X Muerte

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Empujada por una ligera exhalación, la exigua llama de la vela se ahoga consumida en sí, volatilizada en una última espiración mortecina de humo gris. Recobrándome del entresueño y el recuerdo de otra vida acabada ya, disipada como la luz de la vela que simplemente dejó de estar. Hipnotizado por el póstumo destello de la flama en la retina de unos ojos a punto de estallar en tormenta de un nuevo despertar. Náufrago solo, perdido en la inmensidad de un océano iracundo, y en la desesperación por la recuperación de solo una parte de mis recuerdos y que, además, luchan violentamente por no perderse arrastrados de nuevo hacia el olvido que mora en la profundidad, acrecentando mi ansiedad.

De la densa niebla, los labios que soplan la vela, ahora entre arrullos me tratan de hablar. 

—¡Despierta Malk! —Reconozco la voz del niño-gato, mientras siento el tacto de su pequeña mano tratándome de llevar.

—¡No entiendo! —le increpo angustiado. Superado por el recién recobrado conocimiento de mi propia existencia y por mi turbio pasado que no me permite avanzar. Incrédulo de que siquiera esa vida fuese realidad y siéndolo, de qué me servirá. Mis pensamientos tan solo son hojas secas que el viento de mi desconcierto mece a voluntad.

¡Dónde acaba la locura y dónde empieza la realidad!

—No hay tiempo. Tenemos que irnos ya, o nos atraparán —acentúa con sus prisas, mi confusión y mi ansiedad.

Confiado me dejo llevar. A la carrera me dirige apresurado, apartando la pegajosa niebla que se arremolina entre nosotros, entorpeciéndonos el caminar.

—¿Te vas, Malk? Acabas de llegar, ¿y ya te quieres marchar? —la voz de Saulo en tono alto y sarcástico. Escondido entre las sombras de la sala, mi atención reclama.

Me detengo, le busco en la distancia que nos separa. De la oscuridad únicamente el destello de una mirada desafiante y provocadora.

—¿Ni siquiera vas a despedirte de tus hermanos? Sería descortés por tu parte y de mala educación, ¿no crees? Al fin y al cabo, somos tu única familia. Ven déjame que te de un abrazo de bienvenida —recalca en una incisiva carcajada que golpea en mi orgullo y me revela.

El niño empuja con fuerza de mi mano. 

—No le escuches Malk o te confundirá y te embaucará. Vámonos, escapemos. No queda tiempo.

—¡Szuri! ¿Se puede saber qué estás haciendo? —reconozco a mi hermana Ería que, autoritaria, grita enfadada a mi salvador.

El niño balbucea palabras sin sentido, presa es del pánico. Transformado en gato se pierde entre la bruma. La niña, con paso ligero, le sigue el rastro.

—¿Y bien?, ¿no te vas a acercar? Será que me tienes miedo. Te creía con más coraje, príncipe valiente. ¿O es que esta nueva versión de ti, que hoy nos acompaña, regresó con alguna tara que le hace ser cobarde y huidizo como al pequeño gato? —continúa con sus chanzas y bravatas.

Detengo mi alocada marcha. ¿Dónde podría escapar? ¿Dónde ir, si ni siquiera sé dónde estoy? No tengo ninguna oportunidad. He de afrontar con entereza el destino que precipitado me aguarda y con fuerza me llama.

Altivo acepto el reto. A él con paso firme me acerco, le encuentro. Permanece sentado sobre un trono roto usurpado al hijo de un dios, ligeramente volcado hacia un lado. Bajo su asiento la losa con forma de sol desplazada, abierta está la entrada de la cueva.

—Nunca te tuve temor, Saulo, y ahora, ¿he de tenerlo? —me revelo, intentando no mostrar mi desconcierto.

Saulo se levanta con ímpetu, se le ve seguro y confiado. Se acerca hacia mí con ademanes de rey orgulloso, poderoso. Pega su rostro al mío, me mira con vehemencia. Parece haber encontrado en mi interior lo que andaba buscando. 

La sangre de EnocWhere stories live. Discover now