El demonio Akaza

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— ¿Entonces no vas a poder venir a las historias de terror?

Mukago se había encontrado con Akaza frente a su cabaña esperando que sólo lo hubieran castigado sin cenar otra vez, ¡hasta le había guardado un poco de su comida!, pero se encontró con que no podía salir de la cabaña si no era por las actividades de la mañana/tarde. Los amigos de su hermano también protestaron cuando lo escucharon pero, no pudieron hacer mucho.

— ¡Pero si no es tu culpa! Ellos empezaron. — se quejó Murasaki.

Akaza se volvió a encoger de hombros.

— Tampoco me emocionaba la idea de escuchar historias de ficticios seres sobrenaturales. — respondió algo aburrido.

Entonces los tambores comenzaron a sonar, llamando la atención de todos.

— ¡Todos acérquense, todos acérquense! — exclamó la profunda voz de Himejima. — ¡Es tiempo de las historias de terror!

Los chicos se vieron entre ellos, pero decidieron irse después de un rato, fue Mukago quien tuvo más problemas para decidir.

— Ve con tus amigas, no te preocupes. — la animo Akaza.

— Bueno, ¡te contaré las historias luego! — exclamó mientras se despedía.

Hubo unos momentos en silencio antes de escuchar los pasos del alto profesor de artes.

— Eres un gran actor, casi me creo que estuvieras triste por no poder escuchar las historias de Himejima. — se burló.

— Sí, sí. Como sea. — murmuró levantándose de su asiento. — ¿A dónde vamos?

Uzui le sonrió cómplice.

— Voy a enseñarte tu terreno de juegos.

Se trataba de una cueva cercana bastante amplía, oscura y húmeda. Era incómoda y eso aumentaba más los nervios de una prueba de valor. Mientras caminaban por ella, Tengen le contaba que sólo existía un camino que se podía recorrer para llegar al otro lado, donde tendrían que dejar la vela para "calmar a los espíritus". También le señaló los espacios en las paredes de la cueva donde ponía los fantasmas de tela gracias a los escondrijos naturales entre las rocas, y tras medir el espacio con el cuerpo del pelirrosa encontraron que podía usarlos como escondites. Eso aunado a la poca iluminación del lugar, que volvía brillantes los ojos del alfa, no hicieron más que convencer al peliblanco de que aquello sería la más extravagante explosión de emoción de todo el viaje.

Fueron quizá unos veinte minutos de camino recto antes de llegar a una gruta amplia que contaba con pequeños tragaluces que permitía a los rayos lunares colarse entre ellos. No eran lo suficientes para hacer visible los alrededores, pero por lo menos se podía ver el camino que pisabas. Gracias al amplio techo y las paredes creando una cúpula, la acústica era similar al de un templo o una buena película de terror.

— Este tiene que ser tu límite. — murmuró Uzui mientras señalaba el resto del camino. — A unos 6 metros más allá está el dichoso altar, así que si cruzan esta gruta, habrás perdido. ¡Más te vale que no pierdas! ¡Quiero ver una verdadera expresión de terror! — exclamó, haciendo eco entre las rocas.

— ¿Así que estarás por aquí dando vueltas para poder verlas? — le preguntó, más resignado que a gusto.

— No realmente. Estaré esperando fuera con todos los profesores, eso es lo que les causará más intriga ya que Kyogai y yo solemos estar aquí dentro para mover las marionetas. Si tu interpretación es buena, llegarán al final del recorrido aún luciendo asustados. — después de esa pequeña explicación señaló detrás del pelirrosa, justo a los costados de la entrada a la gruta. — Espero no tengas claustrofobia, porque si subes por las rocas de los costados encontrarás un pequeño, diminuto espacio que rodea el camino principal. Es del tamaño suficiente como para una persona en cuclillas, y puedes ir estresando a tus compañeros hasta llegar aquí y ¡BOOM! se toparan con un demonio que los asustará tanto que regresarán corriendo llorando por sus madres.

Rewrite the starsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora