23-| Confesiones mañaneras

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No volvería a tomar en mi vida

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No volvería a tomar en mi vida.

Lo decía muy en serio.

O al menos no iba a emborracharme como lo hice anoche, mi cabeza dolía mil infiernos.

Y no sabía dónde estaba.

O bueno en realidad si. Estaba en la casa de Alex, en su cama más bien pero estaba sola y con ropa puesta, aunque no exactamente la mía.

Mi teléfono estaba sonando con fuerza en la mesa de luz a mi lado y yo apenas podía moverme, mi cabeza dolía y mis ojos apenas y podían abrirse ¿Qué hora era? ¿Donde estaba? ¿Dónde está Alex?.

Extendí mi mano como pude y rechacé la llamada, si era algo importante iban a volver a llamar y si no pues no tendría de que preocuparme.

«¿Sabes de lo que si debes preocuparte? ¡De comer! Y de rezar porque mamá nos va a matar cuando noté que no estamos en casa»

Solté un quejido lastimero en lo que me sentaba en la gran cama de dos plazas, podría acostumbrarme a dormir en aquellas suaves sábanas de algodón sin pelotitas por lo viejas que eran y aquel colchón que no tenía la forma de mi cuerpo aún marcada.

Estiré mis brazos y me abracé bajo aquella sudadera enorme con el logo de Pink Floyd en medio, debajo de esta solo habían unos bóxers que aún conservaban la etiqueta.

Vaya, que caballeroso.

Solté un largo bostezo y estiré mis brazos que dolían levemente, probablemente por alguna postura rara que utilicé para dormir.

Las ventanas de aquel cuarto, que no lograba apreciar demasiado por mi nublada vista, estaban abiertas por lo tanto la luz de la mañana entraba sin piedad alguna y fuera el lugar no se me hacía conocido.

Mi teléfono volvió a sonar.

Estiré mi mano para tomar este, junto a un pequeño papelito doblado en dos arriba de este, por eso se me había hecho tan complicado antes rechazar la llamada.

«Ahora rezale al de arriba para que no sea Marina»

Padre santo que estás en el cielo, santificado sea tu nombre....

Tomé un respiro y bajé la mirada, mi cuerpo se relajó de inmediato y un agradable calor se instaló en mi pecho al ver de quién se trataba.

Ardillita enojona

Atendí casi de inmediato, bajando el volumen casi al máximo porque el punzante dolor en mi cabeza seguía presente.

—Hola— murmuré con la voz ronca por estar recién despierta, la oí suspirar al otro lado.

—Eres tu, creí que me había equivocado de número— murmuró aliviada.

Sonreí inconscientemente.

Léeme En Braille, Mia [LIBRO 1]Where stories live. Discover now