Bandera blanca pt.1

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Ese día había empezado mal, y la razón era porque había despertado solo. Kyojuro había regresado a su departamento ahora que había superado su miedo, y aunque Akaza quisiera seguirlo había prometido no hacerlo, o por lo menos no todos los días. La razón era sencilla: el omega no quería privar al pelirrosa de disfrutar a su familia.

Akaza apenas se había vuelto sedentario. Después de casi una vida yendo y viniendo, podría decirse que encontró por fin la paz necesaria para quedarse. Y todos se sentían felices por eso. Kyojuro lo había notado los días que se quedó en el dojo y también por las charlas que había mantenido con Keizo, quien no se privó de contarle historias de sus hijos; sin embargo, las cosas que podía contarle de Akaza se volvieron escasas en algún punto.

— Lo lamento, no tengo mucho que decir de él cuando era adolescente. Ese niño siempre cuidó de nosotros, pero nunca permitió que nos acercáramos. Ahora parece que pudo superar lo que sea que lo estaba molestando, por eso es que podemos verlo más seguido.

El alfa había escuchado eso de Kyojuro, y debía admitir que se sintió bastante mal. Era por eso que le había prometido a su omega que pasaría algunos días con su familia y algunos días con él. ¡Incluso Kyojuro le prometió que podía quedarse en el dojo los fines de semana! Y eso dio en el blanco para que Akaza aceptara.

Pero no quería decir que su humor por las mañanas fuera el mejor.

Su familia lo miró casi con tristeza mientras lo veía desayunar por puro compromiso, masticando la comida con pereza y enfocando sus aburridos ojos en la televisión.

— Comes como vaca. — lo molestó su hermano.

— Al menos no hago como una. — le respondió.

Koyuki soltó una risita para vergüenza de Hakuji, quien pensó seriamente en enterrar el cadáver de su hermano en el patio.

— Será mejor que vayas pronto a la escuela para que estés de mejor humor en la noche. — le urgió Keizo mientras le daba unas palmaditas en la espalda. — Y podrías convencerlo de quedarse a vivir para que contenga tu mal humor.

Aquel comentario le recordó la última charla que tuvo con él el día anterior, y su semblante cambió de inmediato.

— Va a venir el fin de semana. — murmuró emocionado.

— ¡Eso es excelente!

Y su mal humor desapareció. Parecía un gato revolcándose en el catnip de su imaginación. Para Keizo verlo feliz era mucho mejor que buscar retenerlo, era precisamente por eso que nunca lo hizo, sin importar cuántas ganas tenía de hacerlo. El alfa se apresuró a comer para marcharse pronto a la escuela, y para nadie fue descabellado imaginarlo corriendo y dando saltitos.

Últimamente Akaza era de los primeros en llegar, una hazaña que si bien se había logrado antes, ahora era mucho más recurrente. Cuando llegó a la sala de profesores se aseguró que no hubiera nadie fuera antes de olfatear el aire; dentro no olía más que a Kyojuro y, si su nariz no le fallaba, Giyuu. Así que abrió la puerta de par en par sin preocupaciones.

— ¡Kyojuro! — exclamó.

Pero no encontró al rubio en su lugar. Antes de que pudiera redirigir su atención al pasillo para buscar a Kyojuro, se vio obligado a hacerse a un lado para evitar el golpe que Giyuu le dedicó con su regla de madera. Una vez establecido el punto de que había molestado a Tomioka, Akaza lo miró con molestia.

— No armes alboroto. — lo regañó.

— En cualquier otra escuela sería peor que me lanzaras una regla de madera a que yo grite el nombre de mi profesor.

Rewrite the starsWhere stories live. Discover now