Buen alumno, mejor hermano

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— Joven Soyama, ¿puedo hablar con usted?

Habían pasado tres días y la culpa lo estaba matando, así que sin poder evitarlo se encontraba preocupado por el pelirrosa y sus ausencias. Hakuji se despidió de sus amigos y caminó hacia el escritorio del profesor, esperando por la pregunta que ya sabía que venía.

— Supongo que podrá intuir la razón por la que lo mandé a llamar. — inquirió Rengoku.

— ¿Es por Akaza? — el mayor asintió. — Él se encuentra un poco delicado de salud, pero no sé preocupe, sus faltas estarán justificadas.

El rubio frunció los labios ante la respuesta. Era algo que más o menos esperaba, y todo se sentía como si fuera una excusa que al mismo tiempo se sintió mal por no poder creerle a uno de sus mejores alumnos. Hakuji también notó eso, y no pudo evitar sentir pena por su hermano y la imagen tan... ¿mala?, que le había dado al profesor. Se despidió de él cuando terminó por aceptar lo que había dicho y se encontró con el profesor de artes esperando fuera del salón. Su mirada fue hacia él solo unos segundos, sin saber cómo sentirse al respecto. Una parte suya quería ponerse del lado de su hermano sin ninguna duda, pero otra le recordaba que quizá fue su culpa por llevar demasiado rápido las cosas. Dejó de pensar en ello cuando llegó a la escuela de su esposa.

Ella tenía como club extracurricular el de artes plásticas, y él la esperaba con paciencia, siempre atento al celular por si necesitaba algo. Por fortuna, no había sucedido otro incidente como el del año pasado.

— ¡Hakuji, mira lo que hice!

El pelinegro levantó la vista de su celular para mirar a su esposa sosteniendo el lienzo de un bodegón de frutas. La composición, las sombras y los colores eran hermosos, y compartió su emoción como si fuera la propia.

— Está precioso. — le dijo con una sonrisa.

Koyuki se sonrojó y le tendió la mano para marchar a casa juntos. Se escucharon con atención mientras contaban su día, y compartían chistes locales al Hakuji conocer a los profesores que tenía ahora la pelinegra. Al llegar al dojo encontraron la curiosa imagen de Keizo sosteniendo una manguera con la que mojaba a Akaza, quién estaba flotando tranquilamente dentro de una alberca inflable con apenas una camiseta y un traje de baño.

— ¡Bienvenidos! — los saludó el adulto con una sonrisa.

— ¿Akaza ya inauguró la temporada de alberquita? — comentó el pelinegro mientras alejaba a su esposa de aquel cuerpo de agua artificial. No quería que se mojara y se enfermera.

— Y no están invitados. — comentó el pelirrosa.

La historia detrás de "la temporada de alberquita" se remontaba a la primera vez que Keizo descubrió la alergia al sol de Akaza, y ya que no podría llevarlo al mar decidió regalarle su propia alberca inflable. Todos los veranos la pondría bajo la sombra del gran árbol de cerezos y dejaría a su hiperactivo demonio jugar y refrescarse en el agua, haciendo más llevadera esa temporada de calor. Keizo se moría de ternura al recordar al pelirrosa pedir "su alberquita" cuando el calor era insoportable. Justo como sucedió esa tarde.

— Ni queríamos jugar contigo. — le reprochó Hakuji.

— Bueno, tú estás vetado, — comentó refiriéndose a su hermano. — Koyuki puede venir.

La chica soltó una risa al ver el rostro molesto de su esposo, así que le dió un beso rápido en su mejilla y murmuró:

— Lo siento, tengo que hacer la cena. — se despidió mientras se metía a la casa.

Keizo cerró el agua y se estiró un poco.

— ¿Puedo encargarte a tu hermano para cuidar que no se ahogue? — le preguntó mientras se dirigía al dojo.

Rewrite the starsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora