XXVII Biblioteca

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Leteo nos dirige a través de un estrecho pasadizo hacia el lugar más profundo de su enorme y lóbrego hormiguero; a pesar de ello, nuestros ojos ya acostumbrados a la oscuridad pueden ver sin problema alguno. En el último rincón donde acaba la última de las galerías dos entradas resguardadas la una frente a la otra.

La más pequeña y recogida con una puerta redonda similar a la Bocca de la Verità pero a diferencia de la romana, ésta parece tener vida propia, posee unos ojos redondos y brillantes que te observan sin mirarte y una boca cerrada tras una poblada barba.

—¿Qué es ésto, Leteo? —busca una respuesta Mariposa curiosa sin prestar atención a la otra entrada—.  ¿Qué hay detrás de esta puerta?

Mi hermano sonríe. 

—Este es mi sancta sanctórum, mis aposentos reales, mi refugio y mi guarida, mi cripta y el lugar desde donde controlo mi mundo y el mundo que me rodea.

—Pero ¿qué hay dentro? —insiste Mariposa cada vez más intrigada—. Yo quiero verlo...

—Bueno, si quieres entrar tienes que meter la mano en el orificio y él decidirá si te da paso. —El rostro de la puerta abre la boca, clavando su mirada fijamente sobre la curiosa incauta—. Pero yo no te lo recomiendo.

—Venga Leteo porfa... —parece la mariposa tomarse confianzas con el topo. Y sin esperar una respuesta mete la mano dentro de la boca.

La abertura en la roca de la puerta se cierra en un crujido, atrapando su mano dentro. 

—¡Ah! —grita llevada más por el reflejo del susto que por el daño que le causa. Intenta sacar la mano a empujones, golpeando y empujando con la otra mano al rostro que no le quita ojo.

—¡No!, no la pegues, ni trates de sacarla a tirones —avisa Leteo.

Demasiado tarde. La puerta suelta desde dentro una descarga eléctrica a la mano, dejándola chamuscada, antes de abrirse la abertura de nuevo para dejarla libre.

—¡Serás hijo de tu... madre! —recrimina Mariposa, llevándose los dedos a su boca y soplándolos, aguantándose de coraje unas incipientes lágrimas que sin querer se le escapan.

—Traté de avisarte, pero no me diste tiempo. No ha sido culpa mía, metiste tu patita antes de que te advirtiera del peligro que corrías —recrimina el anfitrión cargado de razón y de guasa.

—Pero... ¿Qué hay? —busco una respuesta, intentando mediar en la disputa.

Leteo con una amplia dibujada en su rostro me responde: 

«Si hubieras esperado, te habría dicho que en el interior no hay nada que merezca ser visto. Solo hay un viejo colchón tirado sobre el suelo en el que duermo, una silla y una mesa. Bueno, y lo más importante, mi ordenador cuántico desde donde llevo mis redes sociales, que por cierto, soy un influencer famoso que tiene muchos seguidores; también para seguir algunas revistas científicas con las que colaboro publicando artículos sobre mis investigaciones y periódicos de todo el mundo para estar informado de lo que pasa. 

»La computadora también me permite manejar mi telescopio que tengo estratégicamente colocado en la cima de una montaña, además de controlar mi última adquisición: un satélite espía que he puesto en órbita y con el que puedo controlar todas las cámaras que hay instaladas en cualquier lugar de éste planeta, da igual dónde estén, nada se resiste a mi ojo que todo lo ve. ¡Ah! Y por supuesto, desde aquí también controlo a todos mis colaboradores que tengo desplegados por lugares estratégicos de todo el mundo».

—Tú eres «el número cuatro», tú me miraste desde la cámara —parece caer de súbito en la cuenta la inspectora.

—El día que ingresasteis a Malk en el hospital, yo ya tenía uno de mis colaboradores esperándole. Quería saber cuánto recordaba y en qué estado llegaba... Como verás, me preocupo por mi querido hermano pequeño. —Se esconde tras un abanico de sonrisas pícaras, sacándome las mías—. Pero volviendo al tema que tratábamos. ¿Te apetece meter la mano Malk?

La sangre de EnocWhere stories live. Discover now