XXVIII Gehenna

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«La sangre y la carne de Saulo puede que estuvieran muertas, pero no su espíritu que rondaba la ciudad solitaria buscando incautas presas que despistadas o desafiantes se atrevían a llegar hasta ella, y de las que ese espíritu maldito se alimentaba vorazmente; el gélido frío le devoraba, con una vieja capa se arropaba.

»Cuando recobró las fuerzas suficientes, levantó a otros espíritus que reposaban en aquella ciudad convertida en morgue, violentas muertes que dieron a inocentes en otras épocas, a este mundo les encadenaban. Primero atrajo a sus doce caballeros, aquellos que fueron los más leales, crueles y despiadados de entre todos sus guerreros, tras ellos levantó a todo su ejército de muertos en vida.

»Y sin perder tiempo, comenzaron la reconquista de lo que decían había sido su imperio, extendiéndose por un vasto territorio, a su paso baldío. Y sin detenerse siguieron a toda marcha el rastro de Elena con intención de apresarla.

»Gehenna mitad Elena, mitad demonio que la guiaba, escapó hacia el Oriente. La piel de su cuerpo abrasada por un sol ardiente y por arenas de desiertos por los que se arrastraba, no la amedrentaban. En su huida, se detenía en los pueblos y ciudades por los que pasaba, atrayendo hacia sus habitantes a la muerte que la perseguía y su sangre ansiaba; advirtiéndoles del peligro que corrían si se quedaban para hacer frente al ejército, que hacia sus casas se dirigía; así los atraía hacia a sus propias intenciones, convenciéndoles de que arrasasen cuanto abandonaban tras de ellos, dejando al enemigo solo tierra quemada.

»De esa manera fue reclutando una horda de hombres, mujeres, niños y ancianos que avanzaba retrocediendo y llevándose cuanto podían de los lugares por los que pasaban, para el perseguidor quedaba nada. La fuerza y el ímpetu de aquel ejército invencible, que perseguía un espejismo, fue decayendo sin sangre que saciar su hambre. Saulo se impacientaba a medida que de su templo se alejaba.

»Cuando la horda de Gehenna llegó al palacio en una montaña de negro cristal, reclamó para sí lo que por derecho le pertenecía. Del castillo salió el viejo sultán que en Elena reconoció a su hija, aquella que se había llevado un demonio tras ganar su mano en un duelo y ahora juntos regresaban. Y de las arenas el demonio levantó a los ejércitos de aquellos dos hermanos de sal que le habían prometido lealtad eterna.

»Elena compartió con todos ellos su sangre y los armó para la batalla, hombres, mujeres, niños y ancianos preparados para defenderla hasta la misma muerte que rauda se aproximaba.

»Saulo detuvo su ejército cuando estuvo tan cerca de la montaña que ni siquiera se había dado cuenta de que caía en una celada en lo más profundo de aquel infierno y ni a levantar las defensas le dio tiempo antes de que la horda de Gehenna se abalanzase contra él, ella los comandaba, el demonio los guiaba.

»El choque de los dos ejércitos fue tremendo. La tierra tembló con el impacto. La batalla duró semanas entre tiras y aflojas, sin que la balanza de la victoria se decantara hacia alguno de los dos bandos.

»Quizás pareciese que el ejército de Elena fue a dar con fuerza el primero golpe y la primera línea de los espíritus a miles caían derrotados. Pero aquello solo fue una sagaz estrategia de Saulo pues, los vencidos lejos de perecer, se juntaban a los de las líneas posteriores, serían menos pero sus fuerzas aumentaban.

»Al final del enfrentamiento no quedó nadie con vida en aquel campo de batalla, solo Saulo y sus doce caballeros seguían en pie frente a la Gehenna y los dos hermanos con sus ejércitos de sal. Elena retrocedía recuperando en su huida toda la sangre de Enoc derramada.

»Saulo sabía que contra aquellos ejércitos de sal seguramente vencería pero que jamás alcanzaría a coronar la montaña de negro cristal. En el filo de su espada y en la de sus caballeros suficiente sangre de Enoc rebosaba para lo que él necesitaba. Y dando por terminada la batalla decidió retirarse, llevando consigo su más preciado tesoro.

La sangre de EnocWhere stories live. Discover now