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—¡Ayúdame, Percy! —gritó Règine.

Ella empujaba la puerta izquierda con todo el cuerpo, presionando hacia el centro. Percy hizo lo mismo con la derecha. No había asideros ni nada a lo que agarrarse. Mientras la caja del ascensor se elevaba, las puertas se sacudieron y trataron de abrirse, amenazando con expulsarlos a lo que quiera que hubiese entre la vida y la muerte.

A Règine le dolía el hombro. El hilo musical del ascensor tampoco era de ayuda. Si todos los monstruos tenían que oír una canción en la que el cantante decía que le gustaban las piñas coladas y mojarse bajo la lluvia, no le extrañaba que tuvieran ganas de matar cuando llegaran al mundo de los mortales.

—Hemos abandonado a Bob y Damasén —dijo Percy con voz ronca—.
Morirán por nosotros, y nosotros solo…

—Lo sé —murmuró ella—. Dioses del Olimpo, Percy, lo sé.

Règine casi se alegraba de tener que mantener las puertas cerradas. El terror que atravesaba su corazón al menos impedía que sucumbiera a la tristeza.

Abandonar a Damasén y Bob había sido lo más difícil que había hecho en su vida. Le rompía el corazón de tan solo imaginarlos morir por culpa de ellos, para que ellos salven el mundo de las garras de su madre.

Pero, como le dijo a Bob, ella contará la historia del como un titán y un gigante les salvó la vida. Ellos eran unos héroes.

—Las puertas, Percy —advirtió.

Los paneles habían empezado a deslizarse y habían dejado entrar una vaharada de… ¿ozono? ¿Azufre?

Percy empujó furiosamente en su lado, y la rendija se cerró. El chico echaba chispas por los ojos. Règine esperaba que no estuviera cabreado con ella, pero si lo estaba, usaría esa ira a su favor.

« Si le da fuerzas para seguir —pensó—, que se enfade» .

—Voy a matar a Gaia —murmuró—. La voy a hacer trizas con mis propias manos.

Règine asintió con la cabeza, pero estaba pensando en la bravata de Tártaro acerca de la imposibilidad de matarlos a él y a Gaia. Ante tal poder, hasta los titanes y los gigantes eran muy inferiores. Los semidioses no tenían ninguna posibilidad.

También se acordó de la advertencia de Bob: « Puede que este no sea el único sacrificio que tengáis que hacer para detener a Gaia» .

Tenía la corazonada de que esa parte era verdad.

—Doce minutos —murmuró—. Solo doce minutos.

Rogó a Afrodita y a Atenea que Bob pudiera mantener apretado el botón todo ese tiempo.

Rezó para que le dieran fuerza y sabiduría. Se preguntaba lo que encontrarían cuando llegaran al final de su trayecto en ascensor.
Si sus amigos no estaban allí, controlando el otro lado…

—Podemos conseguirlo —dijo Règine—. Tenemos que conseguirlo.

—Sí —dijo Percy—. Sí, tenemos que conseguirlo.

Mantuvieron las puertas cerradas al mismo tiempo que el ascensor vibraba y la música sonaba.

—¿Quién demonios puso esa irritante canción? —gruñó Règine.

Se impulsó más hacia el lado de Percy, ejerciendo fuerza en los paneles, sus rostros quedaron a centímetros de el otro y sus respiraciones se mezclaran. Algo asqueroso considerando que llevaban días sin cepillarse la boca.




 Algo asqueroso considerando que llevaban días sin cepillarse la boca

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Hazel.

A Hazel casi le dio lástima Clitio.

Lo atacaron por todos los flancos: Leo le disparó fuego a las piernas, Frank, Piper y Annabeth le dieron estocadas en el pecho, Jason voló por los aires y le propinó una patada en la cara. Hazel se enorgulleció de ver que Piper se acordaba de sus lecciones de esgrima.

Cada vez que el velo de humo del gigante empezaba a rodear a uno de ellos, Nico aparecía allí, atravesándolo a espadazos, absorbiendo la oscuridad con su hoja estigia.

