XV Reencuentro

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Absorto ante espectáculo tan macabro de una ciudad todavía en llamas. Del olor de la muerte que una ligera brisa esparce por todos los rincones. De cuerpos sin vida, de miembros brutalmente arrancados y de un silencio sepulcral que rebosa de aquella inmensa morgue.

Recién recobrados mis recuerdos de una vida maldita, de un dolor insoportable que desborda mis sentidos, que ahoga mi alma. ¿Cómo explicar la violencia humana Llevada hasta el extremo? ¿Cómo justificarla cuando nos pidan cuentas por nuestros actos? La mente se me arremolina en un torrente de dudas, de miedo.

Echo por última vez un vistazo al amasijo de huesos del viejo Saulo. Sus ojos, fuera de sus órbitas me miran fijamente, parecen satisfechos y risueños por mi aciaga suerte.

—Te lo advertí, príncipe valiente, una y mil veces te avisé. Pero no me hiciste caso. Más te hubiera valido permanecer inconsciente en el sueño de tu locura. Ahora ya, es demasiado tarde. Eres, como todos nosotros, víctima y verdugo de nuestros actos; de lo que hicimos y lo que debimos haber hecho. —La voz resignada de Leteo, entre las columnas, me advierte de su presencia—. Ven, entremos, aguardemos en el interior del templo el último acto de esta macabra obra de teatro. Al fin y al cabo somos los actores principales y necesarios.

Su lamento me despierta del sopor, recuperándome del momento. Siempre le tuve aprecio a mi hermano, tal vez porque comprendía su sufrimiento. Doy media vuelta para entrar en el templo, tras de mí se desliza sigiloso Leteo, cerrando las puertas para que no entre la luz y nos muestre descarnadamente lo que somos.

—El silencio me avisó de tu llegada, querido hermano —la voz silbada de Elena asciende desde el interior de la cueva, como una serpiente hacia mí se arrastra—. Ahora sí has regresado para estar de nuevo a nuestro lado —insiste cada vez más cerca—. Ven, dame un abrazo fraterno.

—No la escuches, no le hagas caso... —me susurra Leteo escondido entre las sombras.

—¡Calla, perro bastardo! Maldito seas por siempre, cobarde... —recrimina Elena con desprecio al que otrora fuera su amante.

Busco a mi hermana entre las sombras, en la entrada de la cueva me espera. La encuentro erguida y soberbia como una reina. La noto cambiada, increíblemente hermosa, una belleza que te atrae y te atrapa. Su fina piel de azafrán, amarillenta. Sus ojos fuego abrasador que te hipnotizan. En su mano blande con fuerza una negra espada.

Agarrada a una de sus piernas Ería callada y asustada. ¡Qué frágiles se ven ambas!

—Poderoso señor el que me defendió cuando Saulo más me hostigaba, ahora he de devolverle la ayuda prestada —insiste distante. Me hechiza con sólo escucharla. Por entre sus labios de fresa y mora una larga y bífida lengua otea el horizonte—. Se acerca la mañana, puedo olerla. Ya llega —silba desafiante—. ¿Defenderás a tus hermanas, Malk?

—Sí, Elena. No queda más salida que seguir en desesperada huida hacia adelante. Afrontar el inevitable devenir que precipitado se nos viene, démosle la cara. —A ella me entrego sin oponer resistencia, consciente del infausto fin que nos acecha con la llegada de la mañana.

—Bien, juntos podremos vencerle —recalca satisfecha y orgullosa—. Toma...—me entrega el arma—, el rayo del sol forjado por una eternidad con el helado fuego de mi odio en esta espada aguardando este momento, para ello fue creada.

Cojo la espada, cautivado a su tacto. Con ella, mis emociones lentamente van cambiando: me siento poderoso, seguro e invencible ante lo que venga.

—Yo soy la Gehenna que se alimenta de sí misma y crece lentamente envolviéndolo todo. Porque yo soy el odio y el odio no razona, no escucha, no ve, no piensa, no entiende, no descansa. El odio es frío que te abrasa y calor que te hiela. —Elena continúa con su arenga, aunque no sé si quien habla es ella, el demonio que lleva dentro o ambos en uno—. Ya estoy preparada para enfrentarte mi viejo amigo, mi gran enemigo, es la hora de mi venganza.

La sangre de EnocDonde viven las historias. Descúbrelo ahora