XVI Interrogatorio

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—Buenos días, Malk. ¿Qué tal se encuentra hoy?

Abro los ojos a la voz que me llama, su tono me resulta familiar y conocido. 

—Buenas...

Frente a mí, una mujer joven ojea unos papeles sentada al otro lado de una mesa. Una bata de médico sobre un uniforme que cubren un esbelto y hermoso cuerpo. Los cabellos rubios, casi blancos y unas grandes gafas oscuras que ocultan sus ojos y parte de su rostro.

—¡Vaya! ¡Por fin! Después de tres semanas se digna a hablarnos. Parece que estamos avanzando. —Me busca con asombrada mirada; mientras con celeridad pone en funcionamiento la grabadora de un teléfono móvil.

—Solo pretendía ser amable y devolverle el saludo. —Trato de mantener la compostura sin saber nada de lo que ocurre a mi alrededor ni en donde me encuentro, intentando mantener una conversación relajada.

La mujer sigue revisando los papeles. Parece, por lo que puedo ver, centrada en algún tipo de medicación que me están suministrando.

—Malk —repito—. ¿Cómo sabe mi nombre?

—Lo lleva tatuado en su brazo: «Malk, hijo de Enoc». Para serle sincera, es lo único que sabemos de usted. No hay registro en ningún organismo público ni ficha médica ni la Interpol... ¡Nada! En ningún lugar del mundo nadie le conoce. No sabemos si ha estado usted invisible todo este tiempo o si ha sabido borrar concienzudamente toda la información que había sobre usted.

La mujer busca en sus papeles lo que parece ser, ahora, una ficha policial. 

—¿Podría decirme algo más de usted?

—No... nada, quizás por eso me tatué mi nombre, para recordarlo cuando lo olvide... ¿No cree? —Trato de mirar en mi brazo, pero ambos están atrapados por una ajustada camisa de fuerza y mi cuerpo por un grueso cinto a la silla en la que estoy sentado.

—¿Es usted árabe? —insiste con preguntas cortas.

—No lo sé. ¿Por qué piensa que puedo serlo?

—Malk en árabe se traduce por «Sahib» y significa: «dueño o señor». «Hijo de Enoc». Es decir: «Señor hijo de esta ciudad», y sin embargo, nadie le conoce aquí. ¿No le resulta extraño?

—No.

—No, ¿qué? —trata de confundirme instigándome.

—No sabía que mi nombre se tradujera al árabe ni que significase señor. Ni recuerdo haber nacido en esta ciudad, ni sabía hasta ahora que esta ciudad se llamara Enoc. Pero si lo dice mi tatuaje... pues entonces lo seré. ¿Qué piensa usted? —Busco responder a todas sus preguntas de la mejor manera que se me ocurre, intentando no provocarla con mis respuestas y aunque lo intente parece que no lo consigo.

—¿Sabe quién soy yo, Sahib? —continúa con lo que parece un interrogatorio.

—La doctora Mari, supongo.

—¿Cómo sabe...? —Detiene la pregunta al verme mirar la tarjeta identificativa que cuelga en un cordel de mi cuello.

—¡Vaya! Acabamos de descubrir que sabe leer. —Trata de recomponerse del traspié con una irónica broma.

—Sí, sé leer, eso me parece una buena noticia, me alegra saberlo. —Le devuelvo el mismo tono desenfadado.

—Y yo me alegro por usted. Y ahora, después de habernos alegrado por ello. ¿Podemos seguir? —Trata de reconducir la conversación.

La sangre de EnocWhere stories live. Discover now