Percy y Règine estaban de pie, con aspecto débil y aturdido, pero tenían las espadas desenvainadas, bueno, Règine sostenía una flecha.

Clitio gruñía, volviéndose de acá para allá como si le costara decidir a cuál de ellos matar primero.

¡Esperad! ¡Quedaos quietos! ¡No! ¡Ay!

La oscuridad que lo envolvía se disipó por completo, sin dejarle más protección que su maltrecha armadura. Le salía icor de una docena de heridas.

Los daños se curaban casi tan rápido como eran infligidos, pero Hazel notaba que el gigante estaba cansado.

Unas enredaderas brotaron del auto y retuvieron a Clitio, agarrándolo con fuerza de ambos brazos. Sabía a la perfección quién había sido, Règine.

—Apúrense...—balbuceó la chica mientras un hilo de sangre brotaba de su nariz.

Jason se lanzó volando contra él por última vez, le dio una patada en el torso, y el peto del gigante se hizo pedazos. Clitio se tambaleó hacia atrás. Su espada cayó al suelo. Las enredaderas lo obligaron a ponerse de rodillas, y los semidioses lo rodearon.

Entonces Hécate avanzó con las antorchas levantadas. La Niebla se arremolinó alrededor del gigante siseando y burbujeando al entrar en contacto con su piel.

—Aquí termina la historia —dijo Hécate.

No se ha terminado. La voz de Clitio resonó desde algún lugar en lo alto, amortiguada y pastosa. Mis hermanos se han alzado. Gaia solo espera la sangre del Olimpo. Ha hecho falta que luchéis todos vosotros para vencerme. ¿Qué haréis cuando la Madre Tierra abra los ojos?

Hécate volvió sus antorchas del revés, las enredaderas lo soltaron y desaparecieron y Hécate lanzó las antorchas como si fueran dagas a la cabeza de Clitio. El pelo del gigante se encendió más rápido que la yesca seca, se propagó por su cabeza y a través de su cuerpo hasta que el calor de la hoguera hizo estremecerse a Hazel. Clitio cayó de bruces entre los escombros del altar de Hades sin hacer ruido. Su cuerpo se deshizo en cenizas.

Por un momento, nadie dijo nada. Hazel oyó un ruido angustioso e irregular y se dio cuenta de que era su propia respiración. Tenía el costado como si le hubieran golpeado con un ariete.

La diosa Hécate se volvió hacia ella.

—Debes irte, Hazel Levesque. Saca a tus amigos de este sitio.

Hazel apretó los dientes, tratando de dominar su ira.

—¿Y ya está? ¿Ni « gracias» ? ¿Ni « buen trabajo» ?

La diosa inclinó la cabeza. Galantis, la comadreja, farfulló algo —tal vez una despedida, tal vez una advertencia— y desapareció entre los pliegues de la falda de su ama.

—Si buscas gratitud, te equivocas de lugar —dijo Hécate—. En cuanto a lo de « buen trabajo» , todavía está por ver. Corred a Atenas. Clitio no estaba equivocado. Los gigantes se han alzado; todos, más fuertes que nunca. Gaia está a punto de despertar. La fiesta de la Esperanza tendrá un nombre de lo más desacertado a menos que lleguéis a tiempo para detenerla.

La cámara retumbó. Otra stela cayó al suelo y se hizo añicos.

—La Casa de Hades es inestable —explicó Hécate—. Marchaos ya.

Volveremos a vernos.

La diosa se desvaneció. La niebla se evaporó.

—Qué simpática —masculló Percy.

Los demás se volvieron hacia él y Règine, como si acabaran de percatarse de que estaban allí.

—Colega —Jason dio un abrazo de oso a Percy.

—¡Los desaparecidos en el Tártaro! —Leo gritó de alegría—. ¡Bravo!

𝐋𝐄𝐀𝐕𝐈𝐍𝐆 𝐏𝐀𝐑𝐀𝐃𝐈𝐒𝐄, heroes of olympusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora