno, creo que minutos... —Bob se rascó su cabello plateado—. El tiempo es difícil de calcular en el Tártaro. No es igual.

Percy se acercó lentamente al borde del cráter. Miró en la dirección por la que habían venido.

—No veo nada, pero eso no significa gran cosa. Bob, ¿de qué gigantes estamos hablando? ¿De qué titanes?

Bob gruñó.

—No sé cómo se llaman. Seis, puede que siete. Puedo percibirlos.

—¿Seis o siete? —Règine no estaba segura de que no fuera a vomitar lo que había comido—. ¿Y ellos pueden percibirte a ti?

—No lo sé —Bob sonrió—. ¡Bob es distinto! Pero sí que huelen a los semidioses. Vosotros dos tenéis un olor muy fuerte. En el buen sentido. Como... Mmm. ¡Como pan untado con mantequilla!

—Pan untado con mantequilla —dijo Règine—. Genial.

Era el halago más raro que le habían hecho en toda su corta vida. Percy regresó al altar.

—¿Es posible matar a un gigante en el Tártaro? Quiero decir, sin ayuda de ningún dios.

—No lo sé, Percy. Viajar por el Tártaro, matar monstruos aquí... Nunca antes se ha hecho. Tal vez Bob pueda ayudarnos a matar a un gigante. Tal vez un titán cuente como un dios. No lo sé.

—Sí —dijo Percy—. Vale.

Le apenó ante Percy no poder tener una respuesta clara ante su pregunta, él siempre había recurrido ante la hija de Atenea que siempre había aclarado sus dudas, supongo que en estos momentos él le serviría alguien como Annabeth Chase.

Pero Règine estaba segura de algo: tenían que seguir avanzando. No podían dejarse atrapar por seis o siete inmortales hostiles.
Se levantó y Bob empezó a limpiar, recogiendo la basura en un montoncito y usando la botella con pulverizador para limpiar el altar.

𝐋𝐄𝐀𝐕𝐈𝐍𝐆 𝐏𝐀𝐑𝐀𝐃𝐈𝐒𝐄, heroes of olympusWhere stories live. Discover now