XXVI Laboratorio

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—¡Ábrete, sésamo! —ordena Leteo en tono jovial a la puerta que a su petición se abre deslizándose hacia un lado—. Me resulta tan gracioso que decidí... Está bien, entremos. Pero antes pongámonos los equipos EPI por nuestra seguridad y para no contaminar el recinto.

Pasamos por una cabina hermética de desinfección antes de entrar en el gran laboratorio dividido en áreas independientes y en las que un puñado de selectos hombrecillos embuchados en iguales trajes de seguridad, se afanan en varios proyectos e investigaciones. Las diferentes secciones repletas de mesas de pruebas y estanterías con todo tipo de instrumentos y probetas de ensayo.

Mariposa, como doctora, se muestra asombrada ante la gran cantidad de aparatos y la tecnología tan avanzada de que disponen. Yo me pierdo en el desconocimiento de todo aquello. 

—¡Esto es una pasada! Nunca había visto algo así —confirma ella sin dar crédito a lo que ven sus ojos.

—Muchos de estos instrumentos que hoy son utilizados en laboratorios de todo el mundo los inventamos nosotros; además, hemos sido pioneros en la investigación de diferentes tipo de virus y enfermedades, algunas de las cuales, lamentablemente, se expandieron en algún momento de la historia —acompaña su exposición con cara circunspecta—. Creedme, nunca fue mi intención provocar dolor a la humanidad, pero es que los seres humanos se reproducen como conejos y lo invaden todo... algunas veces ha habido que hacer algunos controles de plagas. Además, nada mejor para detener una guerra que darles de su propia medicina... —comenta entre apesadumbrado y orgulloso el anfitrión.

—Serás mal nacido, rata inmunda... no eres más que un genocida —espeta Mariposa sin medir sus palabras, contrariada por lo que acaba de escuchar.

—¿Cómo te atreves a insultarme de esa manera? Aquí, en mi casa. ¿Qué sabrás tú? Niñata, pija sexualizada. —Se revuelve Leteo molesto por el desprecio.

—¿Pija yo? Pues tú eres un eunuco del patriarcado machista, misógino, misógamo... —estalla la inspectora en una descontrolada cascada de insultos y reproches mientras intenta echar mano a la pistola a través del traje.

—Calma, por favor, que no llegue la sangre al río. —Trato de reconducir la situación interponiéndome entre ambos, antes de que la deriva de su disputa vaya a más. —¡Mariposa! No hemos venido aquí a juzgar los actos e intenciones que llevaron a Leteo a tomar esas decisiones en otras épocas. Somos sus invitados y como tal hemos de comportarnos...

—¡¿Qué?! —me grita la inspectora descompuesta—. Encima ponte de su lado. Sois los dos iguales, dos vampiros chupasangres...

—¡Mariposa, ya! ¡Para! —Le agarro de los hombros tratando de frenarla y con un guiño intento hacerla comprender que estoy de su lado, pero que no nos interesa entrar en conflictos morales con Leteo en estos momentos. —Y ahora, por favor, discúlpate...

—Está bien, entiendo. —Acata mi ruego guardando el arma. Busca a Leteo regalándole una amplia y falsa sonrisa dibujada en su rostro y clavándole una mirada que echa fuego se excusa con ternura—. Lo siento, señor Leteo, disculpe mi arrogancia y mis palabras, me he dejado llevar por mis emociones. Le prometo no volverá a pasar.

—¿Contento? —Me busca ahora a mí, algo más calmada.

—Sí, mucho. Gracias. —Le devuelvo con otro guiño cómplice.

—Vale, ya está, pelillos a la mar —resuelve Leteo dándose por satisfecho. 

Cambia mi hermano el tono de voz, tratándose de explicar:

«Bueno, quiero aclarar que, aunque en los últimos tiempos nos han confundido con vampiros, para su información, señorita, le diré que para nada somos eso. Los mal llamados vampiros, nacidos de la literatura romántica, eran, y son en realidad, enfermos infectados con la rabia por algún otro mamífero, ya sea  murciélago, gato, perro, rata... u otro humano. Los síntomas son bien claros, tras una parálisis inicial de varios días debido a la fiebre y en la que el sujeto infectado parece dormido y cansado, recupera momentáneamente el movimiento de manera descontrolada, adquiere una gran fuerza y sobre todo, una sensación de sed insaciable ante la imposibilidad de beber, por último una gran agresividad que, le lleva a cometer actos violentos antes de caer definitivamente muerto». 

La sangre de EnocDonde viven las historias. Descúbrelo ahora