XXIX Final

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—Ven, Mariposa, ponte el casco y sube, nos vamos —la llamo mientras arranco la moto.

—Pero si tú no sabes... nos la vamos a dar —responde nerviosa Mariposa.

—Por supuesto que sé, lo que pasa es que no me acuerdo, pero en cuento le tire un poco, seguro le cojo el tranquilo rápido —la animo mientras se sube detrás de mí y me agarra con fuerzas, desconfiada y ligeramente asustada.  

Vuelvo la mirada para buscar a Leteo que se protege tras las piedras y me sonríe amablemente. 

—Hoy es el último día, hermano, aprovéchalo bien —se despide antes de que se cierre la puerta de piedra.

El sol de este día del final del invierno calienta suavemente mi piel, ya no me quema, y una cálida sensación recorre todo mi cuerpo.

—¿Dónde vamos? —pregunta Mariposa.

—Vayamos a la capital, celebremos la feria como hacen los demás. Disfrutemos de nuestro último día juntos. 

Acelero la moto y marchamos en busca de la ciudad. Aparcamos en el centro y buscamos algún lugar donde poder desayunar.

El centro urbano es un bullicio de personas que caminan tranquilamente entre las calles mirando los escaparates de las tiendas. Mariposa y yo caminamos cogidos de la mano, paseando entre ellas como dos enamorados más. Y por un momento me dejo llevar, como si fuéramos una de esas parejas que envejecen juntos viendo pasar la vida.

Un niño se detiene a mi lado, me mira detenidamente con curiosidad, haciéndome pensar. 

—Mariposa... ¿te gustaría tener niños? —le pregunto perdido en la mirada de aquel crío.

—Nunca me lo había planteado hasta ahora. —Mariposa sonríe y duda por un momento—. Nueve meses con la barriga inflada, las ganas de vomitar, con antojos de porquerías, los pies hinchados, perder mi figura de "gym"... y luego biberones, cambiar pañales, noches en vela soportando llantos... —Vuela mariposa posándose sobre la nariz del niño que la mira asombrado—. ¿Un loquito como tú? Me encantaría, moriría de amor.

—Pues yo preferiría una bebita sensata e inteligente como tú —devuelvo con la misma ironía.

Mariposa recupera su forma ante el asombro del niño, para darse de golpe con el escaparate de una tienda de ropa. 

—¡Oh! ¡Qué cosas más chulas! Ven, entremos, déjame que te regale algunas prendas nuevas. No pretenderás presentarme a tu ilustre familia con esas pintas.

Me derrito en su sonrisa, enamorado me dejo llevar y como un maniquí, de tienda en tienda, no deja de probarme todo tipo de ropa, eligiendo la que más le gusta y opina me queda mejor.

—Mariposa... pienso que ya deberías parar, no creo que vaya a utilizar más de lo que ya llevo puesto —le reclamo cargado de bolsas.

—Está bien. Como quieras, tienes razón. ¿Te apetece un helado? ¿Qué te gusta más tarrina o cucurucho?

—¿Tarrina? ¿Cucurucho? ¿Helado? No sé de qué me hablas... —respondo confundido.

—¡Ay este niño grande! ¿Para qué me preguntas si quiero tener un bebé, si ya tengo uno?

Me siento feliz y pleno viéndola así tan contenta, disfrutando de todo como si nada importara. Como si el mundo y la vida se parase en estos momentos que compartimos juntos.

Detenida ante la vitrina de la heladería busca indecisa entre tantos colores y sabores diferentes, como la mariposa en un jardín de flores. Señala al azar varios, mientras una joven con un uniforme y un gracioso gorrito se los va preparando.

La sangre de EnocOù les histoires vivent. Découvrez maintenant