El primer día del resto de mi vida

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Las mañanas habían dejado de ser frías para ser frescas y afortunadamente el sol aún no era tan molesto. Por eso ambos hermanos se encontraban bastante incómodos con las ropas de gala y la corbata por completo atada. Aún cuando las miradas de los Shiroyama podían considerarse un halago, eso no compensaba la sensación de estar amarrados con cuerda.

— ¡Vamos, acérquense más! — les pidió Keizo.

Los dos se miraron a los ojos con un poco de vergüenza antes de juntar rígidamente sus hombros. El hombre los miró con incredulidad antes de suspirar derrotado, parecería que nunca podría conseguir una foto de los gemelos luciendo naturales. Si alguien viera sus fotografías los tomarían por víctimas de secuestro. Pero qué más podría hacer, ¿usar marionetas como con los bebés?

— De acuerdo... ¿Listos? — preguntó volviendo a levantar la cámara.

El flash no los cegó debido a la distancia que había entre ellos y el lente, pero eso marcó el final, a medias, del martirio. Ambos soltaron un suspiro y se aflojaron las corbatas con un gesto de frustración. La gala no era para ellos.

— ¡Niños! — los regañó Keizo, golpeando su frente. — ¿Qué voy a hacer con ustedes?

— ¡Danos un respiro, maestro! — se quejó Akaza.

— Volveré a atarla antes de la ceremonia. — se explicó Hakuji.

Koyuki soltó una risita y comentó mientras se acercaba:

— Eso espero, porque me gusta mucho cómo te ves. — con sus manos acomodó un poco las solapas del saco y barrió casualmente las pequeñas basuritas en la ropa de su esposo, haciendo que éste tragara con dificultad. — Muy pocas veces puedo verte tan distinto. — agregó haciendo énfasis en el "tan".

Akaza notó con cierta repulsión la cara de cachorro que puso su hermano al verse en una encrucijada; quería quitarse la corbata pero su esposa había comentado abiertamente su gusto por esta, así que no sabía si ajustarla de nuevo o no. Para el pelirrosa no había dificultad alguna, pues podía quitársela mientras su esposa no lo viera y volver a ajustarla cuando estuvieran por encontrarse, pero parecía que a su hermano le gustaba complicarse la vida.

— ¿A qué hora empieza la ceremonia? — preguntó Keizo, acercándose más a los chicos.

— A las diez, aunque debemos llegar antes para acomodarnos en el auditorio y esas cosas. — respondió Akaza con aburrimiento.

Keizo asintió.

— Entonces ya váyanse. Koyuki y yo los veremos ahí.

— No nos la perderíamos por nada del mundo. — dijo la joven dándole un empujoncito a su esposo.

Los gemelos miraron con atención a su familia, notando la felicidad, la emoción y los nervios en sus ojos. Incluso la voz de la joven había sonado más aguda debido a todos los sentimientos que burbujeaban en su interior. Después de unos momentos fue que se dieron cuenta de por qué la situación se sentía tan diferente, y es que mirando fijamente a su familia, bajo todos esos nervios, irradiaban orgullo. Un orgullo tal que parecía brillar por sí mismo. Y darse cuenta de eso les causó un gran nudo en la garganta.

— Ya nos vamos. — dijo Hakuji con esfuerzo y una sonrisa.

— ¡Vayan con cuidado! — los despidieron los dos.

Akaza fue el primero en darse vuelta y avanzar, pues no se sentía capaz de seguir mirando aquel despliegue de emociones. Poco después sintió la mano de su gemelo sobre su nuca; Hakuji la apretó un poco antes de soltarlo con un ligero empujón.

— No llores.

— No voy a llorar. — le respondió con un reproche.

Aunque el mayor de los dos no estaba tan seguro de eso. El pelinegro miró a su hermano con atención, notando sus ojos fijos en la nada, su falta de brillo, su rostro serio pero sin vida. Conocía todos esos rasgos: estaba ocultando sus sentimientos, dejándolos morir dentro de él.

Rewrite the starsWhere stories live. Discover now